El secreto de la reina

14

Ainerin sintió cómo su vientre se llenaba de calor. El niño, sin duda, había percibido la presencia de su padre. La muchacha se sintió atraída por Ainar; deseaba sus caricias y sus besos ardientes. Trató de apartar aquellos deseos inoportunos y alzó una ceja:

—¿Y que yo pueda empujarlo, no le preocupa en absoluto?

—No lo conseguirá. Además, no caigo con tanta facilidad.

El rey hablaba con tal seguridad, como si conociera todo sobre ella. Una inquietud empezó a crecer en Ainerin. Tal vez aquel hombre realmente sospechaba algo; de otro modo, no entendía por qué la había seguido. Con un gesto nervioso se acomodó un mechón de cabello que había escapado del peinado y confió en que la ilusión de Derek se mantuviera firme.

—¿Por qué está aquí?

—Huyendo del bullicio —Anvar se encogió de hombros—. No sabía que también estaría usted.

—Por alguna razón, no le creo.

El hombre se acercó al borde y también apoyó la mano en la barandilla. Miraba a lo lejos, como si no hubiera escuchado el comentario mordaz:

—¿Cómo sucedió que se casara con Elizar?

Esa era la pregunta que más temía Ainerin. Por supuesto, no pensaba contar la verdad:

—¿Y por qué no? Es apuesto, inteligente, galante, hermano del rey de un país enemigo. Quizá esta unión nos acerque a la paz.

—En tal caso, debería haberse casado conmigo.

Anvar fijó la mirada en el rostro de la joven. Ainerin se sonrojó, aunque intentó disimularlo. Ella siempre había deseado casarse con el hombre amado, y al desposar a Elizar había imaginado, en secreto, que en su lugar estaba Anvar. Sin embargo, él jamás la había considerado como futura esposa.

—Usted nunca me lo propuso. Además, que yo sepa, ya tiene prometida.

Anvar suspiró con pesadez. Miraba al frente con tristeza, y Ainerin notó cómo sus manos se tensaban hasta blanquear los nudillos. Parecía que el tema de la prometida le resultaba desagradable. El rey se giró bruscamente y la miró a los ojos, con una intensidad que la clavaba en el suelo, impidiéndole moverse:

—Elizar no estaba solo, sino con una muchacha. ¿Dónde está ahora?

—¿Y para qué la quiere? —Ainerin se quedó inmóvil, anticipando la respuesta. Era la primera vez que Anvar mostraba interés por ella. Al instante le vinieron a la memoria aquellas palabras hirientes que reabrieron heridas frescas en su corazón. El hombre se encogió de hombros:

—Nuestra conversación quedó inconclusa.

—Ella piensa lo contrario.

La indiferencia de Anvar la indignaba. Besaba a Sycilia, le declaraba su amor, y aun así se comprometía con Milberga. Un auténtico hipócrita. Apenas logró contenerse para no decirle todo lo que llevaba dentro. El hombre se acercó más y volvió a mirarla fijamente:

—¿Dónde está Ayne? No la vi entre la nobleza en la mesa, ni entre los sirvientes.

—Qué curioso que la recuerde ahora. Ella no desea encontrarse con usted.

—¿Ah, sí? —sus cejas se arquearon, fingiendo sorpresa—. ¿Después de todo lo que hizo, ni siquiera se atreve a mirarme a los ojos?

En su voz se percibía un matiz de ofensa. Hablaba como si él estuviera libre de toda culpa. La joven frunció los labios con enfado. Le enojaba que no reconociera su responsabilidad en su huida. Si no hubiese besado las manos de Sycilia, jamás habría tenido el valor de escapar. Ainerin asintió con serenidad:

—Ayne solo quería lograr la paz, por eso tomó esa decisión. Vincent cumplió su palabra: al obtener a la muchacha, se retiraron de Henisk.

—¿Y su espionaje? —Anvar alzó la voz de repente. Como recordando algo, abrió los brazos y continuó en tono más bajo—. Ella se ganó la confianza y transmitía información. ¿Para qué la necesita?

Ainerin comprendió cómo la veía él: una espía. Ese veredicto resonaba una y otra vez en su cabeza. Por eso quería encontrarse con ella. La joven siguió mintiendo con firmeza:

—Por su magia. Hoy en día no es fácil hallar a un sanador digno.

—¿De dónde salió usted, Ainerin? —el hombre le tomó la mano—. Nunca antes había oído hablar de usted.

Ella sentía su aliento tan cerca… Aquella proximidad la embriagaba, despertaba recuerdos y avivaba deseos prohibidos. La mirada de sus ojos oscuros se posó en sus labios. Apenas lograba contenerse para no lanzarse a besarlo. Procurando no mostrar su turbación, se humedeció nerviosamente los labios:

—Me mantenían oculta, esperando el momento oportuno.

Anvar, como si adivinara su estado, se inclinó todavía más. Apretó suavemente su mano, acariciando con el dedo el dorso de la palma. Ainerin no entendía aquel flirteo. Tenía una prometida legítima y, aun así, trataba de seducir a una mujer casada. Su aliento ardiente le abrasaba las mejillas:

—¿Dónde ha estado todos estos años?

—En un lugar seguro —susurró ella, con los labios casi rozando los de aquel hombre que tan descaradamente se había acercado.

Quiso mostrar que no lo temía, que ni bajo semejante presión daría un paso atrás ni revelaría sus secretos. El calor que había brotado de su vientre se extendía ahora por todo su cuerpo, y a cada segundo le resultaba más difícil luchar contra sus propios deseos. Los ojos oscuros de Anvar la arrastraban hacia un abismo turbio del que no podía escapar. Ya no lograba controlar sus actos. Inconscientemente, se inclinó hacia sus labios traicioneros y tembló en la anticipación del beso.



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En el texto hay: romance, amor, embarazo

Editado: 07.09.2025

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