La desconocida se había marchado, pero Aineria siguió largo rato pensando en sus palabras. No quería regresar; su mayor deseo ahora era ver a su hijo, aspirar su aroma, cuidarlo, contemplar cómo crecía. Para completar la imagen de aquella vida perfecta le faltaba su amado, Anvar. Pero él iba a casarse con otra, y ella misma ya estaba casada con Elizar. La certeza de aquello le atravesó el corazón como agujas gitanas, haciéndolo sangrar.
Anvar estaba sentado a la mesa leyendo el contrato preparado por el escriba. Estaba convencido de que Ayne no entregaría las tierras de Cemiria, pero aun así las había adjudicado a Flamaría, buscando una discordia más. Mientras resolvían a quién correspondería la región, ganaría tiempo… tiempo en el que la muchacha permanecería a su lado. El rey no quería dejarla ir. Cerca de Ayne se sentía vivo y feliz.
En ese momento, Gustav entró en el despacho con el ceño fruncido.
—Perdón, Su Majestad, hay novedades. Ordenó que siguiéramos de cerca a Ayne, escucháramos y controláramos cada uno de sus pasos. No fue en vano hacer aquel pequeño orificio en la pared y cubrirlo con un cuadro.
Anvar no se enorgullecía de aquel acto, pero era su única esperanza de descubrir los secretos de Ayne. Apartó la vista del papel y lo dejó a un lado.
—Habla.
El rey escuchaba con atención, frunciendo a ratos las cejas, intentando asimilar lo que oía. Siempre había sabido que Ayne le ocultaba algo, pero no esperaba esto. Bebió de un trago un vaso de agua.
—¿Entonces ella es una “doble alma”?
—Parece que sí. La mujer no precisó el momento exacto en que ocurrió el intercambio.
Anvar apretó con fuerza los labios. El simple pensamiento de que su Ayne, su amada mujer, hubiese sido enviada por los dalmarios a un mundo desconocido, mientras recuperaban para sí a la auténtica reina, le oprimía el corazón. Supuso que el ritual se había realizado cerca de Genisc, pues fue entonces cuando Cornelia desapareció. No comprendía cómo no había notado la sustitución: Aineria se comportaba exactamente igual que Ayne. Despeinó su cabello con frustración, incapaz de hallar respuesta.
—Tráeme a esa mujer.
La impaciencia lo consumía. Necesitaba saber dónde estaba su Ayne y quién era en realidad la muchacha que ocupaba su lugar. Decidido, se prometió hacer todo lo necesario para recuperar a su amada. Finalmente, la desconocida apareció ante sus ojos. Era delgada, con un rostro arrugado y dedos finos; no parecía peligrosa, pero Anvar sabía bien que las apariencias engañaban. La desenmascaró de inmediato:
—Sé de tu conversación con Ayne. Ella es una doble alma. Si quieres conservar la vida, responderás con la verdad a todas mis preguntas. Si mientes, lo notaré enseguida.
La mujer negó con la cabeza, pero, al sentir la mirada altiva del guardia sobre sí, puntualizó:
—No lo notarás… pero no pienso mentir.
—Bien. —El rey estaba tan nervioso como si fuese a escuchar su propia sentencia de muerte. Tragó con dificultad—. ¿Cuándo regresó Aineria?
—Hace aproximadamente dos meses.
¡Dos meses! Esa cifra resonó en la mente de Anvar como un eco jubiloso. Su amada estaba con él. Reprimió aquella dicha y trató de mostrarse impasible.
—La misión de Ayne era matarlo a usted. Pero, en el momento decisivo, regresó Aineria. Elizar tuvo que manipularla, convencerla para que cumpliera el plan. Sin embargo, la joven se enamoró… y todo fracasó.
La mujer comprendió que había dicho demasiado y cerró los labios con fuerza. ¡Enamorada! ¡Aineria lo amaba! El corazón de Anvar palpitó con un ritmo alegre bajo sus costillas.
—¿Cómo te comunicas con Cornelia?
—Hay un chico, un mensajero. Él lleva las cartas. Cornelia quiere que la sustitución se realice en silencio. Piénselo, Su Majestad, es una oportunidad excelente para librarse de esa muchacha. Ayne regresará, y ya no será reina. Los súbditos no la aceptarán, y la pectoral no se someterá a ella. Usted podrá obligarla sin esfuerzo a entregarle al niño. A diferencia de Aineria, no se resistirá y aceptará todo.
Anvar no era hombre de fiarse de extraños. Por eso decidió escuchar también la versión de Ayne. Entró en sus aposentos y se detuvo en el umbral. La joven estaba sentada en el diván leyendo un libro. Un mechón de cabello oscuro se había escapado de su peinado y caía con gracia sobre su mejilla. Ayne parecía no percatarse de nada, absorta en su lectura. El rey se acercó en silencio y alzó las cejas al ver el tema que la ocupaba.
—¿Doble alma? ¿Estudias tu propia naturaleza?
Ayne dio un respingo y llevó una mano al pecho.
—¿Puedes dejar de acercarte así?
—No me acerqué a escondidas. Estabas tan absorta en la lectura que no me viste. —Anvar se sentó a su lado, le quitó el libro de las manos, lo cerró y lo dejó sobre la mesa—. ¿Por qué no me dijiste que eras una doble alma?
Editado: 06.11.2025