Los focos de la alfombra roja parpadeaban como luciérnagas. El evento era la gala de lanzamiento de la nueva colección de la marca de moda y estilo de vida más comentada del momento: Selene Global.
Una limusina negra, tan silenciosa como un fantasma, se detuvo. Un chófer abrió la puerta, y una mujer emergió, haciendo que las cámaras dispararan sin control.
Alta, con un cabello negro azabache que caía en ondas perfectas y un vestido de seda esmeralda que parecía haber sido líquido sobre su piel, era la personificación del poder silencioso. Cada joya que llevaba gritaba millones, y la confianza en sus ojos era un arma afilada.
Era Selene Black, la dueña y fundadora de Selene Global.
Pero no era Selene. Era Luna.
Cinco años habían pasado. Cinco años de trabajo incansable, de construir un imperio con su propia visión, de sanar y criar a sus mellizos, Leo y Mia, en la privacidad de un continente lejano.
Luna caminó por la alfombra roja, su mirada fría y calculadora. No había alegría en sus ojos, solo un propósito.
Desde la multitud, Damián Ferrer la observaba. Había envejecido. Su arrogancia se había convertido en un rastro de culpa, y en su mirada ahora solo había arrepentimiento. Estaba solo, Vanessa lo había dejado cuando su fortuna tuvo un revés.
Pero Luna no lo vio a él. Sus ojos se fijaron en una figura a su lado: Vanessa, la ex secretaria, ahora la organizadora del evento, con una expresión de envidia venenosa.
Luna muestra una sonrisa tan afilada como el hielo. Había regresado.
La venganza estaba a punto de servirse.
Editado: 20.11.2025