El Que No Pude Tener

Capítulo Quince

   

 

UNA ENORME VENTANA CON FINAS CORTINAS brillaban con la noche, directamente al otro lado de la habitación. Él estaba de pie, relajado, inmóvil. Parecía estar contemplando una agradable imagen delante de él.

—Señorita Sherwood. Me alegro de que haya venido.

La luz de las velas apenas lo delataba; era más sombra astuta que luz. Arrojando toda la luminosidad sobre mí, con bastante más claridad mientras permanecía allí, junto a la puerta principal.

—No sé por qué estoy aquí, supongo que no debería estar aquí—dije, y era verdad. O algo así.

—Eso ya no importa, Esta aquí, es lo que deseé desde…. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el lado de la puerta, dejándome paso libre. —No le pasará nada puede entrar.  

Tragué saliva, recordando bruscamente mi estúpida amenaza a Sashi... de que no me quedaría sin hacer nada… si se atrevía a besarme contra mi voluntad.

Se giró en su sitio para verme. Incluso a la luz de las solitarias velas, incluso a tan corta distancia, me sentí casi aplastada por su belleza: pelo, piel, mandíbula y frente, garganta y hombros, cada centímetro de su bronceado cuerpo. Cada centímetro de él era perfecto, como si hubiera sido esculpido por los dioses en una hermosa piedra.

Separé mi mirada de la suya y dí un paso hacia delante. Hacia el interior de aquel terreno peligroso. Su terreno, y no sentía miedo.  Pude ver el modesto mobiliario de la sala espaciosa que se abría ante mí. Una mesa redonda sorprendentemente delicada situada cerca de una ventana, llena de libros, algunos útiles para escribir y una lámpara de aceite. Un sofá largo de vividos colores y varios pufs alrededor de una mesa baja de té y un aparador grande de madera oscura Maharaní.

Eso fue lo que pude divisar a cada paso. También pude notar transparentes cortinas, a modo de paredes separaran la sala en cúbicos… al fondo de esta una enorme cama con dosel, rodeada con las mismas transparencias. Me sentía rodeada entre neblinas de cortinas.

No deberías estar aquí Bev. Así es como las mujeres jóvenes como tú, se meten en problemas, pensé.

Los grillos del exterior parecían de repente ruidosos.

Esta vez su mirada iba dirigida directamente a mí. No sabía adónde mirar, así que fingí contemplar la vista más allá de la ventana; todo lo que podía ver era la tenue imagen reflejada de la sala rota en rectángulos. Su figura se fijaba en el cristal como si lo hubieran pintado allí, en acuarela transparente como un espectro.

Cerré los ojos por varios segundos y cuando los volví abrir, él me observaba sin expresión.

Sonríe, enfádate, has algo me dije, pero fue inútil.

No sentía miedo.

Me sentía diferente.

Somnolienta pero despierta, nerviosa pero adormecida, víctima de la suave luz deslizante de las velas y de la forma tranquila y paciente en que me miraba este hermoso hombre en particular. Esta llama peligrosa. Como si esperara a que yo descubriera algo que él ya sabía.

De repente, sentí ganas de besarle. Quería que me besara.

Sentí como la brisa nocturna empujaba suavemente los visillos de cortina, dejando que los grillos siguieran cantando, haciendo que el exterior permaneciera imperturbable. Miré a mi alrededor, intentando decir algo... pero ¿cómo podría? Yo era la intrusa.

Su expresión tranquila no vaciló en ningún momento.

—Todo está bien, señorita Sherwood. Puede relajarse, está a salvo conmigo, se lo prometo.

—¿Por qué no debería sentirme así, señor…? Pregunté con calma.

—Devdas…—añadió completando mi pregunta. Me miró de reojo, inclinándose hacia delante sobre la mesa redonda para poner en orden unos papeles que tenía sobre ella.

Sus dedos largos empezaron a agitarse juntos.

—Nadie más puede escucharnos, señorita Sherwood. Este es el lado feo del De Dahma Veda, Nadie vendrá. A nadie les importamos. Nadie se molestará si no es esencial... Como los jardineros cuando los señores Yogananda les ordenan hacer algún trabajo o cuando recibo alguna que otra visita esporádica.

Podría decir, que casi todo el mundo a nuestro alrededor. Aquí, ahora mismo, es madera a la deriva. Tan metidos en sus propios asuntos que no les importan los demás. Usted y yo somos los únicos ahora mismo en el mismo espacio, conectados por algún tipo de sentimientos que no podemos describir, pero sí intuir.

Dejé que los grillos llenaran el repentino silencio, ardientes tras el cristal. Sus dedos recorrían las esquinas del papel. No volvió a mirarme

—Usted y yo no somos como ellos. —continuó—. No estamos hechos de hueso ordinario o sangre como ellos. Somos mejores de diferentes maneras.

—¿De verdad? Entonces, ¿de qué estamos hechos?

—Estamos hechos de sentimientos para cuidar de otros. Para proteger, enseñar y aprender de nuestros errores... y encontrar lo que nos hace felices sin herir a los demás.

Sus manos se aquietaron y finalmente me miró. Me observó atentamente pero no se acercó.

—Piénselo un instante. Y, por favor, no se enfade. —¿Por qué ha venido aquí? ¿O de dónde es? ¿Qué fue lo que le atrajo de nosotros?

Por largos segundos dejé que esas preguntas hicieran mella en mí.

—Porque quiero algo para mi vida... necesito hacer algo para realizarme. Porque no puedo ni quiero vivir con mi hermana y su nuevo marido en la casa que me vio nacer y crecer. Porque tengo celos de lo que ella ha conseguido... —No podía creer que eso saliera de mi boca. Jamás, ni en cien mil años me hubiera atrevido a decir algo así a un desconocido sobre mi familia.

Sus ojos capturaron los míos, verde verano oscurecido hasta el crepúsculo. Ese era el color de sus ojos. Su voz se convirtió en un susurro.

—Es por eso que estás aquí; ahora, esta noche. Te sientes atraída por mí, tan ferozmente como yo lo estoy por ti. Ni siquiera tuviste que seguir las reglas de la casa... simplemente decidiste venir a mí, esta noche.




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