El secreto de la reina

2

Una mujer alta, de cabello negro como plumas de cuervo y piel pálida de aristócrata, estaba de pie junto a una mesa, revisando unos frasquitos. El vestido oscuro, de falda amplia y elegante, hacía pensar que iba a un baile y no a una guerra. La diadema dorada, adornada con piedras preciosas, no hacía más que confirmar esa impresión.

El aroma penetrante de las hierbas le hizo cosquillas desagradables en la nariz, y Evelina frunció el gesto involuntariamente. La mujer no reaccionó a su presencia; destapó una botellita, inhaló su aroma y volvió a cerrarla.

—Vincent, ¿has decidido sorprenderme?

—Mira a quién te he traído.

La mujer se volvió y lanzó una mirada de ojos verdes a Evelina. La joven reparó en el pectoral dorado que brillaba al sol sobre el cuello de la reina. Semicircular, con delicados relieves, parecía demasiado pesado. Cornelia captó su mirada curiosa y se llevó la mano a la joya.

—¿En serio? —arqueó una ceja con escepticismo—. Ayneria… ¿cómo la encontraste?

—Servía a Anvar. La chica ni siquiera se resistió; vino por su propio pie.

—Hubiera sido mejor que hiciera lo que debía y lo matara. Ahora esta muchacha no me sirve de nada —su mirada se posó en Elizar—. Elizar… ¿tú también aquí?

Evelina tragó saliva con dificultad. La reina conocía a Elizar, y por el tono, desde hacía tiempo. El hombre se encogió de hombros.

—No podía dejar pasar la oportunidad de saludarte.

Vincent se inclinó levemente hacia Evelina y le susurró al oído:

—Extiende las manos y llama hacia ti el pectoral. Solo imagina que lo tocas.

Evelina, insegura, extendió la palma hacia adelante. No sabía qué debía hacer y se quedó inmóvil, expectante. En su mente, recorría lentamente con los dedos el metal frío, siguiendo cada relieve. Su mano se cerró de forma instintiva y, de pronto, el pectoral se desprendió del cuello de Cornelia y voló hacia ella. Tocó su mano y, al abrir los dedos, Evelina atrapó la joya.

Un resplandor azulado envolvió el pectoral, se expandió sobre la joven y se desvaneció en el aire. Cornelia, presa del pánico, se llevó las manos al cuello desnudo. En sus ojos ardía el odio.

—¿Cómo te atreves? Devuélveme el pectoral ahora mismo.

—No lo hará —la voz de Vincent sonó firme—. Ocupaste un lugar que le pertenecía por derecho. Ayneria ya es mayor de edad y puede gobernar por sí misma. Ella será la reina.

—¡Jamás! —gritó Cornelia, tomando del escritorio un frasquito diminuto—. Devuélveme el pectoral o te destruiré.

—No puedes. Ya lo intentaste antes. He soportado tu presencia demasiado tiempo. Por fin Dalmaría tendrá a su verdadera heredera en el trono.

—Elizar… ¿acaso tú también estás con ellos? —el hombre guardó silencio, y los ojos de Cornelia se tornaron rojos como el sol del atardecer—. Te mataré, miserable.

De sus manos salió un rayo rojo. Alcanzó el vientre de Evelina y su blusa se encendió en llamas. Aunque la tela ardía, no sintió dolor, solo el calor del fuego. Elizar alzó la mano y las de Cornelia quedaron cubiertas de hielo. El rayo dejó de quemar la piel de Evelina. La reina frunció el ceño y separó las manos, rompiendo la escarcha que las cubría. Los fragmentos cayeron al suelo, y en sus palmas volvió a encenderse el letal resplandor.

Vincent agarró el pectoral y, dirigiéndose a Evelina, exclamó:

—Usa tu poder, o moriremos todos.

Tenía razón, pero Evelina no quería herir a nadie. Esquivó el rayo venenoso y dejó escapar de sus manos una bruma rojiza. Filamentos finos se deslizaron hacia Cornelia, envolviéndola poco a poco. La mujer soltó un grito, cruzó los brazos sobre el pecho y se desvaneció en el aire.

—¿Qué ha pasado? ¿Adónde se ha ido? —Evelina cerró el puño.

—Probablemente haya usado un portal —Vincent dejó el pectoral y se acercó al lugar donde instantes antes estaba la reina—. Tiene la capacidad de crearlos. Puede haberse ido a cualquier parte. Estás en peligro, Ayneria; Cornelia no se rendirá y no renunciará al poder tan fácilmente. El pectoral te ha reconocido como su dueña. Ahora todo dalmariano está obligado a obedecerte; la magia del pectoral no les permitirá desobedecerte. Debemos coronarte cuanto antes.

Podemos continuar el asedio, enfrentarnos en batalla a los ejércitos de Anvar o retirarnos. Coronarte y decidir después cómo proseguir la guerra.

Evelina bajó la vista hacia el pectoral. Los relieves entrelazados fascinaban por su belleza, y las diminutas piedras preciosas capturaban la mirada. La joya emanaba una energía especial: con ella se sentía fuerte, invencible, poderosa. No deseaba la guerra, mucho menos hacer daño a Anvar. Aunque estaba dolida con él, aquello no valía las cientos de vidas que caerían en la batalla. Con esfuerzo apartó la mirada de la joya.

—Nos retiraremos, tal como prometimos a Anvar. Por eso vine con ustedes.

—Bien —asintió Vincent con aprobación—. Debemos presentarte a los soldados; tienen que reconocer a su nueva reina.

—¿Y si no lo hacen? —en su corazón germinaba la inquietud. Nunca había buscado el poder y comprendía el peso de la responsabilidad que caía sobre sus frágiles hombros. Vincent tomó el pectoral y lo colocó en su cuello.

—Lo harán. No podrán resistirse al llamado del pectoral.

Lo dijo con tanta seguridad que nadie dudó de ello. Salió de la tienda y ordenó reunir a los comandantes. Una pesada ansiedad oprimía el pecho de Evelina. Elizar se acercó y tomó sus manos temblorosas.

—No te preocupes, todo saldrá bien. Te aceptarán, serás reina, y yo te ayudaré en todo y siempre estaré a tu lado. Más ahora, en tu estado. Cuidaré de los dos.

—Dudo que Vincent necesite cuidados —ella sonrió, pero captó la preocupación en sus ojos grises. Elizar se puso serio.

—No hablo de Vincent. Evelina… estás embarazada.



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En el texto hay: romance, amor, embarazo

Editado: 07.09.2025

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