El secreto de tu sonrisa

2. Nuevo intento

“Me dijeron que nunca me enamorara solo de una sonrisa…

Pero la suya brillaba como una nueva constelación en el firmamento

y su fugaz luz formó una estela

que hizo que me enamorara de ella.”

 

¿Estaba loco por levantarme temprano un sábado solo para verla?

Quizá un poco.

Ni siquiera sabía si podría decirle algo más de lo que ya decía todas las mañanas. ¿Y si no me salían las palabras como de costumbre? Como siguiera así, iba a entrar temblando, aunque el tiempo me ayudaba. No hacía calor sino todo lo contrario, me podía convertir en un cubito de hielo.

Pero ya era tarde para dar media vuelta. Entré en el restaurante con mi pequeña mochila donde guardaba el portátil y me acerqué a una mesa que estuviera lejos de la entrada. Siempre iba espléndida con lo que llevara y ese día parecía estar algo resfriada. Tenía la nariz roja y un pañuelo en la mano, menos mal que siempre llevaba de sobra, por si acaso.

—Buenos días.

—Buenos días —me miró y se sorprendió. Igualmente sonrió mientras se acercaba adonde estaba sentado—. ¿También los sábados madrugas? Me sorprende que no estés en la cama descansando. ¿Qué te puedo ofrecer?

—Necesitaré despertarme —dije sacando el portátil de la mochila—, un café estaría bien... Que sean dos, por favor. ¿Un pañuelo? —pregunté ofreciéndole el paquete con una sonrisa pero no tan perfecta como la suya.

—Gracias, pero ya tengo uno —insistí y cogió uno, guardándolo—. Ahora vengo.

Se fue antes de que pudiera decirla nada y sonreí a la pantalla del ordenador. Saqué algunos apuntes que trataban de lo que había que hacer en el trabajo y los dejé encima de la mesa, dejando un pequeño espacio para el café. Pedí dos a propósito, uno era para ella. Lo necesitaba más que yo.

Tardó muy poco en acercarse con su bandeja. Me puso un café en la mesa con un bizcocho. Me extrañé cuando lo vi pero su sonrisa me lo decía todo. Cuando iba a posar el segundo café, le paré poniendo una mano en su brazo. Ella me miró sorprendida y la sonreí para quitar la tensión que había en ese momento.

—El segundo es para ti —le puse el dinero encima de la bandeja y me sonrió—. Yo invito, sé que te vendrá bien. Se te ve algo cansada, ¿todo bien?

—Sí, todo bien, gracias. Pienso darte el cambio, no tienes que...

—Insisto.

—Gracias —dijo casi en susurro. Me sonrió un poco más tímida y fue a la barra, donde comenzó a tomar su café mientras colocaba las cosas para un nuevo día en el restaurante. Debía de ser cansado encargarse uno solo de una mañana entera un sábado, creo que luego iba una compañera a ayudarla.

Pasamos una hora algo solitaria, solo vinieron dos personas y estuvieron poco tiempo. Yo ya me había tomado dos cafés y siempre me había regalado una pasta o un bizcocho que agradecía siempre. No me había atrevido a hablar más con ella porque no sabía de qué conversar sin meterme en su vida personal. No quería ser un entrometido.

Creo que pasé más tiempo pensando en qué podía hablar con ella que haciendo el trabajo. Debía hacer la primera parte ese día pero ni siquiera había empezado. Pasaba más tiempo mirándola que haciendo lo que debería. Me gustaba observar lo que hacía, era tan increíble… Solo una vez coincidieron nuestros ojos, le dediqué una sonrisa y ella me hizo lo mismo, desviando la mirada después.

A las doce, su compañera llegó. Se saludaron y se metió en la cocina. La gente fue llegando poco a poco pero hubo un momento que todos estaban servidos y no había mucho más que hacer. Aún seguía admirando la rapidez con la que hacía todo. Podía estar lleno que ella lo solucionaba rápido. Tomaba pedidos, los memorizaba y no cometía ni un solo fallo. Increíble. Demasiada experiencia. Me preguntaba cuánto tiempo llevaba trabajando.

No quedó mucha gente en el restaurante cuando empezó a llover. No era una lluvia normal, en cualquier momento el agua entraría por la puerta, se convertiría en una ola y nos comería. Estaba lloviendo mucho y el frío entraba fuerte cada vez que se abría la puerta para que alguien saliera, al menos la calefacción estaba puesta dentro. Su nariz seguía roja de tanto usar pañuelos, ya le había dado dos más y no me importaba darle otro. Podía quedarse el paquete entero.

Wow, en serio, creo que tienes que quedarte en casa, cielo —comentó su compañera—. Has cogido frío por la mañana, ¿verdad? Te dije que deberías abrigarte y nunca me haces caso, cabezota. Vete a casa, yo me ocupo.

—Estoy bien.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.