—Ma me voy a la fiesta de Francisco. —dijo mi hermano desde el umbral. Agitó la mano y mostró su sonrisa. Mamá le echó la bendición girando su silla del ordenador y una vez dibujada una cruz en el aire hacia él, continuó:
—Mucho cuidado papi y vengase temprano.
Esa noche gritaba monotonía; mi madre en la computadora, mi padre frente a la tv de su alcoba. Yo miré la escena desde la cocina, preparando alguna tontería. Lo último que vi, fue a él agitando su mano.
Luego fui a ver la tv con mi viejo hasta aburrirme. En mi alcoba, perdí la noción del tiempo viendo algún documental de Discovery, pero sabía que debía ser tarde pues ya empezaba a escucharse el resonar de las canicas en el techo.
Vivíamos en un departamento en segunda planta. Cada noche se escuchaba el sonido de canicas rebotando en el suelo. Como si un niño decidiera jugar con sus bolitas pasada la media noche. Inicialmente resultó extraño, pero ya teníamos años allí, así que no importaba.
Salí al baño y noté la puerta de mis padres abierta. Los vi a ambos dormir tranquilos. La cerré y seguí mi camino.
El sueño se me espantó y fui a jugar en la computadora. Sin embargo, el constante resonar de las canicas, en medio de la soledad y silencio, me ponía nerviosa. Apagué el ordenador y volví corriendo a mi alcoba.
Cambiaba de canal en la tv, sin prestar atención. No recuerdo la hora, cuando un cabezazo que me di contra la pared me trajo a la realidad. Noté luces rojas y azules brillando en mi ventana, me acerqué a abrirla y saber qué ocurría. Vi a la policía y una ambulancia en el estacionamiento y una muchedumbre aglomerada en medio. No comprendí que ocurría; oficiales corrían intentando disipar el tumulto.
Noté entre la gente a casi todos los vecinos y por alguna razón sentí hiperventilarme, así como mi corazón acelerarse. Cerré sonoramente la ventana y decidí bajar a mirar. Al abrir la puerta de mi habitación, noté de nuevo abierta la de mis padres, fui a cerrarla antes de irme y vi a papá durmiendo solo «¿Dónde está mami?» pensé.
Todo estaba oscuro y tranquilo. Igual que antes de dejar la computadora, el silencio se interrumpía por el resonar de las canicas. Ignoré el sonido y fui a la cocina por mis llaves.
Bajé las escaleras sintiendo cada pisada más fuerte. El corazón quería abandonar mi pecho, es que cada latido era un golpe dentro de mí. Un escalofrío recorrió mi columna al acercarme.
Observé el estacionamiento trasero convertido en una feria, cuya atracción principal era lo que ocurría en el centro del tumulto. Di un paso en esa dirección, pero algo me hizo dirigirme al frente del edificio. Sin darme cuenta, me encontré en el patio central.
Alrededor de un árbol, unos amigos de mi hermano menor, corrían y saltaban de la mano canturreando:
—¡Tili-tili-bom! Cierra ya tus ojos —decía el niño.
—¡Alguien te puede observar, desde la ventana! —continuaba la niña.
Todo se tornó creapy y yo seguía confundida.
—Eniel, ¿Qué están haciendo? —pregunté al niño, pero él continuó saltando y canturreando.
—¡Tili-tili-bom! Aves nocturnas cantan. —tarareó Eniel con la mirada perdida.
—¡Él vino a visitar! —luego su hermanita, con ojos ensombrecidos.
—A los que no duermen —Cantaron ambos. La piel se me erizó al escucharlos.
Quería moverme y correr lejos del par de niños. Mi cuerpo no reaccionó, solo podía seguir mirando, sintiendo más escalofríos recorrerme.
—Él camina… —Dijo uno.
—Él ya viene… —Y luego el otro.
—¡Cerca! —Ambos. Mis pulsaciones se volatizaron aún más.
Ya no sabía, cuál decía qué o quién le seguía, lo único certero es que la escena se volvía más espeluznante, mientras coreaban la horrible cancioncita y sus rostros perdían toda expresión.
—¡Tili-tili-bom! ¿Puedes escucharlo?
—Escondido él está, para vigilarte.
Mi cuerpo trepidaba. Logré controlar mis ojos y así observé una figura alta, cubierta por una capa negra que impedía ver su rostro. Permanecía suspendida, flotando sobre el suelo, acercándose al lugar donde estaba. El canturreo de los niños le llamaba, moviéndose al ritmo de la espantosa melodía.
—Él camina…
—Él ya viene…
—¡Cerca! —Ambos.
Cuando eso se acercó hasta el árbol posé mi vista en los niños, pero ahora lucían demacrados. Con enormes ojeras negras, sus pieles pálidas; como si la vida se les escapara delante de mí. Se volvían cadáveres ante mis ojos y seguían entonando la horrorosa melodía.
—¡Tili-tili-bom! La oscuridad invade…
Eso extendió sus largos brazos, dejó a la vista enormes y filosos dedos como garras. Tragué hondo ante esa imagen y sentí el ambiente helarse. Los niños permanecían en un trance y sus voces perdían fuerza al entonar la melodía.
—Él está detrás de ti.
—Y va a atraparte.
Sudor descendió por mi frente. El frío incrementó y vaho emanó desde mi boca, observando con asombro como eso aprisionaba a los niños entre sus garras, hasta escuchar el crujir de cada hueso romperse en su interior.
El trepidar de mi cuerpo aumentó mientras sus voces se apagaban, reemplazadas por sus crujidos haciendo eco en mis oídos. Era horrible, insoportable. Mis piernas no se movían y mis ojos seguían mirando. La sangre emanando de sus cuerpos, escurrió cual cascada entre los dedos de la espeluznante criatura que, ahora venía por mí.
Los niños sin vida cayeron a mi lado como hojas de papel arrugado, mostrándome el destino que ahora correría. No podía escapar, intenté luchar contra mí misma, pero fue imposible; mi cuerpo permaneció inmóvil, sin ser capaz de emitir un sonido en busca de ayuda.
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misterio paranormal, muerte y sangre, historia basada en hechos reales
Editado: 05.10.2020