El Que No Pude Tener

Capítulo Veinte

         

 

Y FUI A RESPONDER A LA LLAMADA DE DEVDAS, caminando bajo mi sombrilla, que una Parmita servicial trajera de mi habitación. Dos sirvientas rellenaban lampara a lampara con resina y papel encerado para ahuyentar el frio nocturno de las noches… y yo esperaba el frescor de cada anochecer como agua de mayo.

Eso me hizo recordar los años que pasé en el internado, cuando entrábamos en ese adormecido y arrastrado té de los sábados y domingos y después de la iglesia, El Trinity School de John Whitgift, donde las señoritas gentiles tendían a divagar entre grupitos para destrozar gentilmente el carácter de cualquiera que estuviera más allá de su círculo. Y llegué aprender que cada año sucedía lo mismo.

Las niñas mayores generalmente salían al aire libre para desafiar la apacible naturaleza y la privacidad de los jardines, mientras que a las más jóvenes les gustaba permanecer instaladas a salvo en el interior, más cerca de la promesa de galletas y pasteles. Sin embargo, todas ellas parecían creer que estaban hechas de azúcar hilado: la lluvia seguramente las derretiría hasta convertirlas en charcos. Sintiéndose obligadas a no salir.

El salón solía estar cerrado hasta las cuatro, por lo que en su lugar se congregaban en las otras salas comunes…

Y aquí estaba yo, saliendo y entrando por mi voluntad, sin necesidad de responder ¿dónde? y por qué.

Al pasar por los primeros jardines, vislumbré a dos hombres parados frente a enormes arbustos de azahar y charlando sobre cuánto debían podarlo.

Me miraron y me saludaron con un gesto de cabeza desde la distancia. Quizás pensando qué hacía una mujer extranjera en De Dhama Veda y si no era tan desagradable estar sin familia, después de todo...

Continúo mi camino hasta donde vi a Devdas cuarenta minutos antes... Pero él no parecía estar en ninguna parte. Y cuanto más caminaba, más entendía que, aunque había recorrido todo el camino casi hasta llegar a la capilla, él parecía haberse desvanecido.

Sin pensarlo dos veces decidí tomar el camino... que me llevaría a sus habitaciones, a ese lado menos privilegiado de la propiedad. Sabía que él debería estar allí y también corría el riesgo de ser vista por algún sirviente. Sin embargo, nadie me había dicho específicamente que no fuera allí, probablemente porque una mujer responsable nunca se le ocurriría mezclarse con los sirvientes o con alguien que no fuera miembro de los Yogananda.

Yo solo lo sabía... Sentí que el lugar no era el más adecuado para una mujer.

Pero también podría decir que me había perdido. Los pilares del De Dharma Veda difícilmente colapsarían. El cielo no se rompería. Y mi curiosidad y la necesidad de verlo se apaciguarían.

Y una vez más la voz de Devdas, sonaba más fuerte, tan hermoso y deseoso que sentí como un dolor en mis huesos.

Ven, cariño.

Miré hacia el camino; Estaba sola, avancé poco a poco hacia los arbustos, los que me protegieron la noche que lo vi.

—Ven a mí —murmuró Devdas, lo suficientemente cerca como para sentir su aliento bajo mi parasol, en mi sien.

Main tumse pyar kartha hoon! —escuché, y me pareció algo más que un susurro.

Di un salto hacia atrás, golpeándome contra los arbustos e inclinándome hacia un lado. Devdas, muy cerca y muy rápido, alargó la mano y me sostuvo, desde el hombro.

Era un genio, un mago, un hombre con la capacidad de materializarse de la nada... como el humo y las sombras, porque estaba segura de que no estaba allí hacía unos segundos.

—¿Estás bien, Bev?

Esperó a que asintiera y utilizó ambas manos para asegurarse de que estaba bien. Mi corazón seguía latiendo con fuerza. Aplasté una palma sobre mi pecho, haciéndome retroceder del susto.

—¿De dónde has salido?

Devdas salió de entre los arbustos, demasiado alto, real y sólido para haber aparecido de la nada.

—Pronto descubrirás que De Dhama Veda guarda muchos secretos, algunos antiguos, otros no —Sus dedos apretaron los míos, con un calor instantáneo—. Sin embargo, déjame mostrarte, el área antigua de este fabuloso paraíso que la dinastía Yogananda construyó casi dos siglos atrás.

Rodeando los arbustos y agarrada de sus dedos tiró de mi hacia el final de los muros del jardín. Para mi sorpresa, me di cuenta de que las paredes eran bastante altas. Donde debería haber habido piedras se abría un hueco, ahora estaba cubierto de enormes hojas naturales que colgaban de las paredes y creaban una cortina de follaje natural; haciendo invisible la entrada al ojo humano o a cualquiera que no estuviera familiarizado con el terreno. Nos detuvimos unos segundos ante la oscuridad que nos esperaba,

Un paso tras otro, y tras unos largos segundos de caminar en silencio la oscuridad lo consumió. Su voz me llegó flotando.

—No tengas miedo, sígueme.

—No lo tengo, —le contesté, pero sabía que él había adivinado la verdad. Me obligué a seguirle sin que tuviera que sujetar mi mano.

—Ten cuidado. Aquí hay un pequeño rellano, ¿lo notas? Aguanta mientras yo...

Nos habíamos detenido justo dentro del túnel, y él se movió contra mí, poniéndose casi pecho con pecho, su brazo pasó por encima de mi cabeza y sin ningún ruido la pared se cerró de nuevo, sellándonos dentro.

—¿Qué es este lugar?

No conocía las entrañas de la propiedad, supuse. Olía a ratas y a madera podrida. Olía a cripta. Devdas encendió una cerilla y la acercó a un farolillo colgado de un gancho detrás de nosotros. Y un resplandor amarillo floreció.

Estábamos en un túnel. En un desvencijado rellano de piedra de un túnel muy estrecho que se precipitaba más allá de la luz, tan desvencijado, como una clara invitación a que esto es una mala idea.

Devdas agarró el farolillo y la sostuvo en alto.

—Los primeros defensores de esta tierra construyeron la fortaleza para resistir todo tipo de invasión de otros reinos. Los Maharanís eran bastante agresivos en ese período. Los hombres disfrutaban de vidas cortas y muertes brutales, y que sabían que nada era infalible. Por eso algunas partes de los muros del De Dhama Veda son huecas. Así priorizaba la salida en caso de que entraran los invasores. Un camino secreto.




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