El secreto de tu sonrisa

3. Roxanne

“Lo siento.

Me atrapaste con tu sonrisa

y yo no hice nada para evitarlo.

Solo me dejé llevar.”

 

La duda me acabó invadiendo. ¿Y si sí era su hija de verdad? No había pensado que no sabía nada de su vida privada y podía ser madre, o tener un novio o esposo que ya le querría tanto como mi mente, siempre tan exagerada y extraña, me estaba haciendo pensar a mí. No tanto, seguramente.

Al menos descubrí su nombre, Roxy. Seguro que era el diminutivo de algo. Busqué por Internet porque no quería confundirme y el nombre que en realidad era me fascinó: Roxanne.

—¿Qué haces aquí, Lilly?

—Mamá me dijo que te diera esto para el restaurante pero no sabíamos que iba a llover. —miró el cartel y sus ojos brillaron—. ¿Puedo ponerlo yo? ¡Por favor!

Ese comentario hizo que un suspiro prolongado saliera de mi boca. No sé si de alivio o de ternura por el brillo en los ojos de la niña. Me recordaba tanto a mi hermana pequeña que la sonrisa no tardó en aparecer en mí.

No entendía por qué pensaba así. No me reconocía. No debería darme alivio eso, yo no tenía nada que hacer allí.

<<No quieras a nadie antes de conocerle... No te enamores de nadie antes de conocerle bien... Subconsciente, tenías que superarlo. >>

—Claro que puedes —se acercó a la barra y sentó a la pequeña allí mientras le quitaba el abrigo—. ¿Mamá te dejó venir sola?

—No, me dejó en la esquina y dijo que hablaría contigo.

—Entonces quizá me haya llamado. Espera aquí, no te muevas. Voy a por celo —cogió su abrigo y lo colgó en un perchero mientras la niña se le abrió el cartel, que resultó ser blanco y negro, sin querer.

"Día de la mujer: 8 de marzo."

Lo había olvidado por completo. En la universidad también había algunos carteles pegados, me parecía que ponía algo que había ese día en la Plaza Mayor. Quizá un discurso de varias personas, quizá alguna actividad... Pero ni siquiera sabía dónde estaba exactamente la plaza así que difícilmente iba a llegar.

Roxanne, al fin podía llamarla por su nombre, salió de la cocina con celo y cogió en brazos a la niña. Las dos juntas pusieron el cartel en el cristal y Lilly aplaudió de lo bien que había quedado. Sonreí desviando la mirada a la pantalla y negué con la cabeza, divertido.

—Está torcido —dijo la otra camarera.

—Mentira, está genial —negó Roxanne.

—¿A qué juegas?

Me sorprendí cuando vi a la niña pequeña mirándome con esos ojos verdes que brillaban por la luz del portátil. Sonreí contento y cerré la ventana del trabajo, entrando en Internet para buscar unos juegos a los que siempre jugaba con mi hermana.

—A nada. ¿Quieres jugar tú a algo?

—¡Sí!

Me levanté de la silla y ayudé a que ella subiera mientras esperaba ansiosa a que pusiera un juego. Ella señaló uno de unos muñecos y le pulsé, haciendo que saltara de la emoción. Me reí mientras veía sus ojos clavados en la pantalla y su enfado al ver que perdió porque no saltó lo suficiente.

—Te quedarás aquí hasta que la tormen... ¿Lilly?

Su mirada preocupada recorrió todo el espacio pero su amiga nos señaló y abrió la boca sorprendida. Nuestra mirada se juntó y eso le hizo parar un poco la velocidad con la que se estaba acercando.

—Está haciendo un trabajo, déjale el ordenador.

—Tranquila, no importa —dije. Me miró interrogativa y sonreí—. No estaba avanzando mucho de todas maneras, no es importante. Además, eso le mantendrá entretenida un rato mientras espera, ¿no? —asintió y me sonrió de vuelta.

—Bueno... No creo que su madre tarde mucho. Gracias.

Un tirón de la manga de mi camiseta me hizo girarme hacia la pequeña que me miraba atenta. Señaló la pantalla y vi que había vuelto a la página principal de los juegos. Ya veía que se había cansado del anterior.

Sonreí y me agaché para mirar mejor el ordenador. Pulsé otro juego que estaba señalando. Era de coches y ella rio contenta. Se cansó rápido ya que perdía así que eligió uno de ropa. Perdió la mirada en todos esos conjuntos que debía escoger mientras yo recogía las hojas del trabajo que tenía tiradas por la mesa.

Roxanne perdió la mirada en el cristal donde las gotas de lluvia hacían carreras de quién llegaba antes abajo. Estaba tan concentrada que seguramente no se enteraría si alguien le hablara. Desvió la mirada y volvió dentro. En unos segundos, salió con un papel y un bolígrafo y se sentó en una mesa cercana a la nuestra, supuse que sería para controlar a la niña.




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