El Que No Pude Tener

Capitulo Cuarenta y Tres

Los días pasaban y con ello nuevos acontecimientos. Pero esta mañana, algo era diferente. Tenía la sensación de que la seguridad en De Dhama Veda, iba perdiendo su carisma como lo iba haciendo el señor y dueña de ella.

Todavía seguía en mi cama, a pesar de que llevaba más de una hora despierta, pensando en la conversación de la noche anterior con Devdas, cuando de repente escuché el estruendo de un portazo.

El inesperado ruido me hizo saltar de mis pensamientos. Salí de la cama y con cuidado abrí la puerta de mi dormitorio. Los ruidos provenían del piso de arriba. Del estudio Kamal Yogananda.

No sabía qué hacer. No sabía si era correcto correr escaleras arriba para ver si todo estaba bien con él. Sólo para asegurarme de que nada malo estaría ocurriendo allí.

Pero me era imposible cerrar la puerta detrás de mí y continuar con mis pensamientos como si nada, sin saber que podría estar ocurriendo. Otro ruido, esta vez, caída de un objeto estrellándose con estrepito sobre el suelo.

Y fue entonces cuando decidí seguir mi intuición, de que algo estaba ocurriendo. Sin saber porque pensamientos negativos inundaron mi cabeza. Pensamientos desagradables. Pensamientos oscuros, sobre un Kamal amargado. Vencido. Vulnerable y dispuesto hacer cualquier estupidez por muy insignificante que pudiera aparecer.

Agarré los pliegues de mi camisón y subí corriendo las escaleras. La puerta del estudio estaba cerrada, pero sin el pestillo echado. La abrí de un tirón y ahora era yo quien jadeaba. Y fue cuando todo sucedió bastante rápido.

Sashi me vio y grito: —¡Bev, no!

Y Kamal disparó su arma hacia mí, la bala paso silbando sobre la parte exterior de mi brazo izquierdo, rasgando ligeramente mi piel.

Me sentí agarrada por las piernas y golpeándome con fuerza contra la piedra caliza, del suelo del estudio. El dolor fue una luz brillante que me atravesó. Sashi estaba sobre mí, protegiéndome con su cuerpo a modo de escudo humano, cuando otra bala rebotó cerca, lo suficientemente como para que astillas de madera picaran las manos y la cara de Sashi.

Y fue cuando sentí que me estaba arrastrando fuera del estudio. Otra bala explotó atravesando el hombro derecho de Sashi tocándolo gravemente y haciéndolo gritar de dolor y de sorpresa.

—¿Estás bien? —Me preguntó, arrodillándose ante mí, protegiéndome de los disparos, —Déjame ver.

—¡No! Eres tú, Sashi, ¡eres tú!

—Tenemos que ponernos fuera de su alcance, —dijo levantándome mientras me agarraba del brazo. —Tenemos que alejarnos de él... lejos de aquí.

—¿Que está sucediendo?

—Mi padre, —respondió, apretando la mandíbula con desolación y furia. — Tiene un arsenal allí. Y no puedo acercarme. —Me miró de nuevo y pude ver la oscuridad y ansiedad en su mirada. Una mezcla de lo que él podría ser capaz de hacer y lo que estaría dispuesto hacer tan pronto como yo estuviera salvo y fuera de esa habitación.

Kamal Yogananda Estaba agachado en el borde de la ventana de doble hoja de madera detrás de él. Sashi podía ver su cabello hinchado por la brisa, su bigote colgando en ambas comisuras de su triste boca. Tenía los brazos apoyados encima de una de las cajas para que sus manos estuvieran firmes para el siguiente disparo.

Estaba tan cerca del final del balcón que Sashi podría entrar sin ser visto.

Y eso fue lo que hizo, Sashi cruzó desde la ventana de la pequeña habitación utilizada como almacén hasta el estudio de su padre.

Se volvió justo encima de él. Kamal sintió una enorme sombra cayendo sobre la estancia. Para cuando se dio cuenta de quién era, ambos cayeron con fuerza sobre el suelo.

Sashi estaba encima de su padre. dispuesto a detenerlo a cualquier precio. Tan pronto como tocaron el suelo, le rodeó la cabeza con los brazos y sujetándolo con fuerza, listo para luchar si intentaba rodar, pero su padre no se movía. Su cuerpo se había relajado por completo.

Mientras tanto, yo, no me moví. No podría, incluso si alguien me hubiera rogado que lo hiciera. Al menos no, durante los siguientes largos segundos minutos.

Pude ver desde el hueco de la puerta que Sashi parecía encogerse un poco. Miró a su padre y sacudió la cabeza.

Su herida sangraba y yo no podía dejar de mirarla. De alguna manera me agarró del brazo otra vez y logré permanecer sentada en lugar de boca abajo.

—¡Sashi! —dije, aunque fue más un balbuceo. Estaba sangrando. Toda la mitad superior de su brazo estaba cubierta de sangre, húmeda y reluciente.

—Tiro limpio—dijo mirándome.

Y de repente la realidad me golpeó directamente. Sentí mi cuerpo temblar. Asustada. Petrificada. Notando mi agónica desesperación por no desvanecer allí mismo, tomó mi cara entre sus manos.

—De verdad, Bev. Estoy bien. Es mi culpa.

—¿Pero que le sucedió? ¿Por qué nos estaba disparando? Y fue cuando me di cuenta de que muchas de las cajas estaban abiertas, papeles arrugados esparcidos por el suelo—¿Que es todo esto?

—Los rifles Winchester —dijo. Levantó la mano y apuntó a un par de armas grandes y de aspecto malvado colocadas más allá de las cajas. Las había atado a patas, por así decirlo, hocicos estrechos, tambores redondos y montones, montones de balas. Justo como lo describió antes. —Si nos hubiera disparado con eso, no estaríamos aquí para poder hablar sobre eso ahora.

—No lo entiendo ¿por qué?




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