El secreto de la reina

50

—He pensado mucho y entendí que no voy a dejarte ir. Quiero estar junto a mi hijo… y junto a la mujer que amo.

Anvar se arrodilló y comenzó a besarle el vientre. Lentamente, con cuidado, como si temiera hacerle daño. A la chica le pareció que podía sentir sus besos incluso a través de la gruesa tela de la ropa. Él le rodeó la cintura con las manos, acariciándola con ternura, mientras seguía cubriéndola de besos. Las piernas de Ayneria empezaron a temblar, y poco a poco fue perdiendo el control de sus sentimientos. El hielo que había levantado alrededor de su corazón empezaba a derretirse, y un enjambre de mariposas revoloteaba ya en su estómago. La joven negó con la cabeza.

—No me beses.

—No te beso a ti, beso a mi hijo. Tiene que saber que lo amo.

El hombre se puso de pie, pero siguió sosteniéndola por la cintura. Apoyó la frente contra la de ella, como si esperara algo. Su respiración le rozaba el rostro, y esa cercanía la estremecía. Ayneria intentó alejarse, pero no logró soltarse de su firme abrazo, solo pudo inclinarse un poco hacia atrás.

—¿Y si es una niña?

—No, es un niño. Lo veo. Tiene corrientes de magia tan intensas... ni siquiera imaginas cuán poderoso es.

Arnelia se aferró a la mesa y casi se derrumbó. ¿Un hijo? ¡Iba a tener un hijo! El hombre la sostuvo rápidamente para que no cayera al suelo. En sus ojos se reflejaba una profunda preocupación.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

—Una noticia así no se da tan de golpe —dijo Ayneria, aferrándose a sus brazos y poniéndose firme sobre los pies. Sus ojos oscuros brillaban como brasas encendidas, delatando la agitación que sentía.

Anvar la atrajo hacia sí.

—No sabía que fueras tan sensible.

Sus labios rozaron los de ella y comenzaron a besarla con dulzura. Se movía con cuidado, como si temiera asustarla. Aunque la razón de Ayneria gritaba que debía detenerlo, su cuerpo no la obedecía. Sus caricias eran como agua curativa, como aire, como ambrosía celestial. No se resistió. Ni siquiera notó en qué momento empezó a responderle, con timidez, con inseguridad, como si temiera quemarse en el fuego de su pasión.

Ayneria sentía que él se contenía, que luchaba por no perder el control. Su respiración entrecortada lo delataba. Los labios de Anvar se deslizaron por su rostro, dejando una lluvia de besos breves. La chica apretó los labios, aún impregnados del sabor de su amante. Cerró los ojos por un instante, obligándose a romper el hechizo y volver a la realidad.

—¿Y ahora también vas a decir que besas a tu hijo?

—No. Ahora beso a la mujer que amo. Te amo, Ayneria.

Esas palabras fueron como lava ardiente que le quemó el corazón. Lo miró con los ojos muy abiertos, buscando cualquier señal de mentira. Pero él seguía serio. Tomó su mano con suavidad y depositó un beso en su palma.

Ayneria había soñado tanto tiempo con aquella confesión que no podía creérsela. Desde su perspectiva, aquello rozaba la crueldad: él sabía lo que ella sentía. Frunció el ceño con indignación.

—Díselo a tu prometida.

—Ella ya lo sabe. Ayer le dije que rompía nuestro compromiso. No me casaré con Milberga. Quiero pasar mi vida contigo. Vas a darme un hijo, y será el mayor regalo del mundo. No necesito a nadie más que a ustedes.

La noticia aleteó en su corazón como un pájaro de alegría. Sus labios siguieron el camino de los besos, desde la mejilla hasta la boca, nublándole la mente. Mientras aún podía pensar con claridad, Ayneria apoyó una mano en su pecho, obligándolo a detenerse.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

—Me casaré contigo —dijo Anvar con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo.

Una oleada de felicidad la envolvió. Estaba allí, tocando al hombre que amaba... si no fuera por un pequeño detalle que envenenaba aquella dicha.

—Eso es imposible. Ya estoy casada. ¿Lo has olvidado?

La tristeza se instaló en los ojos oscuros de Anvar.

—Anularemos ese matrimonio. De todos modos, solo fue una formalidad. Hasta donde sé, la consumación nunca ocurrió… mi hijo no lo habría permitido.

Las mejillas de la joven se encendieron. No imaginaba que Anvar supiera tales detalles. Era como si pudiera verla por dentro, como si no pudiera esconderle nada. Trató de desviar la conversación.

—¿Y nuestros reinos? Yo debo estar allí y tú aquí. Es demasiado complicado, no sé cómo salir de esta situación.

—Shh… —él llevó un dedo a sus labios—. Estás demasiado alterada. Ya encontraremos la manera. Lo importante es que estaremos juntos. Yo te amo, tú me amas, vamos a tener un hijo. No hay razón para luchar contra lo que sentimos.

—Yo no he dicho que te ame.

—Lo sé igualmente —dijo con seguridad, aunque en sus ojos brilló la duda—. ¿Verdad que me amas?



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En el texto hay: romance, amor, embarazo

Editado: 06.11.2025

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