El secreto de un beso

Capitulo 2

«El comienzo de mi tragedia. Todo por un beso inolvidable.»

Era de noche. Solo estaba ella en esa enorme casa. Sus padres decidieron irse al campo debido un asunto de suma importancia. Su hermana Fabiola se fue a visitar a una amiga suya.

La relación de ambas cada vez se enfriaba más. Ya no eran las mismas de siempre.

Fabiola estaba ocupada con sus amigas, planificando su boda con Adam mientras Minerva se encerraba en su cuarto. Solo quería estar sola, dejando completamente de lado a su hermana menor.

Solo deseaba regresar al pasado. Borrar todo rasgo del amor que cada vez sentía más por Adam.

Se mordió el labio, culpable.

De pecar el pecado más pecoso.

Y se estaba castigando. Encerrándose así misma.

Dejando de lado completamente a su hermana. Sabía que le estaba daño alejándose de esa manera.

Pero era la única forma de prevenir el dolor y la agonía. Porque sabía que cuando la veía, tan radiante, la invadía la envidia.

Sacudió ligeramente la cabeza, saliendo del hilo de sus pensamientos.

—Minerva, ¿te gustaría ir a esa fiesta de disfraces esta noche? —dijo Beatrice, apareciendo como arte de magia en el salón.

La única amiga que tenía soltera. Ambas tenían la misma edad, solo que ésta era mayor que ella por unos meses.

Poco a poco, en los labios de Minerva se afloró una pequeña sonrisa.

Le vendría bastante bien la compañía de su amiga para esta noche tan solitaria. Además, le hará olvidar al menos por un buen tiempo, esos tormentosos pensamientos.

Beatrice tenía una personalidad alegre y jovial que contrastaba la frialdad de su belleza. Con esos ojos azules como el mar, esos pelos negros como la oscuridad y unos labios rojos como la sangre, le daba un toque de vampiresa.

—Sí —respondió sonriente—, Pero el problema es no sé que ponerme.

—Sabías que ibas a decirme eso —repuso riéndose—, Por eso he traído varios disfraces —dijo señalando al enorme saco.

—¡Oh, dios mío! Siempre piensas en todo.

—¿Acaso lo dudabas? Antes de tomar una decisión, debo pensarlo más de una vez. Soy una persona demasiada perfeccionista y todo lo que deseo debe salir a la esplendido. Sin ningún error. Tal vez por eso he rechazado todas mis propuestas de matrimonio. Mis padres piensan que soy una vanidosa, quién aspira a ser duquesa. Pero te cuento un secreto, ¡quiero ser una princesa! —murmuró en su oído, para comprobar que así nadie la escuchara.

Minerva soltó una carcajada. Le esperaba una gran noche. Lo podía presentir solo con la amena presencia de Bea.

—Entonces, le diré a mi hermana que te presente algún príncipe. ¿Cómo lo quieres? —inquirió burlona, siguiéndole el juego a su amiga.

—¿Entonces harías eso por mi? Si es así, lo prefiero alto, musculoso, con ojos verdes y con una personalidad carismática —respondió mientras sus ojos brillaban de la emoción.

—¡Claro que sí! Estoy segura que serás una buena princesa. Con esa personalidad jovial, esa belleza y esa obsesión que tienes por la perfección, el reino terminará convirtiéndose en un paraíso.

Bea abrazó a Minerva con fuerza.

—Si antes el ego lo tenía por los aires, ahora soy la diosa del amor propio —bromeó haciendo que Minerva soltara unas carcajadas.

—Eres increíble.

Beatrice quería preguntarle porque ya no era la misma de siempre. Desde que Fabiola se había comprometido, Minerva cambió demasiado. Y eso le preocupaba.

Pero no pudo decirle nada. Sea lo que le pasaba a su amiga, tarde o temprano confiará en ella. Así que, no le quedo más remedio que esperar. Algo que odiaba por excelencia. Esperar. Gastar el lapso del tiempo cuando perfectamente la vida era para disfrutar cada momento del presente.

—Como usted, milady —bromeó, guiñándole el ojo.

Más tarde, en el salón principal de la mansión de los Duques de Norfolk.

Minerva se encontraba demasiada alegre a lado de Beatrice, quién tenía una radiante sonrisa. Parecía que le gustaban harto este tipo de veladas. Según las malas lenguas, ella era una nata seductora. Minerva no veía mal la seducción, al final y al acabo, eso también era arte. No todos podían ser seductores ni pintores.

Todo el salón estaba diseñado especialmente para entretener a los invitados. Era elegante y sublime. Las luces procedentes de las velas deslumbraban desde esas magníficas lámparas de araña. Las cuáles hacían resaltar el brillo de las extravagantes joyas de las damas aristocráticas. Los sutiles movimientos de los candelabros creaban un único ambiente de cuento de hadas. Y en la pista de baila, habían muchas parejas danzando entre risas, disfrutando gratamente de la compañía y de la velada. Mientras tanto, las otras personas quiénes no bailaban, estaban charlando mientras bebían desde las copas del cristal ese champán chispeante.

Pero lo que más le había llamado atención a Minerva eran los disfraces. Eran excéntricos y elegantes, hechos por las diseñadoras más exclusivas de Londres. Aunque el disfraz de bailarina exótica que le había dado Beatrice era divino. El vestido era de seda, lo cuál hacía que Minerva estuviera tan cómoda con él puesto. El color rojo con un toque del amarillo contrastaban la palidez de su piel, haciéndola brillar entre tantos individuos. Además tenía una tela por todo su rostro, tapándolo todo excepto sus ojos grises.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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