CUANDO SE VIVE EN UNA CIUDAD ajetreada como Londres, es mejor llevar una vida sencilla, sobre todo cuando el lujo no es parte de tu vida. Y así era como Leonor y yo, vivíamos. Ni siquiera podíamos permitirnos pequeñas reuniones con amigas. Sin embargo, el té de las tardes y los pasteles victorianos eran para nosotros un capricho que solíamos disfrutar en cada oportunidad. Siendo Leonor la más ahorradora de las dos.
Nuestros únicos recursos de vivencia, fue la herencia que nuestros padres nos habían dejado después de que un accidente marítimo los separase de nosotras en plena adolescencia. Y a pesar del hogar donde vivamos, y la clase medio alta del vecindario. Nuestra subsistencia no era tan mágica.
Nuestra pariente más cercana era la única hermana de nuestro padre.Tía Gertrudis, soltera y casi rondando los sesenta años, aun se veía activa y resuelta a que sus dos únicas desamparadas sobrinas pudieran conocer al hombre maravilloso, perfecto que las supiera cuidar y rodear de cosas materiales. Y aunque a veces, pudiera resultar difícil y ridícula convivir con ella, sus visitas religiosamente semanales eran bienvenidas. Si de algo tía Gertrudis era conocida, seria siempre por su bondad de ayudar a los más desafortunados. Sin importarle que algunos de esos menos afortunados de la vera de Dios, fuéramos sus propias sobrinas..
Implicada de lleno en la alta sociedad londinense, tia Gertrudis organizaba diversos actos benéficos y fiestas cuidadosamente seleccionada acorde con la ocasión. Y por supuesto con la idea de poder emparejarnos y vernos casadas. Y aunque pudiera parecer fácil para unos...definitivamente encontrar un buen y apuesto marido era el sueño de cada madre. Aún así, nuestra tía no se desanimaba ni un ápice en su cometido.
No podía decir que no todo fuera malo... Con mi hermana su toque mágico hizo maravillas. No puedo negar que Richard era el hombre perfecto para Eleonor. Su alma gemela. Según él, fue un amor a primera vista.
Según contaba tía Gertrudis, fue su dedicación y persuasión cuando fueron presentados en una de sus fiestas elegantes. Richard era guapo, de familia decente, segundo hijo de cuatro hermanos. Exitoso abogado en una de las más prestigiosas firmas londinenses. A la edad de treinta y un años, Richard estaba dispuesto, deseoso, enamorado y listo para casarse con mi hermana y procrear.
Después de dos años de cortejo oficial, Richard le declaró sus intenciones y, como mandaba la tradición, con una rodilla en el suelo y anillo en mano, le pidió matrimonio en el veinticinco cumpleaños de mi hermana.
Tía Gertrudis no podía estar más contenta con la noticia. Era para ella el mejor regalo de cumpleaños que Eleonor podía recibir.
La boda llegó casi seis meses después. Todo un derroche de apariencia que nuestra tía, estuvo más que contenta por cubrir. Pero sin evitarlo, tía Gertrudis nos envolvía en una deuda emocional que bien sabíamos tanto Eleonor como yo, que nunca podría ser pagada.
Eleonor es serena, sensata, siempre elocuente y algo quisquillosa, pero con un gran corazón maternal y con su gran sueño de casarse y ser madre. Cosa que había cumplido a medias…Los hijos llegarían con el tiempo y estaba segura de que mi hermana no esperaría mucho en completarlo..
Tan consumada me sentí con la dicha de Eleonor, que prácticamente me dediqué a mimarla cuando volvieron de sus dos semanas de Luna De Miel en Escocia y cuando Richard tuvo que pasar otras cuatro semanas alejada de ella en Somerset, ayudando con la apertura de otra oficina de la firma. Esas semanas nos sentimos más unidas que nunca, he incluso hablamos de como adaptaríamos las habitaciones de la casa para que los tres pudiéramos vivir en harmonía bajo el mismo techo sin sentir la presión de vivir con una pareja de recién casados.
Y sabia también que, con otro inquilino, los gastos se expandieran, aunque Richard lo había dejado bastante claro. ‘No deberíamos de preocuparnos por el factor económico. Como el hombre de la casa, correría con todos los gastos’ Y aunque ese gesto era bastante noble por su parte. Yo no lo compartía. Eleonor era su esposa. No yo. Eleonor era su responsabilidad junto con los hijos que llegasen a tener. No yo
Por lo que decidí buscar un trabajo donde no se me exigiese demasiados estudios. Por lo que mantuve en mente varios objetivos primordiales: debería tener un entorno familiar y hogareño. Donde pudiera pasar la mayor parte del día, he incluso convivir con la familia y permitírseme pasar mi día libre en casa, con Eleonor. Así podría contarle cualquier experiencia vivida durante la semana.
Debo de reconocer que aquí la barita mágica de tía Gertrudis tuvo su resultado. Con nada de experiencia en el mundo de una tutora o institutriz como unos u otros lo llamaban. Conseguí a través de dos buenas amigas de tía Gertrudis, mis primeras excelentes referencias.
Lo bueno en mi es, que tengo paciencia, me gustan los niños y los animales. ¿Que podría salir mal?
Tres semanas más tarde, con mi pequeña maleta llena de ideas, mucho por aprender y esperanzas, llamaba a la puerta del servicio de la familia Watson…
En mi primer día libre tía Gertrudis no pudo esperar en visitarnos. Richard y Eleonor estaban contentos de tenerme con ellos. Y sobre todo nuestra tía, quien con mirada de estar planeando algo para mí, dejaba caer algunas puntilladas referente a mi futuro. Era claro que mi elección le agradaba y que un hogar se llevaba estupendamente y a las maravillas, cuando la mujer tenía conocimientos del hogar, era sumisa y dispuesta.
Aún me pregunto si nuestra tía aun sentiría lo mismo por mí, no teniendo ningún deseo de seguir sus sueños de encontrar la pareja perfecta... al menos no con su influencia... Si un día conozco a un hombre. Debe ser El Hombre Que yo Elija. Y no por elección ajena.
Esa persona debe ser diferente. Especial, con su propia y honesta forma de pensar y compartir la vida conmigo. Juntos. Mi vida no será como con Eleonor. Yo sería quien elegiría mi destino, con quien, como, donde y cuando.
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Editado: 25.08.2024