El Que No Pude Tener

Capítulo Siete

 

 

PRIYA SOSTENIA LA MIRADA FIJA…perdida en la distancia y con el ceño fruncido, sentía que algo se avecinaba. No podría saber qué, pero tenía la sensación de que la presencia de la tutora haría mella en Rania.

Su hija no era tan inocente como las gemelas...fáciles de convencer. Quizás Rania no pareciera muy agraciada, pero para nada era ignorante de la situación. ¿Como podría Devdas fijarse en Rania? Y mucho menos aceptarla en matrimonio. Ella conocía de antemano y mejor que nadie qué tanto ella como su hija estaban condenadas a la soledad.

Ella ya se había resignado con el paso de los años, y con la memoria del adulterio… Esos recuerdos, hacia sus días más crueles que otros. Tenía mañanas en la que despertaba pensando en Bradma; añorando su cuerpo, su tacto, su sonrisa. Y otras mañanas amanecía renegando de él, creyendo que el Karma lo había hecho pagar el precio por su infidelidad… Y sabía que Ella, Arudhita. Su narcisista cuñada, pagaría. Y si el Karma no lo hacía… ya se encargaría ella.

Una nube blanca manchaba el cielo celeste de esa mañana. La brisa jugueteaba con las finas cortinas, filtrándose a través de las ventanas abiertas, mientras que la sensación de añoranza y desesperación acampaban a su alrededor, debilitándola emocionalmente… Como un cruel recordatorio.

Esos recuerdos que aún perduran en su mente. Recordaba como si fuese ayer, lo tímida que se había sentido cuando hicieron el amor por primera vez en su noche de boda y cuando Bradma le aseguraba de que todo era normal y cuando volvieron hacerlo una vez más. Y que feliz se sintió recordando como el la envolvía en sus brazos cuando el sueño los invadió.

Ellos, podrían haber sido tan felices… eso era verdad, al menos hasta que Arudhita Yogananda entró en sus vidas, poniendo su estabilidad, felicidad...Toda su vida de al revés.

El único recuerdo que le quedaba de felicidad, era su hija. Pero Rania no se parecía nada a su padre, ella había heredado los rasgos de los Patel…. Sin embargo, Devdas…Devdas tenía la mirada y el porte de Bradma. Su padre. Su esposo.

—Maa, —llamó Rania entrando una vez más en las habitaciones de su madre. —Suhan está listo para llevarnos al mercado.

—Se supone que Sunita vendría con nosotros. —objetó su madre.

—Sunita y Samal marcharon temprano con otros sirvientes para finalizar la recolecta y apila de leña para la hoguera.

Su madre no se movió un ápice de su posición, seguía mirando hacia el exterior. Hacía años que había dejado de interesarle las celebraciones, donde la música y las risas hacían presencia por doquier y eso a ella la inducia al aislamiento.

Celebraciones que siempre llenaron su vida de grandes recuerdos… Ahora solo se habían convertido para ella en celebraciones carente de interés. Participaba, pero siempre intentaba desaparecer cuando todos estaban distraídos.

—Además, necesito recoger unos paquetes que ya deberían haber llegado. Suhan vio el carguero ingles entrando en el puerto la semana pasada. Por lo que mis pedidos deberían de estar ya, en la tienda de Kumar. —añadió, dirigiéndose hacia la ventana. ­—La mañana es estupenda, no hace nada de calor y podríamos estar de vuelta para el almuerzo. —dijo observando como una de las sirvientes recolectaba flores para colocarlas por la casa jarrones de cerámica. El aroma embriagador del Azahar, dejaba un dulce aroma de flores del dulce naranja en toda la casa.

Su madre no respondió, no dijo ni bien, ni mal. Ni tampoco tenía mucho interés por saber que podría haber comprado Rania. Mas libros, pensó. Y aunque sabía que su hija desfrutaba de cualquier lectura, poco sabia ella de que esta vez los volúmenes eran diferentes. Quizás no de su agrado… Quizás no del agrado de ninguno de los miembros de los Yogananda.

Entre la docena de libros adquirido vendrían dos en particular y Rania estaba deseosa he impaciente por tenerlos en sus manos…en su habitación a solas y poder abrirlos…leerlos para dejarse envolver por los principales personajes. Por alguna razón la educada y bien hablada Rania se había aficionado a las novelas románticas con finales felices y personajes bellos.

Embriagados por la necesidad de permanecer juntos. Tocarse. Amarse. Y las novelas de la escritora y poeta inglesa Charlotte Bronte, haría de su deleite. Tontamente y con su indomable fantasía, faceta que pocos conocía he incluso su madre era desconocedora de tales sentimientos. Rania fantaseaba he incansablemente creía, que detrás de cada difícil situación, al final, el amor verdadero podría romper barreas, tabúes.

Miró a su madre de soslayo, pensativa y a la vez compasiva. Cada año que pasaba, más vulnerable la encontraba. Mantenía una esperanza perenne sobre la posibilidad, de que su madre con el paso de los años pudiera encontrar algo de paz, un poco de esa merecida felicidad arrebatada. Sabía que el corazón de su madre no le pertenecía a nadie ni siquiera a ella misma.

Su padre se había hecho dueño desde la primera vez que puso los ojos en ella. Desde la primera vez que ella lo vio… Desde la primera vez que yacierón juntos. Y aunque era buena conocedora de que su madre jamás tuvo intensión de reemplazarlo, ella como hija, solo quería verla contenta.

Vivian en una gran casa, rodeadas de lujo y prosperidad, donde nunca carecerían de lo básico. Con sirvientes a sus disposiciones y sin necesidades ni obligaciones por hacer. Lo único bueno que veían en Arudhita Yogananda era, la insistencia de no verlas involucradas en su manera de gobernar la casa. Todo tenía que ser consultado con ella antes de mover siquiera un mueble.

—Anímate maa, —dijo Rania animosamente. —Kumar seguro que tendrá a la venta delicios Ladoo. Compraremos una docena, ¿Qué te parece?

Priya expresó una sonrisa sin ser vista por su hija. Rania disfrutaba de las fiestas y sabía que esta celebración en particular animaba el carácter de su hija, haciéndola parecer incluso bonita. Y el responsable de ello, en particular era. Él…




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