La joven se quedó inmóvil, intentando encontrar en el rostro de Elízar alguna señal de que aquello fuera una broma de mal gusto. Sin embargo, el hombre permanecía serio.
—Eso es imposible, ¿para qué inventar algo así? Incluso si realmente estuviera embarazada, tú no lo sabrías. Han pasado apenas unas horas desde que estuve con Anvar.
—Es suficiente. Tú eres una poderosa maga, él es un gran mago, es evidente que la magia ha jugado su papel. Siento en ti nuestra magia familiar, lo que significa que estás embarazada de mi hermano… o de otro pariente cercano.
—Es de Anvar… —Evelina llevó la mano a la boca. Elízar hablaba como si ella hubiera complacido a toda una guarnición de soldados y no al único hombre al que había amado. Aquellas palabras la dejaron tan impactada que no podía reaccionar ni encontrar la forma correcta de responder—. Pero… ¿cómo? ¿Cómo es posible?
—Bueno, si quieres, puedo recordarte cómo sucede la concepción —Elízar sonrió y puso una mano en su cintura, atrayéndola suavemente hacia él. Evelina apartó la mano de su boca y le tomó del codo.
—No, no me refiero a eso. Solo… ha sido tan inesperado.
—Lo entiendo, debí haber esperado —dijo Elízar, inclinando la cabeza con un gesto de culpabilidad.
Evelina aún no podía creer que iba a ser madre. Llevaba dentro de sí una parte del hombre amado, algo que siempre le recordaría a él. Ahora le parecía imposible olvidarlo, como había planeado. Para no desfallecer, apretó con fuerza el brazo de Elízar.
—¿Estás seguro?
—Sí. Por ahora es solo un pequeño núcleo de magia, probablemente nadie lo notará, pero crecerá cada día y no podrás ocultar el embarazo por mucho tiempo.
En ese momento, Vincent regresó a la tienda y dirigió a Elízar una mirada severa.
—Ainerin es la futura reina, así que trátala como corresponde —luego miró a Evelina, y en un tono más amable continuó—: Los comandantes te esperan. Sal y recibe su juramento. No tendrás que hacer nada, solo estar de pie.
La joven asintió y, aún aturdida por la noticia, salió con paso inseguro. Al cruzar la entrada, se detuvo. Cientos de ojos la observaban. Guerreros corpulentos la miraban con altivez, como si no pensaran reconocer la autoridad de una forastera. Evelina sacó pecho, mostrando el pectoral. La potente voz de Vincent impuso silencio absoluto:
—Por fin el destino nos sonríe y nos devuelve a nuestra legítima soberana. Ainerin, hija de George Reidman, está lista para recibir vuestro juramento de fidelidad.
Los guerreros se arrodillaron sobre una rodilla e inclinaron la cabeza. El pectoral brilló con una luz azulada que cubrió todo el claro. Aquella luz tocó a cada uno, absorbió una parte de su magia y regresó en un remolino difuso al pectoral. Aunque Evelina había sido aceptada, los rostros de los dalmarianos mostraban descontento. Vincent dio la orden con voz firme:
—Nos replegamos hacia Mentburg. Es una orden de la soberana.
Habían pasado dos semanas desde que los dalmarianos abandonaron Henisinsk. Evelina estaba en el salón de la lujosa mansión del duque local en Metburg, con las manos sobre el vientre, mirando pensativa por la ventana. Ya se había acostumbrado a la idea de que no estaba sola y que ahora tenía la responsabilidad de su hijo y de un país.
Al principio pensó en contarle a Anvar sobre su inesperada paternidad, pero luego decidió no cargarlo con esa noticia. Después de todo, él no tenía obligación alguna como resultado de los efectos de aquellas flores que nublaron su juicio. Comprendía que él no la quería, ni a ella ni al niño, así que no veía razón para decírselo. El bebé sería solo suyo y nadie, salvo Elízar, sabría quién era el padre.
Elízar entró en la habitación, llamando su atención:
—¡Buenos días, pajarito mío!
Se acercó y la besó descaradamente en la mejilla. Era la primera muestra de familiaridad que se permitía en esas dos semanas. La piel le hormigueó donde sus labios habían rozado su rostro. La puerta se cerró con fuerza y Evelina vio a Vincent entrar. Con el ceño fruncido, el hombre se sentó en un sillón y cruzó una pierna sobre la otra. Evelina entendió que la conversación sería difícil y se acomodó en el sofá. Elízar se sentó a su lado, mirándola de una manera extraña. El incómodo silencio fue roto por Vincent:
—Ainerin, sé de tu… interesante estado —Evelina sintió que sus mejillas se encendían—. Elízar me lo contó. Entiendes que no podremos ocultarlo para siempre, ¿verdad? El niño nacerá y todos exigirán explicaciones.
Editado: 07.09.2025