Anochece en la ciudad. Otra vez.
Oculto mi rostro con la capucha de este viejo abrigo, dispuesta a desaparecer entre las sombras proyectadas por los faroles que se encienden, poco a poco, en el camino.
Una pareja de enamorados avanza en dirección contraria. Ambas personas ríen, igual que dos niños en un parque de diversiones. Alcanzo a oír un único fragmento de su conversación:
—Y me miró, ¿viste? Y yo no podía decirle que me había comido SU helado.
—¡Y no, obvio! ¿Entonces qué le dijiste?
—Bueno, viste cómo soy, ¿no? Agarré y...
De mis labios escapa un suspiro.
¿Solíamos ser así las dos? No puedo asegurarlo. Creo que estoy comenzando a olvidar nuestras citas... ¿Tal vez por ello es que mi alma ha sido invadida por tonalidades grisáceas?