El Que No Pude Tener

Capítulo Veintitrés: Su tormento

                                

 

LO QUE EL QUERIA. Devdas sabía que tal vez no podría tenerlo, o no del todo como le encantaría, de momento. La parte lógica de él. la parte serena y racional de él, aceptó eso.

Cálmate, se dijo a sí mismo. Eres un hombre sensato. Maduro, evolucionado. Puedes manejar esto .... DIOS MÍO, ayúdame.

Pero no podía olvidar que vivían por decirlo de alguna manera bajo el mismo techo. Ella era una extranjera. Beverly era virgen. Y estaba seguro de que ella no entendía lo que estaba por venir.

Pero el hechizo que amenazaba a través de cada átomo, tejido, hueso, tendón, comprendía eso y estaba lo suficientemente equivocado y lo suficientemente brillante como para tener en cuenta todas esas cosas.

Pero estaba más que hechizado, por ella. Él era un hombre. Nació en un mundo de caos y lujuria, y esa era también su herencia. Y al hombre que había en él deseaba la ternura de su cuerpo femenino.

El hombre en él sólo quería. Puro deseo. Embrutecido de deseo, exactamente como lo había estado desde el momento en que la vio caminar por el jardín sin ser vista por él… una manifestación al fin.

Detrás de la máscara de algunas nubes de esta noche, las estrellas le susurraban, frías e insistentes:

Ella es tuya, para siempre…. o tal vez no. Todo depende de ti.

Por eso se había quedado en la ciudad tras el viaje junto a Suhan. Esa mañana se había reunido para discutir sus derechos sobre De Dhama Veda una vez que cumpliera los treinta años. Según el testamento dejado por su padre biológico, Bradma Yogananda. El heredaría todo.

No era compañía adecuada para nada que no fuera él mismo y sus pensamientos. Tenía tanto en lo que pensar y tanto que resolver... especialmente con sus parientes. Con el resto de los Yogananda.

Volver a su casa significaba oscuridad y cama, y muy poco para distraerlo de sus propios pensamientos... o, mejor dicho, de ella.

Y se preguntó si Bev estaría pensando en él... Luego apartó ese pensamiento, concentrándose en cómo prepararse para lo que se avecinaba.

Para siempre suya, o tal vez no.

Durante el retorno a De Dhama Veda, un dolor comenzó a agolparse entre sus omóplatos, acuchillándolo más hacia su columna vertebral. Haciéndole respirar con más dificultad. Gotas de sudor empezaron a escocerle los ojos.

Sabía que se estaba acercando a De Dhama Veda porque las estrellas anunciaban; allí, allí está ella.

Devdas supo que ella estaba allí porque, sencillamente, de repente el dolor desapareció. Su irritación consigo mismo y con el mundo: desapareció. Y se enderezó sobre su montura, con todo el brillo estelar que llevaba dentro, estallando de nuevo en ese deseo.

Unos minutos más tarde, pudo ver a lo lejos las luces de la propiedad. Acarició el cuello de su semental Divit, sabía que su caballo estaba como él. Hambriento y cansado.

                                                                               ***

Divit relinchó contento de estar de vuelta, y disfrutando de un balde de fresco heno. Devdas le puso una mano encima como agradecimiento por su gran esfuerzo.

Y allí estaba ella. Beverly estaba de pie, insegura en la entrada, con los brazos y el torso envueltos en su chal, con el pie echado hacia atrás con los dedos en el suelo, como si quisiera darse la vuelta y salir corriendo al menor sonido.

Devdas no dijo nada. Sólo la miró, impotente, anhelante.

Divit comenzó a resoplar y pisotear. Dio una patada a la puerta de su cubículo, una vez. Dos veces. Como una señal en una obra de teatro.

—Esos pensamientos que he tenido, —dijo Bev, bajo el creciente clamor del caballo y la puerta. —¿Eran realmente mis pensamientos? ¿Los soñé? O simplemente siempre te he estaba esperando.

Ella está aquí, tan real y tan hermosa.

Devdas volvió la cara para que ella no pudiera ver lo que vivía dentro de él. Dio a Divit palmadita, y se alejó cerrando la caseta.

—Ven conmigo, Bev. —dijo, caminando y deteniéndose junto a ella—. No puedes quedarte aquí, ven.

Las estrellas colgaban sobre ellos iluminándolos con aprobación. Como un coro de sonido abrumador.

Tal vez nuestro Destino se extiende a largo de este camino, con Deleite tanto a la oscuridad como a la luz.

Un concepto tan cerebral ya que el Destino no era lo que le encendía por dentro. Deleite, sin embargo. Eso era harina de otro costal.

                                                                                 ***

—Empiezo a pensar en ti demasiado a menudo. Estás casi cada segundo del día en mi mente. —dije con la mirada fija en el camino. Nos alejábamos de sus habitaciones, del establo y de la vista de Suhan, envueltos casi a la vez por la suave oscuridad de la noche.

—¿En serio?

Si Devdas estaba sorprendido o consternado, su rostro no revelaba nada de ello. Ni siquiera me miró, no que yo pudiera anticipar. Su paso no vaciló.

—Sí, —dije con firmeza. Imposible de describir este sentimiento.

Devdas me estaba mirando fijamente. Lo sentí, aunque no levanté la mirada por encima de su pecho. Mis sueños y mis pensamientos sobre él habían sido tan.... íntimos. La idea de que pudieran haber sido más que sueños me excitaba y mortificaba al mismo tiempo.

Extendí la mano y toqué las rosas que coronaban preciosos rosales, presionando mi pulgar contra una espina. Detrás de nosotros se alzaba De Dhama Veda, un monolito que dividía el viento y las nubes.

Devdas se pasó las manos por el pelo.

—¿Qué piensas, Bev?

Un destello de irritación me invadió.

—Creo que te pregunté primero. Y agradecería una respuesta directa, por favor.

—¿Puedes oírlo? Mi corazón latiendo.




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