El rincón de los condenados

3. La llegada de un ángel blanco

Era un viernes de mayo de 1960, la noche comenzaba a caer, al igual que el agua de la fuente rota de mi madre, que dio gritos desesperados pidiéndome que fuera en busca de la partera, salí corriendo de mi vieja casa a toda prisa, con rumbo a la vivienda de la partera, que por cierto era amiga de mi madre. Ella no esperó a que le diera muchas explicaciones y después de un largo tiempo, nació mi hermano, era blanco, muy diferente a mí, un niño muy hermoso a mi parecer, aunque no para mi madre, que al verlo hizo un gesto de desprecio y asco.

- LLevátelo, le dijo a la partera, - dáselo a quien lo quiera.

-¿Qué? No puedo hacer eso, Es tu hijo, oye escucha, sé que sientes que no vas a poder hacerlo...

-No lo quiero en mi vida, gritó mi madre llorando, - no lo quiero, ¿Qué no lo ves? Tiene la cara de ese desgraciado.

Yo observaba el triste cuadro desde la puerta de la puerta de mi pequeña habitación, mi corazón de hermano mayor, se estremeció al escuchar las duras palabras de mi madre, sabía que ese bebé, no había sido para nada deseado, ni siquiera yo lo había sido. Sin embargo, yo lo añoraba desde que ella me confirmó que estaba embarazada.

La partera se dio cuenta de mi presencia, se acercó a mí y acarició mis rizados cabellos.

-Samuel, oye, ya es muy tarde, ve a dormir, no te preocupes por tu madre, está bien, ella es fuerte. Me quedaré con ella esta noche.

-Y mi hermano, ¿Cómo está?

-Está bien, ya ve a dormir.

-Samuel, escucha, ese niño, no creo que debas pensar en él, es blanco, los blancos nos han hecho demasiado daño y, aún lo hacen.

-Pero si solo es un bebé, si se cría con nosotros, aprenderá a querernos. ¿Qué piensa hacer mi madre con él?

-No lo sé, pero yo no puedo involucrarme, es su decisión y tú también debes respetar eso. Ahora, ve a dormir, vamos, obedece.

Demás está decir, que por más que lo intentaba, no podía conciliar el sueño, no solo era el llanto del bebé, lo que impedía que lo lograra, sino también, el extraño presentimiento de que mi madre hacer algo malo en cualquier momento. Aunque el hecho de que la partera estuviera con ella, me tranquilizaba. Por lo que un tiempo después, me quedé dormido.

No recuerdo exactamente qué hora era cuando desperté, pero nunca he logrado olvidar la cruel y triste razón: el sonido que hacía la vieja puerta de madera al abrirse, alguien había salido con rumbo a la calle y esa persona era mi madre. Lo supe cuando me levanté con rapidez de la cama y corrí hacia el pasillo que daba a la puerta, como todo "hombre de la casa" que me consideraba, para asegurarme de que no se hubiera metido alguien a robar. Mi corazón se aceleró al verla caminar sin rumbo, con el bebé en sus brazos. Corrí lo más que puede para alcanzarla, porque, a pesar de que caminaba, lo hacía con mucha rapides.

- Mamá, le grité, - espera por favor, ¿Qué haces? ¿A dónde vas?

Se dio la vuelta para mirarme, pero en vez de detenerse, empezó a correr, la imité, ahora más rápido que antes, hasta que llegamos casi al mismo tiempo a un tanque grande de basura.

- No lo hagas, por favor, le supliqué sollozando, damelo, él no te ha hecho nada.

- ¿Qué no me ha hecho nada dices? gritó, - Es basura blanca igual que su padre, ¿Sabes cuánto daño me ha hecho él? No lo sabes, aún eres muy chico para saberlo, si fuera una buena persona, te quisiera, después de todo, también eres su hijo, ¿Te has preguntado porqué no te quiere? Porque eres negro.

- Pero él no va a ser así, lo criaremos nosotros, él será bueno...

- No lo quiero, entiende, no lo quiero.

Me ahogué con mi propio llanto cuando la vi lanzar al bebé hacia el fondo del tanque, recuerdo como temblaba mi cuerpo al escuchar el llanto fuerte y desgarrador del pequeño niño indefenso al caer sobre la cantidad de desechos. Ella se dio la vuelta y comenzó a alejarse, ya no la seguí, me quedé allí esperando que estuviera lo suficientemente lejos, para reunir todas mis fuerzas y girar el tanque hasta tirarlo al suelo, lo logré después de pocos minutos. y en un tiempo que me pareció eterno, conseguí tener a mi hermanito entre mis brazos. El bebé lloraba sin calmarse, no había sufrido ningún daño físico, pero estaba asustado, muy asustado. No quería regresar a casa, sabía que mi madre podía volver a hacerle daño, así que, empecé a caminar sin rumbo alguno por aquellas oscuras y solitarias calles. Sin embargo, el niño no se tranquilizaba, lloraba y temblaba de frío, así que, tomé valor y volví a casa. La puerta estaba abierta, pude escuchar antes de entrar, los gritos de la partera y el llanto de mi madre, que se mezcló luego, con el del pequeño bebé en mis brazos.

La señora Eugenia corrió hacia mí y me arrebató al niño.

- ¿De dónde lo traes? Me preguntó mirando a mi madre.

- Del tanque de la basura, respondí al instante, - no se hizo daño, pero creo que tiene frío.

Una bofetada cayó sobre el rostro de mi madre, que sollozó dejándose caer sobre la silla que estaba junto a ella.

- Ese bebé no es un monstruo, gritó la partera, - aquí el único monstruo eres tú. ¿Qué te ocurre? ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¿Y si hubiera muerto?

- No me importa, que se muera, no lo quiero, míaralo, es blanco, blanco igual que ese infeliz.

- ¿Qué acaso no recuerdas lo que él te dijo? Si le pasaba algo al niño, lo ibas a pagar. Piensa en Samuel, puede hacerle daño, ese hombre es capaz de cualquier cosa. Escucha, ten paciencia, en cualquier momento vendrá a llevarselo y tú quedarás libre, pero no condenes tu alma lastimando a un inocente.

Aquella madrugada llegué a entender muchas cosas, principalmente, la relación que mi madre tenía con aquel hombre blanco que nos visitaba cada fin de mes y que se encerraba con mi madre en la vieja habitación donde ella dormía. Comprendí la razón de sus gritos y llantos, durante las noches y los negros moratones de su rostro. Ese hombre era la pesadilla de nuestra pequeña familia y ese hombre fue mi pesadilla y lo siguió siendo durante dos años más, los mismos en los que, mi pequeño hermanito, se convirtió en ese ser especial que le daba tranquilidad a mi alma y a mi caracter rebelde, ese pequeño que se volvió como mi hijo, ya que, mi madre no se atrevía ni siquiera a mirarlo. Y fue, en un día, de esos dos años, donde la conocí, tan hermosa, pequeña y frágil, blanca, blanca y rubia, como todas las que mi madre odiaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.