El Que No Pude Tener

Capítulo Cuarenta y Uno: Y llegó el día donde todo empezaría

RANIA Y SU MADRE, HABÍAN ELABORADO un plan con antelación. Algo percibían. Algo se sentía en De Dhama Veda, y en caso de que madre e hija tuvieran que huir, habían almacenado en la gruta, lo suficiente como para mantenerlas a salvo y con provisiones por largas semanas.

El día tan anhelado, había llegado y con ello, el pago de tantos años de dolor por parte de su cuñada

Maa, son más de las once de la noche, a estas horas debe de estar en sus habitaciones. —dijo Rania, mirando hacia el exterior de la oscuridad que cubría De Dhama Veda, como un manto sin protección.

Kamal volvería a la mañana siguiente y esta noche, con la luna llena, perezosa, ocultándose entre la neblina que lo cubría todo, seria cuando la venganza tan esperada tomaría lugar.

—Déjame ir delante, tú, quédate detrás de mí. Pero asegúrate de que no seas vista. Debemos de ser rápidas, —puntualizó su madre, con una mirada gélida hacia la zona donde se encontraban las habitaciones de cuñada.

***

Arudhita yacía adormilada en su cama. El efecto del láudano en su zumo de mango, estaba consiguiendo el resultado que Priya esperaba. Pero tampoco la quería inconsciente. Priya la quería lo suficiente vulnerable como para no poder defenderse y lo suficiente despierta para que sufriera lo que se le avecinaba.

—Entra beete—Llamó Priya, —ayúdame. Pesa demasiado para mí. —dijo, cubriendo el cuerpo de su cuñada con las sábanas he inmovilizándola a la vez.

Tras largos minutos de espera y asegurándose de que los sirvientes estuvieran en sus barracas, madre e hija, cargaban con algo de dificultad a la adormilada Arudhita. El trayecto hacia la gruta pareció eterno he interminablemente cansino. Cuando llegaron, colocaron el cuerpo sobre la plana roca.

Las dos sonrieron triunfantes, de tan arriesgado y a la vez exitoso plan. La gruta estaba iluminada por docenas de velas, Arudhta estaba tumbada en el centro de un círculo de luces. El olor a incienso inundaba la gruta.

—Ahora, tan solo es cuestión de tiempo, —dijo Priya, alejándose hacia el pequeño altar improvisado que ella misma había preparado esa misma mañana. De rodillas, preparaba un brebaje arrojándolo después en la pequeña fogata. Los rezos se prologaron por largos minutos, hasta que el chipoteo desde el otro lado de la orilla, las hizo girarse.

Impresionaba la apariencia que, con el paso de los años, poco había cambiado en Kumari. La bruja que, por décadas, buscaba incansablemente a su bebé y venganza de aquellos que buscaron de su poder y malicia olvidándose de pagar sus deudas. Y ahora aquí estaba ella, dispuesta a llevarse Arudhita, como la ofrenda nunca recibida.

Rania se apretó el chal contra su cuerpo, sintió el frio de la gruta recorriéndole la espalda, haciéndola sentir escalofríos.

La bruja Kumari, se adentró en las aguas, caminando sobre la superficie, hacia ellas poderosa, siniestra y sedienta de venganza. Un aura amarilla cubría su silueta. Sus brazos se alzaron por encima de su cabeza, para después estirarlos a cada lado de sus costados. Sus manos se abrieron, sus dedos se separaron entre ellos. Una sonrisa maléfica se dibujaba en su rostro.

Priya rezaba, llamándola con la mirada, fija en ella. Con la satisfacción reflejada en su rostro de saber, que el día había llegado.

Ahora podría morirse aquí mismo, pensó … Una vez qué la bruja se hubiera llevada a su cuñada. Moriría feliz, contenta tras haber vivido en una nebulosa soledad que solo la existencia de su hija había hecho posible de conllevar.

Rania, su querida Rania, pensó Mirandola. Un sentimiento de culpabilidad quebró un poco más su corazón castigado. Porque sabía cuál sería el futuro de su primogénita.

Sabía que nunca llegaría a ser la dueña de De Dhama Veda. Que nunca un marido yacería en las noches junto a ella. Que los hijos no nacidos, serian solo eso, un sueño que jamás se cumpliría. Y sabía desde el primer momento en que Beverly Sherwood puso sus pies en la propiedad de los Yogananda, que Devdas jamás se fijaría en Rania.

Porque conocía cual sería el futuro de su hija. Un futuro tan incierto como su existencia. Tan abrumador como su día a día y tan solitario como la existencia a la que ella, llamaba vida.

Porque Priya Patel estaba espiritualmente muerta. Su cuerpo se aferraba a seguir respirando, comiendo y sufriendo por una gran motivación. Ella. Arudhita Yogananda.

Maa, tengo miedo, —dijo Rania sin poder apartar la mirada de la figura que lentamente cruzada las aguas hacia ellas.

—No lo tengas, Beete. —Kumari, no te hará daño, —dijo su madre en un intento de apaciguar su miedo. —Ella solo viene por su deuda…no por nosotras. —Y girándose sobre sus talones se arrodilló junto a su cuñada. —Arudhita, despierta, tienes una visita, —dijo sacando un frasco de cristal con alcohol. El fuerte olor la hizo fruncir el ceño y arrugar la nariz. —Arudhita, despierta, —volvió a decir, inclinándose sobre ella, colocando una mano bajo la nuca de su cuñada. Elevándola y acercándole el frasco a la nariz.

No tardó mucho en abrir los ojos. Una Arudhita desorientada y sorprendida al verse en la gruta y no en su habitación. Giró la cabeza en repulsa al sentir el fuerte hedor a alcohol entrado por sus fosas nasales.

La bruja Kumari parecía una bola de luz. Su cuerpo emanaba energía vengativa.

Apoyándose sobre sus hombros, Arudhita, comprendió lo que estaba ocurriendo con ellas. Su cuñada la estaba entregando como ofrenda. Priya nunca olvidó y mucho menos perdonó, por haberle quitado Bradma.

­—¡Rania, dile a tu madre que pare todo esto! —suplicó mirándola.

—Es gracioso, tía, que seas tu quien lo sugiera. —respondió su sobrina, sin un ápice en querer complacerla. —Nunca hubiéramos llegado hasta aquí, si te hubieras mantenido fiel a tu matrimonio y de paso hubieras respetado el de mi madre. —respondió Rania, dispuesta a no escucharla. —Has vivido una vida privilegiada, —continúo diciendo, —sin importarte nada ni nadie, salvo tu… y solamente tu. Egoísta hasta el último momento de tu vida. Poco pensaste en nosotras. En cómo se pudiera sentir mi madre. Todos estos años sufriéndolos en silencio. Viendo como su vida sin futuro ni aliciente pasaba ante ella, vacía. Mientras tú, querida tía, disfrutabas de tu vida, junto a tu familia como si ningún daño hubieras causado.




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