El ruido en el patio

Juntos

Tomados de la mano con Sandra, no podía creer que ella estaría conmigo en estas circunstancias, le dije que sin reproches de mi parte entendería que aparte su camino de mí y busque otra persona que no tenga digamos, "ruidos en el patio". Pero Sandra está y se ve que es para quedarse.

 

-Corazón estoy con vos, formamos un vinculo muy fuerte- me dice Sandra mirándome a los ojos- Juan... ya he dudado mucho en mi vida, y no puedo huir de todo, te encontré a vos y ahora juntos saldremos adelante.

 

-Bueno linda, pero esto parece demasiado peligroso, estas...

 

-No me vas a dejar afuera de esto Juan, estoy con vos, no se hable más- Sandra me abraza fuertemente y llora.

 

Sin duda el vinculo con Sandra es muy fuerte.

 

Decidimos ir al local, tomamos el álbum de estampillas, que tenían algunas un valor altísimo, con la estampilla del gato negro, que al darla vuelta, tenía escrito el número dos, y nos dirigimos a un basural que estaba bastante lejos de la casa, las tiramos todas, con la del susodicho gato incluida. Era el comienzo del enfrentamiento. Una provocación.

 

Nos ponemos a ver una película en el sillón como si nada sucediera, hasta que se hicieron la dos de la mañana, vemos como se prende la luz del local, nos agarramos de la mano... el ruido en el patio empezó, chapas que se golpeaban, pasos en el techo, y se empezó a escuchar una risa de afuera siniestra.

 

Esto hacía rato que estaba llegando demasiado lejos, era hora del enfrentamiento real con esa cosa.

 

-Voy a ir al local, agarrar nuevamente el mosquete y matar ese engendro.

 

-Voy con vos Juan- me dice Sandra con una vos con miedo que terminaba en valor.

 

-Agarra la linterna e ilumínalo que le voy a dar entre los ojos-. Le dijo, seguro.

 

Entramos al local y vemos el álbum de estampillas, todo sucio, tirado y roto. Todas las estampillas eran del gato negro, y tenían el número tres atrás, escritos con diferentes tipos de tinta de pluma espesa, y tipografías.

 

Las risas se escuchaban afuera y las pisadas en el techo. El ventiluz se abre, rápido Sandra toma la linterna y alumbra al engendro, los ojos rojos brillaban, se veía su cabeza horrenda espectral. Tomo el mosquete, el engendro al verlo se escabulle y sale de la ventana. Empiezo a correr hacia afuera, hacia el temido patio, Sandra me sigue con la linterna, lo vemos...

 

-¡Ahí esta!- me dice Sandra, iluminándolo.

 

Tenía un solo tiro, no podía fallar... Disparo y se escucha un grito de agonía, le había dado sin duda. Lo vemos que en cuatro patas va hacia el bosque, dejando un rastro de sangre atrás en su trayecto, yo había traído un sable antiguo que afile para la ocasión, voy corriendo tras él, veo como la luz de Sandra me sigue.

 

Corremos tras el engendro, y trato de no dejar muy atrás a Sandra, debíamos rematarlo. Estábamos por llegar al bosque, pasamos corriendo por el arroyito, Sandra iluminando cada movimiento del engendro. Cuando llegamos al centro del bosque, y el engendro se mostro. Frenó, lo vimos erguido era del tamaño de un hombre alto, tenía una hoz... Baja su capucha negra... una calavera se veía como su cabeza, y sus ojos rojos eran de una maldad fulminante, en vez de manos, tenía garras, que eran sus dedos huesudos. Era la mismísima muerte.

 

Hago una plegaria de fe, me encomiendo a Dios, saco el sable, veo como Sandra lo iluminaba.

 

-¡Vamos Juan, acabalo!

Su aliento era genuino sin una pisca de miedo, Sandra lo iluminaba fijo.

 

-¿Qué esperas Juan? vengo a llevarlos- Me dice el engendro - El niño ya está en mi poder, solo me faltan ustedes dos... La voz de ultratumba se escuchaba todo alrededor del bosque, y se sentía que la frase se repetía.

 

Debía salvar ese niño, sentía que una fuerza me alentaba que no sabía de dónde provenía, cuando me doy cuenta, vi que provenía de Sandra, de todo lo que habíamos vivido juntos.

 

Voy a la carga con el sable, y tiro un corte horizontal, luego una estocada, la muerte perpleja de nuestro valor, reacciona tarde, y es herida, lo que la hería era el valor y la fe de vencerla.

 

Le tocaba el turno a la muerte, levanta la hoz, para hacer el movimiento de la siega, me vino el sentimiento de que merecía morir, la muerte era muy fuerte, había cometido muchos errores en la vida era hora de pagarlos.

 

Y escucho- ¡Por favor Juan lucha!

 

La voz de Sandra era lo que necesitaba, con el sable rompo a tiempo la hoz y...

 

Una gran luz, fuertísima nos encegueció.




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