El secreto de un beso

Capítulo 1

«He intentado olvidarlo varias veces. He bailado, he hablado con diversos caballeros pero no puedo borrar ningún rostro suyo de mi corazón. Cada vez me siento más culpable».

Era un día soleado a pesar de que era invierno. El sol iluminando a la nieve proyectando una brillosa iluminación artística. Una belleza hecha para ser pintada. Y también para contemplarla durante horas.

Minerva suspiró cansada desde el alfeizar de la ventana. Necesitaba sentir el frescor del aire mientras paseaba lentamente, pisando con cuidado el suelo lleno de nieve.

Se abrigó con un chal que le había regalado su hermana Meredith hace poco. Quién se había casado hace unas semanas con un príncipe alemán.

Sin necesidad de peinarse el pelo, salió de su aposento yendo directamente al jardín.

Un buen paseo le vendría para pensar.

Desde hace meses, su vida dio un giro.

Su hermana Fabiola se iba a casar.

Y con el hombre que amaba.

¿Desde cuándo ella, la sensata de la familia, se había enamorada perdidamente de Adam apenas que lo vio?

Intentó olvidarlo. Se sentía asquerosa por amarlo. Por desearlo. Por extrañarlo.

Conversó e utilizó todos sus encantos con todos los caballeros posibles dado que el escándalo de su hermana estaba afectando negativamente a su futuro. Pero al terminar su segunda temporada, nadie le robó su atención ni tampoco recibió ninguna propuesta.

Pero no le daba mucha importancia. Lo más importante era su hermana Meredith. Además si de verdad la quería un hombre, debiera aceptar la deshorna que padeció la familia.

Minerva se adentró del enorme jardín que poseían. Estaba lleno de gigantescos pinos y encima de ellos, había demasiado nieve.

Sonrió maravillada al contemplar como la nieve brillaba en la punta del pino debido los rayos solares.

Tenía que haber traído consigo su libreta donde dibujaba sus creaciones. Desde que era prácticamente niña, le interesó demasiado el arte. Siempre estaba leyendo libros de famosos artistas como Leonardo Da Vinci. Un gran pintor, escritor, inventor y arquitecto. Además, era su musa.

Y cuando se fue a la escuela de señoritas, se sobresaltó tanto en el arte. ¿Por qué no lo haría? Vivía para y por el arte. Sus manos mágicamente trazaban con el pincel perfectamente todo lo quisiera plasmar en el papel.

Si hubiera nacido como un hombre, le encantaría dedicarse completamente al arte. Su pasión. Pero desgraciadamente no podía ser así. Nunca la tomaran en serio como artista siendo mujer dado su género no eran más que instrumento para procrear nuevas generaciones.

De repente, su corazón se rompió a pedazos.

Inevitablemente, sus lágrimas nublaron sus grises ojos.

Dolía demasiado amar a alguien que amaba a otra persona.

Que era prohibido.

Y que nunca podrá olvidarlo.

Porque el primer amor jamás se olvidaba.

Quería huir lo más lejos de allá cuando observó desde lejos como su hermana caía rendida en los brazos de su prometido.

Estaban sentados en una amplia manta de color verde de algodón. Susurrando el oído del uno al otro, mientras se miraban con amor.

Cerró los ojos, apretando con fuerza los nudillos de ambas manos.

Intentó controlar su agitada respiración.

Tenía marcharse antes de que se dieran cuenta de su presencia.

Estuvo a punto de tambalearse hacia atrás, cayéndose en la helada nieve.

Cuando por fin pudo moverse, dio la vuelta huyendo de allí corriendo hacia su dormitorio.

Había pensando que iba a tener un buen día pero el día se ensombreció tan solo al verlos tan felices con el uno al otro.

¿Por qué se había enamorado de él? ¿Qué había hecho para merecer esta agonía? pensó rebosante de frustración y impaciencia.

Sollozó sin cesar, ocultando su rostro en la almohada.

Odiaba sentir estos sentimientos, atormentándola.

Convirtiéndola en una persona totalmente distinta.

No importaba cuánto quería a Fabiola, la envidiaba.

Cada vez que los veía juntos.

Riéndose. En sus escapadas amorosas. Besándose. Amándose.

Lloraba y lloraba, inmersa de un dolor eterno.

Necesitaba salir de ese círculo tormentoso.

Buscar el sentido de su vida.

Desplegar sus alas, volando lo más lejos de allá.

Porque esa sería la única manera de olvidarlo.

Después de tantos quebraderos de cabeza, se enjugó los ojos con la sueva tela del vestido durmiéndose de boca abajo. Su respiración se calmó. Podías escuchar sus latidos lentamente, retomando su antiguo ritmo. Sin nada de aceleración.

Cuando abrió los ojos, notó que ya era de noche.

Era hora de cenar. Aunque estaba muriéndose de hambre, no quería bajar.

No deseaba cenar con ellos cuando estaba Adam con ellos. Era insoportable para su mente y demasiado doloroso para su corazón.

Con la ayuda de su doncella, le peinó el pelo hasta dejarlo liso como la seda. Y luego le puso el vestido de noche. Era un rosado sencillo con adornos blancos. El cuál se lo había hecho Danielle antes que viajara por toda Europa en búsqueda de preciosas telas. Según ella, lo primero que haría en cuanto regresara a Londres, sería montar su propia tienda con el dinero que le daría su padre. Éste ya había perdido la esperanza de que Danielle se casara y como tampoco quería obligarlo a un matrimonio forzoso, decidió que lo mejor sería era apoyar a su hija para que se convirtiera en una conspicua diseñadora.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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