El Que No Pude Tener

Capitulo Treinta y Siete

Hacia una nueva vida.

"Una mujer vale todo el oro que cabe en el espacio que ella ocupa en una estera: a mayores muslos, más oro". Bev, leyó el párrafo por segunda vez, tumbada en la cama del estrecho camarote que llevaban compartiendo desde que zarparan semanas atrás. Dejo sobre su regazo el libro que comprase en Mumbai sobre La cultura india y sus rarezas.

A su lado, Devdas, dormitaba, sus largas pestanas acariciaban las mejillas bellamente definidas para ser hombre. Su respiración era suave y ella no se cansaba de mirarlo y mucho menos de amarlo cada día un poco más.

Acaricio el brazo de él. Devdas giró la cabeza ligeramente hacia y ella y abrió sus lentamente sus ojos. Allí estaba ella, tan hermosa y dulce como en sus sueños.

— ¡Estaba soñando contigo, Bev! Te quiero. —dijo—Te quiero como ningún esposo ha amado a una esposa antes.

Ella se cambió de postura y se arrodilló a su lado, para verlo de frente.

—Amémonos unos a otros por los siglos de los siglos.

—Así... —dijo Devdas atrayéndola hacia él para besarla.

—No, no así, pero cada vez mejor. —dijo ella profundizando el beso.

—Te juro, Bev, que te amaré para siempre.

—Devdas... Devdas... Devdas mi amor.

— ¡Bev...! eres demasiado hermosa...

Una hora después y más feliz, Beverly dejaba la cama del estrecho camarote para dirigirse hacia el baño. Besó a Devdas para después encerrarse en el pequeño cubículo.

Devdas se incorporó perezosamente y miró a través del ojo de buey del camarote. La lluvia era como un mensaje del cielo, como si los cielos lo aprobaran, y él era uno con esos cielos en la obra en la que ahora estaban ocupados, retirando los pliegues más oscuros de la luz, luego rompiendo los espesores de modo que jirones y fragmentos de una palidez casi plateada jugaban con la oscuridad, se extendían, se retiraban.

Una sombra de luz apareció en la superficie del mar, iluminando el agua manchada por la lluvia como una semilla que brota del suelo. Mientras se mantenía acostado de espaldas, con las rodillas hacia arriba, su carne estaba fría y dura. Su cuerpo era compacto como si estuviera envuelto en acero. Toda la vitalidad sexual personal emanaba como hombre joven que era.

Minutos más tarde aparecía ella, pulcramente acicalada, y hambrienta. Tras varios minutos de halagos hacia ella, Devdas desaprecio tras la puerta del estrecho baño.

***.

La cena en la espaciosa y modesta cantina del buque, hizo las delicias de ellos. Había pasado demasiado tiempo ocupados uno con el otro, conociéndose un poco más de lo que ya por si, se conocían.

En la mesa vecina una pareja de mediana edad, digerían meticulosamente su cena. Hacían breves comentarios y priorizaban en degustar el plato delante de ellos, a base de patatas hervidas, judías verdes, zanahorias y una generosa porción de ternera, bañada con una salsa de color caramelo, prepara con los jugos de las carnes y espesada con almidón de maíz.

—No puedo creer que ya estemos llegando a las costas inglesas, —dijo un joven desde otra mesa. —Estoy cansado de este barco, necesito estirar las piernas y respirar aire fresco.

Bev miró a su marido con una dulce sonrisa perenne. Estaban cerca, le decía con la mirada. Y Devdas asintió. Habían capeado tres largas semanas embarcados, con vientos fuertes, mareadas y la placides de disfrutar también de aire fresco y de días soleados en la cubierta.

Había sido para ella, las mejor Luna de Miel, que una mujer recién casada pudiera soñar, Había tenido todo para ella, sin interrupciones y a su lado. Disfrutando y descubriendo cada rincón de sus cuerpos. Consumiendo el amor en las largas noches y leyendo em los brazos de él, antes del ultimo beso de buenas noches.

Pero Beverly sabía que la realidad los esperaba. De que la vida de casados comenzaría en Londres. En el hogar que ellos crearían. En el hogar que ella estaba destina a crear para ambos. Para él.

Pensó en su tía Gertrudi y en como la aconsejaría… Como ser la esposa y señora perfecta. Bev, no pudo evitar sonreír, su tía estaba orgullosa de sus dos sobrinas. De como habían crecido sin padres bajo la tutela incondicional de ella. De como sus dos sobrinas habían sabido elegir bien a sus magníficos y respetuosos maridos. Y aunque aun no conocía en persona a Devdas, se refería a él entre sus amistades como si el fuera un Maharaní príncipe, que venía del sur de Asia. Bev supo que siempre tendrían la aprobación de su tía. Quien incondicionalmente esperaba ansiosamente la llegada de ambos.

Partiendo en pequeños trocitos su zanahoria, sonreía interiormente, mientras escuchaba atenta el comentario que Devdas hacia sobre el pescado bien marinado en especias que le habían servido. —El cocinero debe ser mumbaikar,

Ella asintió, pero no por su comentario sino por lo felices que iban a ser. Enfrentarían juntos cualquier obstáculo. Juntos criarían y educarían a sus hijos bajo las dos culturas.

Su mente bullía de proyectos y de cosas por hacer una vez que estuvieran asentados en su propio hogar, Quería que Devdas conociera su ciudad. Su país de norte a sur y de este a oeste. Quería que el se sintiera parte de su mundo, Y por Dios que ella, haría todo y mas por cumplir su cometido.

Solo esperaba que lo hijos no llegasen aún. No tan pronto. Pero tenía la sensación de que la semilla de Devdas germinaba dentro de ella. Habían disfrutado de largas noches de amor…

Tocándose su estómago aun bastante plano, sonrió. Se sentía feliz. Lo dejaría en manos del destino. Simplemente se dejaría llevar y disfrutar del hombre con quien se había casado.

Del hombre que jamás creyó que conocería.

De la oportunidad que un anuncio en el periódico local le ofreció.

De la oportunidad de haber tenido la mejor aventura de su vida.

Mumbaikar… nativo de Mumbai




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