—¿Qué explicaciones? Yo no le debo nada a nadie —la indignación se apoderó de la joven, que cruzó los brazos con gesto ofendido.
Vincent escogió cuidadosamente sus palabras:
—No estás casada, y a una reina no le corresponde dar a luz a un bastardo. Necesitas casarte.
—¿Qué disparate es ese? Soy una mujer adulta y fuerte; puedo cuidar de mí misma y del bebé. No necesito un marido: criaré al niño sola.
—No lo discuto, pero en Dalrmaria no se aprueban las relaciones fuera del matrimonio. Para evitar habladurías, debes tomar esposo. Además, al reino le hace falta un rey.
Evelina suspiró con pesadez. No veía a nadie a su lado que no fuera Anvar. Ese hombre había cautivado por completo su corazón y, por más que intentara olvidarlo, no podía. La nostalgia le desgarraba el alma; sus ojos ansiaban verlo aunque fuera un instante, sus oídos, oír su voz, y cada día aquello se volvía más insoportable. Sabía que no podría confiar en ningún otro hombre… al menos, no ahora. Apretó los labios e intentó sonar convincente:
—Soy la reina. Creo que puedo romper ciertas tradiciones y tener a mi hijo sin necesidad de un esposo.
—La nobleza no lo aprobará, y te tacharán de libertina —Vincent alzó la voz y, como si recordara algo, volvió a hablar en tono más suave—. Tu embarazo apenas se nota. Hace unos días capté su magia en ti. Primero culpé a Elízar, pero él me dijo que el responsable era su hermano. Pronto todos sentirán la magia del enemigo y, ¿te imaginas el escándalo? La reina extranjera, encinta de un enemigo que la abandonó.
Evelina meditó sobre sus palabras. Aunque no se lo mostraban abiertamente, con frecuencia sentía miradas de desaprobación sobre ella.
—No le pediré a Anvar que se case conmigo.
—No es necesario —Elízar tomó las manos de Evelina—. Los súbditos sentirán mi magia familiar, pero nadie sabrá que el padre es Anvar. Solo los parientes cercanos podrían reconocerlo. Me casaré contigo, convenceremos a todos de que el niño fue concebido en matrimonio y que es mío. Al fin y al cabo, un enlace con el hermano del rey enemigo podría verse como un pacto político, una gran muestra de sacrificio por tu parte para proteger el reino.
—Es ridículo —la joven retiró la mano y se puso en pie—. No tengo por qué demostrarle nada a nadie. En mi mundo no hay nada malo en que una mujer críe sola a su hijo; es algo normal, así que no veo motivos para convertirlo en tragedia.
—No estamos en tu mundo, Ainerin. ¿Qué crees que harán los guerreros al enterarse de que el rey de un país enemigo deshonró a su reina?
Vincent frunció el ceño, y Evelina apartó la mirada. No quería casarse con un hombre al que no amaba, y, por desgracia, no era correspondida por el que sí. Sin duda, dadas las circunstancias, Elízar era la mejor opción, pero ella no se imaginaba como su esposa. El duque se acercó y le tomó la mano con cuidado:
—Entiendo que tengas miedo, pero recorreremos este camino juntos. El niño necesita un padre. Después de todo, soy su tío, su sangre, y te amo. Nunca haré daño ni a ti ni a tu hijo.
Elízar la rodeó con un abrazo, y ella hundió el rostro en su pecho. Sabía que él decía la verdad. Sin embargo, sentía que, si aceptaba ese matrimonio, traicionaría a Anvar. En su memoria resonaron las palabras hirientes que él le había dicho. Anvar la había traicionado primero, y ahora ella tenía la oportunidad de vengarse. Soltó una leve risa por lo bajo. A Anvar no le importaba; no se afligiría por su boda. Evelina alzó la vista tímidamente hacia Elízar:
—No podré darte el amor que mereces. Sabes bien a quién pertenece mi corazón. A pesar de todo, amo a Anvar y no puedo evitarlo.
—Lo sé —Elízar le besó con ternura la sien—. No voy a presionarte. Estoy seguro de que llegarás a acostumbrarte a mí. Solo te pido que nos des una oportunidad, aunque sea por tu hijo. Yo lo amaré como si fuera mío.
Editado: 07.09.2025