El Que No Pude Tener

Capítulo Catorce

 

 

PRIYA PATEL Y SU HIJA RANIA, habían sido colocadas en la mesa más alejada del jardín, junto dos familias nativas de Mumbai, casi quince personas en una sola mesa, daba bastante conversación para toda una velada.

Tampoco pude pasar desapercibido como miraban madre e hija discretamente hacia mi mesa en más de una ocasión. ¿Estarían descontentas porque Sashi, se sentaba a mi lado? ¿Sería este el hombre que Rania quería impresionar con su atuendo?

Me dispuse a disfrutar todo lo posible de esta noche. La música flotaba constantemente, las bailarinas parecían nunca cansarse y los invitados parecían sedientos de alcohol, buena comida…

Sashi me sonrió, levantó su copa y de un trago la vacío. Se agachó hacia el lado de mi silla con la intención de hacerse con algo que nunca había caído en el suelo. Y fue entonces cuando lo oír decir…

—Voy a besarla, señorita Sherwood, —dijo lentamente, saboreando cada palabra, sin mirarme…por precaución. —Ahora no. Más tarde cuando los cohetes estén danzando y estallando en el aire. —Sus ojos volvieron a clavarse en los míos —He querido hacerlo desde la primera vez que la vi en nuestro salón, allí, sentada delante de mi madre. Pensé que era un ángel... un ángel necesitado de ser besada.

Me quedé inmóvil, sin decir palabra durante largos segundos.

—¿De verdad cree que le lo voy a permitir sin oponer resistencia?

Su mirada brillaba malvadamente oscura.

—No me importa que lo hagas. —dijo con una sonrisa pícara. —No me gustan las cosas fáciles.

Por alguna razón que no lograba comprender de mí misma, me sonrojé, sentí un calor abrasador en mi sari, y las rosas de mi pelo fueron una repentina pesadez contra mi cabeza. Me ardía el estómago y me picaban los ojos. Quería irme, pero sabía que no podía. Quería abofetearle y quitarle esa sonrisa confiada y arrogante de la cara.

Miré a mi alrededor y pude ver que Rania y su madre seguían lanzándonos miradas furtivas. La canción que uno de los hombres entonaba como un ángel, terminó. Y con una sensación de resignación que lo hundía, Sashi entabló conversación con el hombre sentado frente a él.

De repente me entraron ganas de darme un capricho con champán y vino, quizá una idea estúpida, pero sentía que todas las miradas estaban puestas en mí. Me llevé una mano a la frente, sintiendo cómo el vino que había bebido antes se deslizaba por mi piel.

Por alguna razón, mis pensamientos y mi mirada se fueron hacia la mesa de oficiales, donde el teniente Thomas Bradford parecía complaciente conversando con dos oficiales sentados frente a él. Y pensé en lo arrogante que había sido Sashi, con su comentario nada acertero para la ocasión. Y de como de desesperado el viudo teniente se sentía por llenar el hueco dejado de su querida Lucy Blue Marie. Desafortunadamente parecía ser el típico tópico de conversación de cada reunión.

Sentí lastima y esperaba que algún día no muy lejano, el teniente Bradford pudiera encontrar a una compañera que compartiera con él sus ambiciones, sus sueños.

Me sentí perturbada en la forma cómica con la que Sashi se refirió a él. El sentimentalista teniente Bradford. Acorde tu Sashi, conocimientos de lo sucedido y escuchado por boca de su madre quien a la vez lo escuchó por la cocinera del teniente Bradford.

Este se había casado con su casi perenne prometida en una sencilla y casi rápida boda civil en Oxford. Un mes después dejaban atrás su país natal para asentarse en Mumbai, donde Thomas Bradford había sido destinado, al menos por dos años. Junto con su esposa Lucy Blue Marie Bradford, llevaban sus baúles llenos no solo con sus pertenencias, sino con el sueño de una vida nueva de recién casados y con la idea de empezar una familia lo antes posible, una vez que estuvieran instalados en la casa de grandes extensiones que él había comprado casi un año atrás. Arreglada, decorada y con la ayuda de dos sirvientes, Thomas y Lucy Bradford parecían tener un futuro estable y una vida cómoda.

Desgraciadamente su esposa nunca llegó a tocar tierra india. El tifus que contrajo en Estambul durante los dos días que permanecieron allí, desvaneció cualquier plan de futuro. Y tampoco pudo darle un entierro digno. Tras tres noches agónicas, la joven Lucy Blue Marie, pálida, febril y agónica, moría en los brazos de su esposo.

Este, impotente y horrorizado por la perdida, quedo hundido en una depresión, haciéndolo enfocar más en sus responsabilidades miliar y su lealtad a la corona inglesa. De ello había pasado casi dos años y aunque aún sufría secuelas de la perdida, también añoraba una compañía femenina. Tenía un hogar vacío el cual siempre quiso llenarlos con voces de niños, a olor de  hogar, a vida. Por lo que la idea de tener una nueva esposa no le parecía tan descabellada. Después de todo él seguía joven, su vida era cómoda a pesar de sus responsabilidades y sobre todo… la soledad no le favorecía en nada.

La invitación a la fiesta de Holly de la familia Yogananda era un buen principio. En estos eventos se conocían caras nuevas …. Y nunca se sabía lo que el destino tenía preparado

—¿No cree señorita Sherwood que el océano es lo bastante formidable y repleto de peces, como para languidecer por uno? —Esa pregunta cayó como un jarro de agua fría sobre mis hombros, no conocía en absoluto al teniente Thomas Bradford, pero creo que un poco de simpatía se merecía. Aunque viniendo de un Yogananda ya casi nada me parecía exagerado.

Como él había pronosticado a la media noche en punto; cohetes y voladores iluminaron el cielo sobre De Dhama Veda, bajo las miradas de invitados anonadados por el gran espectáculo de colores y también por el fluir constante de vino y buen whisky.   

Yo, sin embargo, decidí observar todo el espectáculo desde la ventana de mi habitación. Preferiría estar aquí en la oscuridad de mi intimidad bajo la luz del candelabro sobre mi escritorio, que, evitar en todo lo posible a Sashi Yogananda de su promesa.




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