El Que No Pude Tener

Capítulo Treinta y Cinco


                        

—Yo soy a quien quieres, —dijo ella. —No lo puedes negar.

Bradma asintió con la sonrisa más sexy que jamás pudiera ver en un hombre.

Arudhita lo miró fijamente y guardó silencio durante unos segundos.

—Así es. —añadió el, en una amplia sonrisa. —Supongo que ambos pensamos lo mismo.

—¿Y esta noche? —preguntó.

—La disfrutaremos juntos, —dijo Bradma acercándose a ella, brillando como un Dios enviado desde el cielo a la tierra, para complacerla.

—No podía esperar para encontrarme contigo esta noche, esperé en mi habitación a que la oscuridad alcanzara su máximo florecimiento. Esta noche quizás sea la última que podamos disfrutar durmiendo juntos hasta el amanecer. —dijo ella consciente de que, en horas, todo lo que habían hablado, y disfrutado juntos…seria solo un sueño vivido al que aferrarse.

Tenía muy claro que su esposo Kamal llegaría pasada esa noche. De que ella lo añoraría todo de él. El tenerlo como amante. El hombre del que ella se había enamorado por lo que era, no por lo que tenía.

—Sé que no podremos vernos como nos gustaría a partir de esta noche. Será sólo cuando estemos todos juntos... simplemente como miembros de la misma familia.

Pero en una noche como ésta, con la luna sonriendo y las estrellas cobrando vida lechosa. bandas plateadas. Casi deseaba poder quedarse con él para siempre.

Pero no era posible esconderse de la realidad. Y ambos lo sabían bastante bien.

Pero no ahora no— susurró a las estrellas. —Esta noche seré suya una vez más.

Sobre la cama arrugada con cortinas rígidas, algunas alfombras, un escritorio con copas de vino vacías y una chimenea, sin fuego. Bradma Yogananda abrazó a la mujer que amaba, y quizás por última vez... o hasta el próximo viaje de su hermano... pero también estaba Priya.

                                                                             ***

Bradma era un hombre más que encantador. Nació con privilegios arrebatados, en un mundo de caos y lujuria, y esa fue también su herencia.

Sabía que ella le pertenecía. Noches oscuras, anhelo oscuro.

Arudhita había sido suya desde el momento en que sus dedos se rozaron una noche amatista junto al jardín. Desde entonces decidió ir a buscarlo, porque vio algo en su cuñado que nunca podría encontrar en su propio marido.

Por mucho que hubiera deseado que él pasara toda la noche en la casa principal. En su cama. Reconocía con dolor que sería sólo un sueño, un sueño mágico que guardaría para siempre en su corazón.

Tras varias horas de amor y placer. Una Arudhita satisfecha y plena, se acomodaba en sus brazos de su amante, en su cama con la cabeza apoyada en su hombro desnudo y una pierna sobre él. Ella no podía dormir y no podía dejar de sonreír, se alegraba de que con la oscuridad de la noche él no pudiera ver su rostro.

Dejó que su cuerpo le infundiera nueva calidez. Escuchó la somnolienta y delicada canción dorada que se elevaba a través de la habitación, que los atravesaba a él y a ella juntos, uniéndolos en una red de notas, y pensó: Ahora él es mío, yo soy tuya

                                                                               ***

Aún no había empezado a despuntar el alba sobre De Dhama Veda, cuando el carruaje Kamal Yogananda, tirado de sus dos puras sangres, se paraban frente a la entrada principal de la propiedad. Había decidido salir más temprano y darle a su mujer una sorpresa.

La idea de dejarla sola por días, no le gusto en absoluto, especialmente cuando llevaban poco de casados. Añoraba los brazos de Arudhita, estar dentro de ella, caliente y dispuesta para él. La sensación de deseo se iba a ponderando de Kamal. La necesitaba como el mendigo por un trozo de pan y como el sediente por un poco de agua.




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