Seis años habían pasado desde aquella terrible fiesta, cuando más de un corazón se rompió y todo cambio para Lucille. Ni siquiera se molestó en recoger sus cosas en la casa, puso en marcha el auto, viajó por horas sin tener ningun plan en mente hasta que por fin llegó a la ciudad. Sobrevivir en la gran ciudad sin un título universitario no era sencillo, quien conocía a Lucille podía atestiguar que se trataba de una jovencita inteligente y trabajadora, nunca le temió al trabajo pesado y desde niña buscaba la forma de ayudar en el negocio de sus padres, la única imprenta del pueblo.
Muchas cosas pueden cambiar en seis años, ahora llevaba su cabello corto, aun era rebelde pero le gustaba en lugar de molestarle. Estudió la universidad y comenzó a trabajar en una importante firma de abogados, misma que ese día la había despedido por no querer representar a un cliente bastante desagradable. Abrió la puerta de su departamento con un resoplido, por fin las cosas comenzaban a funcionar y de repente bam, adiós empleo soñado y hola trabajo de tiempo completo en la cafetería de Karla, su única amiga en la ciudad.
- Maldición.- Musitó intentando equilibrar el café en su mano mientras daba vuelta a la llave. Y porque parecía odiarla el destino su teléfono comenzó a sonar.- Ay... Rayos, ¿Bueno?
- Hola Lucille, soy Luisa.
- ¿Luisa?
- Tu hermana.
- Podría sorprenderte pero sí sé quienes son mis hermanos.- Respondió ella sentandose contra la puerta, si no puedes con ellos uneteles.- Suenas apresurada, ¿Está todo bien?
- Si... no, necesito pedirte un favor.- Luisa sonaba incómoda, de las tres hermanas era la menor (hasta el nacimiento de Lewis) y fue quien decidió quedarse en la casa a cuidar de la abuela Christine . - Bruno y yo tenemos un viaje de negocios y... sabes que no te lo pediría a menos que fuera inevitable. Necesito que te quedes con nuestra abuela durante unos meses.
Lucille miró alrededor, considerando su respuesta, ya no era aquella chica despreocupada que asistió a la graduación, había crecido (no fisicamente, muy a su pesar su estatura seguía siendo la misma) Podía permanecer en la ciudad viendo cómo el resto de su vida se desmoronaba o podía regresar al único lugar del mundo a donde no pretendía regresar.
- ¿Hola? ¿Sigues ahí?
- Si, puedo hacerlo.
- Excelente, hay una enfermera que la cuida durante el día, después te mando por mensaje toda la información, ¿Vale?
- Vale.
- Gracias Luci, te amo, eres la mejor.
Luisa colgó. Lucille se levantó, dió un sorbo a su café y logró abrir la puerta. El espacio estaba muy ordenado, se suponía que sería algo temporal pues quedaba lejos del trabajo y del metro. Regresar al pequeño pueblo donde creció le parecía aterrador, aun recordaba ese último día, la humillación, la traición, el dolor.
Todas las parejas bailaban al ritmo de una lenta canción, incluso Eddy y su "cita" bailaban. Lucille y Mathew no eran la excepción, para todos los presenter eran la pareja perfecta, ella guapa e inteligente, el apuesto y atlético. Y en un instante todo termino.
- Oye Luci, hay algo que debo decirte.- Susurró su novio, sus labios pegados a su cabello .- Es muy importante y debo hacerlo ahora o no me atreveré a hacerlo.
Esa clase de frase no le agradaba a Lucille, o a cualquie novia en general pues podía significar una de dos cosas: matrimonio o rompimiento y ella no estaba lista para ninguna. Había algo diferente en Mathew, esa noche estaba distante, distraído. Hablaba y sonreía pero su sonrisa no era auténica. ¿Acaso pasó algo malo?
Huir del pueblo quizás no fue la mejor idea, esa decisión la obligó a crecer muy rápido, en cuestión de un día pasó de ser una joven estudiante que vivía en casa de sus padres a ser una joven sin empleo o casa, sola en la enorme ciudad. Ahora prometió regresar a su viejo hogar, donde miles de recuerdos (buenos y malos) la esperaban en cada esquina. Le gusta pensar que de todas formas se habría ido, que el rompimiento con Mathew solo fue un catalizador... la verdad nunca podría estar segura. A veces un corazón destrozado puede llevarte a hacer cosas inimaginables.
- Entonces hay que empacar .- Dijo en la dirección de su cuarto, donde seguramente dormitaba su única mascota, un gato gordo y flojo, que si su presencia no bastara para alejar a los ratones jamás se molestaría en perseguirlos.
Por un lado temía regresar y notar el pueblo cambiado, al mismo tiempo temía encontrar todo igual, su nostalgia peleaba con sus escasos malos recuerdos. Solo una cosa la mantenía firme en su promesa de ayudar, Luisa había sacrificado muchas cosas por cuidar a Christine tras la muerte de sus padres, merecía esto, merecía viajar y conocer el mundo. Aun recordaba a Luisa, tan soñadora y alegra, planeando tener su propia compañía importadora de café, sueño que puso en pausa sin reclamarselo a nadie. Lewis, al ser el más joven no quería estar atado a la casa y Laura tenía su propia familia (dos hijos y un tercero en camino), no podía hacerse responsable por una persona más.
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Editado: 17.04.2021