En el elegante Hotel Dupont, Natalia se despojó de sus problemas y de todo lo que la perturbaba, como la relación hostil con su cruel esposo. Se entregó a la pasión ardiente en los brazos de Sebastián, un hombre seductor que la envolvió en el bar para llevarla a la cama. Natalia olvidó por completo a su amiga y, en ese momento, estaba disfrutando de una noche erótica con el apuesto y encantador Sebastián. ¡Madre mía!
El deseo iba y venía, y el sexo resultó ser embriagador y profundo con Sebastián. Sentía lo que nunca había sentido con su marido en los cinco años que llevaba casada. Natalia se entregó a la pasión, olvidándose de todo lo demás. Su cuerpo ardía de deseo y cada caricia de Sebastián la hacía sentir más viva que nunca. Ella gritaba su nombre, envolviéndose en sus brazos fuertes y seguros.
El sexo fue intenso y apasionado, con ambos amantes perdidos en el momento. La habitación se llenó de gemidos y susurros, testigos de la pasión que ardía entre ellos. Natalia se sorprendió a sí misma con la intensidad de sus sentimientos, pero no pudo detenerse. Ella necesitaba más y Sebastián estaba más que dispuesto a darle lo que quería.
Las horas pasaron volando y, cuando los primeros rayos de sol los encontraron aún entrelazados en la cama, con los cuerpos sudorosos y saciados, Natalia supo que lo que había hecho no estaba bien, pero en ese momento no pudo evitar sentirse libre y llena de vida.
El deseo y la lujuria la habían consumido y, en ese momento, sentía que había descubierto una parte de sí misma que nunca antes había experimentado.
*****
Mientras el agua caliente caía sobre su piel, Natalia se dejó llevar por los ardientes recuerdos de la noche anterior. Cada gota parecía avivar el fuego que aún ardía en su interior y una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.
«¿Quién diría que un simple desconocido podría hacerme sentir así?», pensó, sintiendo cómo su cuerpo respondía a la memoria de las caricias de Sebastián.
En ese momento, se miró en el espejo empañado y se dio cuenta de que aún era una mujer joven y hermosa, llena de vida y deseo.
«No soy un trapo viejo», se dijo a sí misma, mientras el vapor la envolvía como un abrazo cálido.
«Soy una profesional inteligente, capaz de sentir pasión y deseo. ¿Por qué debería conformarme con menos?».
La imagen de su esposo, distante y frío, se desvaneció en su mente, reemplazada por la intensidad de la conexión que había experimentado con Sebastián. «Hoy, me elijo a mí misma», murmuró, sintiendo cómo la confianza comenzaba a florecer en su interior. Con cada movimiento, cada gota de agua que caía, Natalia se sentía más viva, más deseosa y más decidida a no dejar que nadie la hiciera sentir menos de lo que era. La vida era demasiado corta para vivirla en la sombra de alguien más.
Entretanto, Natalia se movía por la cocina, el aroma del café recién hecho impregnaba el aire, pero su paz se vio interrumpida por la entrada de su marido. Con una sonrisa burlona, él se acercó, brillándole los ojos una mezcla de desprecio y diversión.
—¿Qué noticias me traes, Natalia? ¿Ya estás embarazada? —preguntó con ironía.
Sus palabras fueron como una daga que le atravesó el alma. Natalia sintió cómo la rabia y la indignación se acumulaban en su pecho. Se giró lentamente para enfrentarlo con una mirada desafiante.
—Aún no, pero ahora que lo mencionas, preferiría encontrar un mejor padre —replicó, con la voz firme y decidida, dejando caer la ironía como un peso sobre él.
La sonrisa de su marido se desvaneció y en su lugar apareció una expresión de sorpresa y enfado.
—¿Qué estás insinuando? —demandó, acercándose un paso, como si intentara intimidarla.
—Insinuando lo que es obvio —respondió Natalia, cruzando los brazos sobre su pecho. —Estoy cansada de tus malos tratos, de tu desprecio. Ya no soy la mujer que te tolera en silencio.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —se burló él, intentando recuperar el control de la situación.
—Voy a hacer lo que siempre debí hacer: elegirme a mí misma —dijo Natalia, sintiendo cómo crecía la confianza en su interior. —No necesito tu aprobación ni tu desprecio. Estoy lista para encontrar mi propio camino, lejos de ti.
La tensión en la cocina se podía cortar con un cuchillo. Su marido, atónito, no sabía cómo responder. Natalia sintió una mezcla de liberación y reto, sabiendo que había cruzado una línea que no podría borrarse.
—Así que... —continuó ella, desafiándolo. — ¿Vas a seguir con tus juegos, o vas a reconocer que ya no tengo miedo de enfrentarme a ti?
El silencio se hizo pesado entre ellos y Natalia supo que había encendido una chispa que no podría apagarse fácilmente.
Natalia respiró hondo, sintiendo cómo la audacia se apoderaba de cada fibra de su ser. Con la mirada fija en Leonardo, su voz resonó en la cocina como un eco de su nueva resolución.
—Quiero el divorcio —declaró, llena de valor.
Leonardo palideció, sus ojos se abrieron como platos, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Era un hombre narcisista, acostumbrado a tener el control, y la idea de que Natalia pudiera liberarse de él lo llenó de furia.
—¿Divorcio? —repitió con la voz temblorosa entre la incredulidad y la rabia. — ¿Estás loca? ¿Cómo se lo vas a decir a tu padre? ¡Sería un escándalo!