El Que No Pude Tener

Capítulo Treinta

             

PRIYA PATEL MIRÓ LA LLAVE QUE tenía en la mano y pensó en todas las razones por las que podía o no debía estar aquí, y en lo que estaba a punto de hacer. Era lunes; su cuñada estaba ocupada como de costumbre mandando en la casa, su cuñado Kamal estaba en la ciudad ocupándose de sus propios asuntos, Sashi estaba quién sabe dónde y a quien, molestando, y las gemelas recibiendo sus lecciones diarias con la tutora. Esa joven británica, que no le gustaba. En la que no confiaba. Y, lo que, es más, sabía que tenía un secreto...y aunque no sabía cuál era, sus entrañas le decían que ese secreto no podía ser bueno para su hija.

Priya solía ser tan buena atrapando a un mentiroso. En la astucia. En aquel pasillo desolado y casi sin luz, con aquella llave en la mano, pensó que hacía mucho tiempo que no se sentía ella misma. Si lo pensaba de verdad, parecía más bien un reflejo circense de lo que fue, toda extraño y equivocado, yendo en direcciones imposibles.

Incluso pensar demasiado en ello la mareaba, tal vez porque gran parte de lo que era ahora, eran reflejos en zigzag, no la verdad. Quería y deseaba más que nada enterrar los fantasmas del pasado, sanar su alma. Su salud estaba quebrada al igual que su corazón, pero el recuerdo de aquella noche le daba esa inyección de adrenalina, dándole toda esa determinación por destruirla. Acabar con ella para siempre. Era su única forma de poder vivir en paz con ella misma, su vejez marcada por la infelicidad y la amargura que iba inhalando por décadas.

Decidió volver a las habitaciones que un día junto a su amado Bradma, ocuparan en el ala sur De Dhama Veda. Habitaciones donde todo había ocurrido, donde ella los había pillado infraganti cometiendo el peor crimen en contra de ella, y desvaneciendo el respeto de todo lo que un día; Familia, Lealtad y Fidelidad significó para ella.

Todo aquello lo vio desmoronándose delante de ella… Lo recordaba todo tan nítida, como si el tiempo nunca hubiera pasado, como si el hecho de que hubiera descubierto a los dos amantes en su propio lecho, siguiera aun tan latente y real como la llave que sostenía en su mano.

Y ese día había llegado, esta noche todo cambiara en De Dhama Veda y para siempre. El mañana no existía para ella, esta noche todo se lo jugaría, y al diablo sin con ello, ella también partía de este mundo. Al menos se llevaría la felicidad de arrastrar a su cuñada al infierno. Lejos de todo lo que pertenecía por derecho, Lejos de lo que Arudhita de manera infame consiguió. Y lejos de Bradma para siempre, ni siquiera lo llevaría en su pensamiento, ella haría todo porque eso sucediera.

Entrar por ultima vez en estas habitaciones seria un adiós para siempre y un dolor al revivirlo todo de nuevo. Pero lo necesitaba, era como una adición imposible de controlar. Su último acto de coraje antes de hacer lo inconcebible.

Así que no se fue. Su mano se movió, encajó la llave de hierro sin filo en la cerradura de hierro. Sinceramente, se quedó asombrada cuando, tras un primer momento de resistencia, los bombines giraron, Ya que hacía más de una década que no intentó entrar.

La puerta de la que fuera su alcoba se abrió con un crujido, no mucho, porque era pesada, de madera entablada y forjada, casi toda oxidada, pero lo suficiente para que una bocanada de aire viciado le diera en la cara.

Priya contuvo un estornudo. Se dio un manotazo en la nariz, empujó un poco más fuerte la puerta, y consiguió abrirla lo suficiente como para permitirse dar el primer paso hacia su viejo mundo, sus viejas y recientes pesadillas.

Era fácil creer que este lugar había permanecido en la sombra durante tanto tiempo. Las cortinas de motivos florales... fueron el primer recordatorio. Ella misma había comprado el material y las confeccionó con sus propias manos. Manos llenas de habilidad y dispuestas a abrazar y llenar de caricias al hombre que amó.

Las cortinas florales entreabiertas parecían plagadas de podredumbre y polillas. El revestimiento de la cama y la tapicería de la silla junto a la ventana: todo decadente, abandonado. Estaba en una habitación medieval disfrazada de cretona antigua y madera de rey, y era tan deprimente como esperaba.

Había estado viviendo en esta habitación, durmiendo en esa cama. Incluso la cuna baja de madera labrada a mano por su padre para Rania, seguía en el mismo lugar. Un tocador mugriento y un catre.

Apenas unos meses después de mudarse de casa de sus padres, su vida empezó a desmoronarse cuando Bradma la desatendía, lenta he inexorablemente.

Habían vivido allí un tiempo, los tres destrozados y tan... terriblemente callados al respecto. Los tres esperando a que se completara lo que cada uno querían. Pero nunca llego la libertad que Bradma deseó. Nunca llegó la ruptura entre los amantes por la que Priya rezó. Y Rania crecería sin padre y con la única memoria que su madre le describiera de él.

Recordó cuánto lloró en silencio por las noches. Cómo se rompieron las promesas de Bradma hechas el día de su unión.

Y cuando llegó el día en que lo mataron,

                                                                    ***

Cómo deseó que al menos uno de los sirvientes hubiera tenido la consideración de tirar una linterna de aceite accidentalmente y quemar el maldito lugar hasta los cimientos.

Priya dejó caer las manos a los lados y cerró los ojos. Respiró el olor a humedad que la rodeaba ahora... y que aún contenía el toque brillante de las especias y el jazmín... y alejó los pensamientos de cualquier otra cosa que no fuera esta habitación. Este lugar. Nada había cambiado aquí, el resto de De Dhama Veda sí.

Las suelas de sus Chapal presionaban la alfombra roída echa de cuerdas, por ella misma. El polvo se le pegó en el dobladillo de su sari, ni siquiera se molestó en sacudírselo. Priya miró hacia la ventana donde se encontraba su silla, se dirigió hacia ella y se sentó en el borde, Pasó sus dedos por el borde del cajón, un hábito tan familiar. Al abrirlo unos papeles doblados seguían allí, donde ella los dejo muchos años atrás, ahora amarillentos y casi marchitos.




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