Marisol
Cuando regresó a la residencia, puso su teléfono a cargar.
Luego, encendió su vieja laptop y decidió averiguar quién era Nicolás Miranov.
Los primeros resultados la dejaron sin aliento.
Un millonario.
Dueño de un reconocido estudio de fotografía.
Y lo más sorprendente: hijo del alcalde de la ciudad.
Leyó su biografía en Wikipedia y sintió un leve mareo.
Su esposa resultó ser una influencer famosa e hija de otro hombre poderoso y adinerado.
¿Cómo podía alguien así viajar en tranvía como cualquier persona?
Nadie le creería.
Y lo mejor sería esconder la foto.
Ahora entendía su reacción.
¿Llamarlo?
Ni loca.
Con manos temblorosas, cerró la laptop y la apartó.
Era mejor olvidar todo aquello.
Sin embargo, al día siguiente no pudo resistirse y volvió a buscar información sobre él.
Y ojalá no lo hubiera hecho.
Porque se encontró con un artículo con su fotografía en el tranvía.
Gracias a Dios, solo se veía parte de su abrigo de invierno.
Pero decidió no volver a ponérselo en una buena temporada.
Tenía otro, un poco más viejo y gastado.
Mejor usar ese.
También cambió su bufanda por otra que le había tejido su abuela.
Solo el guante le pesó en el alma.
No podía tirar un regalo de su abuela.
Así que decidió llevarlo de vuelta al pueblo y dejarlo allí.
Ni siquiera pensó en la posibilidad de encontrar el otro.
Seguramente ya lo habrían tirado.
Después de todo, ¿qué posibilidades había de que el propio Miranov lo recogiera?
Y aunque lo hubiera hecho, lo último que quería ahora era tener que volver a verlo.
Nicolás
A la noche siguiente, Nicolás revisaba documentos en la oficina cuando entró Jorge.
— Oye, explícame algo… — soltó con tono pensativo.
— ¿Sí? — Nicolás levantó la vista, enfocándose en su socio.
— ¿Viste este artículo? — preguntó Jorge, tendiéndole una tablet.
Nicolás la tomó, echó un vistazo a la pantalla y no pudo contenerse:
— ¿Hablan en serio?
El titular no dejaba lugar a dudas:
"Un millonario en el tranvía: ¿extraño intento de ocultar una infidelidad o simple capricho de los ricos?"
Justo debajo, una foto suya en el tranvía.
Alguien lo había captado de perfil, mirando a la chica con la cámara.
Por suerte, en la imagen solo aparecía un fragmento de su abrigo.
Si hubieran salido juntos, eso sí que habría sido un problema.
— Sigue leyendo.
El artículo en sí no era del todo negativo, pero cuando llegó a la parte donde testigos afirmaban que había subido al tranvía con una chica joven, que iban tomados de la mano y charlaban animadamente, Nicolás sintió que le hervía la sangre.
Incluso se hacían preguntas como: "¿Se trata de una señal de infidelidad? ¿Será por eso que la esposa del empresario dejó el país justo antes de Navidad?"
— Nada nuevo. Lo de siempre, — se encogió de hombros.
— Dijiste que habías tomado transporte público, pero… ¿Quién es la chica?
— ¿Desde cuándo eres un discípulo de Elia? — suspiró Nicolás.
— Vamos, admite que es curioso. Aunque, hablando de Elia… te va a matar.
— Solo armará otro de sus dramas en redes sociales, gritará a los cuatro vientos lo miserable que soy y luego grabará una serie de videos sobre lo santa y martirizada que es.
Le devolvió la tablet y añadió con ironía:
— En el fondo, debería agradecerme por darle material para su show.
— O sea que tú…
— No. No soy un santo, pero tampoco voy a exhibirme así, a plena vista. Tengo al menos un mínimo de respeto por mí mismo y por mi familia.
— Cínico.
— Envíame el enlace.
— Pensé que no te interesaba.
— Hay que aparentar que me comunico sinceramente con mi esposa. Y de paso, darle algo para alimentar su historia.
— Qué generoso. Pero tú sabrás. Ahora te lo mando.
— Gracias.
Jorge salió de la oficina.
Nicolás se levantó con calma, tomó la taza de café, bebió un sorbo… y la estrelló contra el suelo con toda su fuerza.
Exhaló con pesadez y se acercó a la ventana.
Alguien llamó a la puerta.
— ¿Sí?
— Señor Miranov, escuché un ruido. ¿Ocurrió algo?
— Se me cayó la taza.
— Últimamente usted… Oh, está bien. Llamaré a la señora de la limpieza. ¿Le traigo otra taza de café?
— Sí, por favor. Gracias.
Inhaló profundamente, exhaló y volvió a centrarse en los documentos.
Un rato después, sonó su teléfono.
Jorge le había enviado el enlace.
Nicolás se lo reenviò a su esposa, acompañado de unas disculpas y un par de frases estándar sobre amor y lo mucho que lamentaba haber "dado motivos para que alguien pensara lo que no era".
Últimamente habían alcanzado un cierto equilibrio, y no tenía ganas de volver a empezar la misma batalla de siempre.
Dejó el móvil a un lado y se concentró en el trabajo.
Solo alzó la vista cuando Jorge asomó la cabeza por la puerta para despedirse.
— No te quedes hasta tarde. Mejor vete a casa y descansa. Te estás matando con tanto trabajo.
— Lo intentaré. Ya me queda poco.
— Tú sabrás. Yo me voy, en casa me esperan.
— Pues deja de hacerme perder el tiempo y vete ya. Salúdales de mi parte.
— Lo haré.
Cuando se quedó solo, miró la mesa, suspiró y cerró las carpetas.
Guardó algunos documentos en la caja fuerte, tomó su abrigo y salió de la oficina.
La secretaria ya no estaba. Solo se veía luz en el despacho de su asistente.
— Juliana, — asomó la cabeza. — Ya es tarde, ¿por qué sigues aquí?
— Informes. Mi esposa me dijo ayer que si vuelvo a llevar trabajo a casa, me mata.
— ¿Te falta mucho?
— No, ya casi termino. Ve tú primero.
Él asintió y estaba por irse cuando la oyó decir: