A la mañana siguiente, la luz del sol inundó la habitación, exponiendo la fachada impecable del matrimonio. Luna se levantó, su decisión cimentada por el dolor de la noche anterior.
Ella conocía la rutina de Damián. Los miércoles eran "noches de trabajo", que significaban el ático de lujo que él mantenía en la ciudad. Hoy, iría a ese ático. No para confrontarlo, sino para ver la prueba con sus propios ojos, para que no hubiera vuelta atrás.
A las 11:00 a. m., Luna estaba en el ascensor privado del rascacielos de Damián. Cuando las puertas se abrieron en el piso superior, la escena se grabó en su memoria como un ácido corrosivo.
El salón estaba desordenado, copas de champán sobre la mesa de café y ropa esparcida. En el sofá de cuero blanco, Damián, con una bata de seda, estaba riendo mientras Vanessa, desnuda, le daba de comer una fresa.
"Mi amor, eres el más brillante", gorjeó Vanessa, deslizando su mano por la espalda de Damián.
Luna no hizo ruido. No gritó, no lloró. Solo levantó el teléfono y tomó una sola foto que capturaba a la pareja en su éxtasis de traición.
Salió del ático tan silenciosamente como había entrado. Su corazón no estaba roto, estaba congelado en un bloque de hielo.
Editado: 20.11.2025