Treinta años atrás, cuando todo empezó.
—¡Devrani! ¿Qué haces aquí? No es el lugar más indicado para las mujeres de la casa. Para la señora de la casa. —dijo Bradma, sorprendido de verla allí, viéndose tan hermosa. Tan seductora. Tan deseable…
Pero él no podía pensar en eso. El era un hombre casado y padre. Y Arudhita era la mujer de su hermano, no podía hacerle eso a Kamal, pero ella aparecía empecinada. Sabía que su cuñada había puesto sus ojos en él desde el primer momento en que se instalaron en las habitaciones casi terminadas en el ala Oeste De Dhama Veda, no tenia hermosos jardines como los que rodeaba la propiedad, pero aquella zona podría verse igual o más hermosa, y él estaba resuelto a darle un lugar bonito y seguro a su pequeña Rania.
—No seas tan decoroso, Bradma, somos familia después de todo. Además, como tu bien has dicho, soy la señora de la casa y no hay puertas ni muros que me impidan el paso. —respondió Arudhita dando uso pasos hacia los escalones de la entrada que ocupaban su cuñado y su nueva familia. Priya y la pequeña Rania estarían fuera por cuatro largas semanas, visitando sus padres.
Y su marido Kamal había salido esa misma mañana, antes del amanecer dirección Karnataka por negocios, al sur de la India.
Arudhita era solo unos meses mayor que su cuñado, Y aunque los Yogananda se regocijaban de haber sido bendecidos por la abundancia y prosperidad. Ella se crió rodeado de sirvientas en un ambiente de confort. Le bastaba enseñar el pie y una criada le calzaba. Levantaba un dedo y otra acudía a peinarla. Nunca alzaba la voz porque no era necesario.
Una mirada bastaba para transmitir un deseo, inmediatamente interpretado como una orden. Hasta los sirvientes más ancianos se postraban ante ella, tocándole los pies en signo de veneración.
Hija única nacida bajo un techo con privilegios. Guardaba vagos recuerdos de su hermano tres años mayor que ella. Quien, según su madre, había sido atacado por un animal salvaje cuando jugaba cerca del rio con sus primos. Unos decían que fue un tigre hambriento asechando a la presa equivocada, otros decían que se ahogó en las aguas bravas del rio.
Arudhita, hija de Arunti y Renuka Kapoor había nacido en una época y en un mundo de hombres, y al igual que su madre, ella lo aceptaba como tal. El hombre era dueño de la propiedad, y la mujer la administraba.
El hombre tomaba el crédito por la gestión, y la mujer elogiaba su astucia. Los hombres eran toscos al hablar y a menudo borrachos. Las mujeres ignoraban los lapsus de palabras y acostaba a los borrachos sin amargura palabras. Los hombres eran groseros y francos, las mujeres siempre eran amables, misericordiosas y perdonadoras. Ella había sido criada en la tradición de obedecer y ser una gran dama, había sido ensañada cómo llevar su carga y aun así conservar su encanto.
Arudhita había crecido rodeada de cuidados y mimos, prestaba un oído atento y obediente a las enseñanzas de su madre. A los trece años de edad ya revelaba una belleza que captó la atención de varias proposiciones de matrimonio, varias casas bien acomodadas pujaban por su mano y por lo que el nombre Kapoor significaba y aportaría; comodidad, riquezas y prosperidad.
Y como se esperaba a la edad de los diecisiete años, Arudhita Kapoor conoció a su futuro marido durante la celebración de las luces, más conocido como Diwali. Celebraban la entrada del año nuevo y era de las noches más significativas y alegre para ella. Los Kapoor eran invitados de honor junto con otras poderosas familias.
Todos eran conocedores de que la familia Yogananda poseía más dinero, más tierras que nadie en Maharashtra, solo lo superaban los Maharajás, los príncipes de la India.
Kamal Yogananda, segundo hijo de la familia, quedó atrapado en la belleza de la joven Arudhita. Kamal era joven y bien fornido, avispado para los negocios mercantiles y muy seguro de sí mismo. Donde ponía el ojo…lo hacía todo suyo. Tres meses después y en una ceremonia que nada tenía que envidiar a la de los mismos Maharajas.
Arudhita Kapoor adornada con los más caros y elegante atuendos que se pudieran elaborar en tan breve periodo de tiempo y galardonada con collares de oro y preciosas piedras. Pasó a ser el nuevo miembro de la familia Yogananda. Pasarían años sin que ella pudiera olvidar los cinco días que duro la ceremonia. Su ceremonia. Su boda con Kamal y… el efecto que tuvo en ella cuando conoció a su cuñado Bradma Yogananda, su esposa Priya y su hija Rania de dos años de edad semanas después de su boda.
Según le contó Kamal, su hermano Bradma había estado viajando por el sur de la India, durante dos semanas, desgraciadamente las lluvias torrenciales y el inicio de Monsoon, los habían mantenido en Goa. Haciéndoles imposible embarcar de regreso a Mumbai hasta que el temporal hubo amainado. El retraso tuvo como resultado la imposibilidad de asistir a la ceremonia de su hermano.
¡Y ahí, fue como empezó todo!
Bradma luchó por controlar la presencia de su cuñada. Arudhita simplemente disfrutaba visitándolo con excusas. Tentándolo con sus perfumes, sus atuendos ajustados abrazando sus curvas, revelando lo que él podía tener y lo que ella estaba dispuesta a ofrecer.
Pero Bradma era un hombre y ella, una mujer que se le ponía delante en una bandeja dorada. ¿Cómo podría soportarlo? ¿Como podría negarlo? Negarse probaría que no era un hombre.
Tres días después y bajo la luz de una débil luz de luna, Arudhita y Bradma bajaban las barreas, dejaron las insinuaciones a un lado para convertirlas realidad. Ella estaba feliz de llevarlo a su alcoba, pero él no podía hacerlo.
Sabía que estaba tentándose con la mujer equivocada. Y hacerlo bajo el mismo techo de su hermano le parecía una ofensa.
Arudhita nunca se quejó, nunca explicó. Se estaba enamorando del hombre con el que le hubiera gustado estar casada. La vida era tan injusta, solía pensar.
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Editado: 25.08.2024