El secreto de un beso

Capítulo 5

—¿Qué? —inquirió asombrada por la confesión de su hijo—, Yo siempre he pensado que la amabas...¿Qué ocurrió, hijo?

Adam comenzó a relatarle todo a su madre. Lo que siempre había sentido por Fabiola, ese amor que profesaba los hermanos pero que jamás la amará como un hombre amaba a una mujer. Luego le explicó que aunque no la quería, estaba decidido respetarla siéndole fiel para toda su vida. Sin embargo, todo cambió anoche. Se había enamorado. Un sentimiento que creía en él pero nunca pensó que iba a sentirlo.

El duque de Somerset había crecido en un entorno familiar amoroso. Su padre siempre le enseñó respetar a las mujeres y amarlas como lo tenían merecido. Ya de mayor siguió de pie a la letra todas las enseñanzas de su progenitor fallecido. Con su personalidad amable y un buen físico, logró convertirse en un gran pretendiente para la sociedad casadera. Aunque el lado cínico del duque le decía que era por su abundante riqueza. Ser propietario de una empresa naviera como un pasatiempo, el cuál le generaba más riqueza que tenía, lo convertía en alguien indomable.

Habían pasado dos días después de que Fabiola se hubiera marchado de su cuarto, dejándola sola con esos pensamientos martirizándola sin cesar.

En ese instante, se encerró en su cuarto. No dejaba entrar a nadie, solo quería sufrir en soledad.

Quería morirse afirmó Minerva deprimente.

Sin pensar detenidamente sus acciones, cogió sus afiladas tijeras del tocador.

Debía morirse le susurraba su consciencia.

No merecía vivir sabiendo que por culpa de su egoísmo su apreciada hermana estaba sufriendo.

Cerró los ojos intentando cortarse su muñeca con ese instrumento tan puntiagudo. Preparándose para un destino final.

Pero no pudo hacerlo. Simplemente no podía matarse porque eso sería una acción de cobardía. Necesitaba solucionar el problema que había causado. Además si quisiera morir, debería lograr que su pequeña hermana encuentre la felicidad que cruelmente le había quitado.

Guardó las tijeras en el enorme cajón mientras contemplaba su reflejo en el espejo.

Podía notar como la maldad había apoderado de su alma, succionándola lentamente para finalmente dejarla como una mujer sin ánima, sin corazón, sin ninguna emoción.

Sus ojos grises oscurecidos por las ojeras predominantes dado la falta de su sueño. Una melancólica sonrisa. Y el pelo desordenado.

¿Acaso estaba destinada a un futuro incertidumbre por pecar?

No quería vivir de esa manera con la culpa detrás de ella. Quería cambiar el destino de su vida. Pero, ¿cómo?

Necesitaba pensar bien en las opciones que tenía antes de dar el gran paso. ¿Acaso deseaba volver cometer los mismos errores? No, eso no.

Pero no podía pensar bien por la hambruna que sentía.

Minerva suspiró angustiada.

No quería bajar a comer pero lo tenía que hacer si quisiera ganar fuerzas.

Con esa decisión tomada, bajó las escaleras lentamente y luego se dirigió hacia el salón principal.

Cuando la enorme puerta se abrió, Minerva suspiró al ver que su madre estaba desayunando con tranquilidad. Tal vez aún no se había enterado sobre el rompimiento del compromiso de Adam y de Fabiola.

—Madre —susurró débil mientras se encaminaba hacia el libre asiento.

—¿Sí? —preguntó levantándose la vista de la taza de té—, Buenos días, Minerva. ¿Has dormido bien? Hace meses, dejaste la misma y...

Minerva la interrumpió.

—Simplemente estoy preocupada sobre mi futuro, nada más. Estoy segura que estaré bien —afirmó con una sonrisa.

—Eso me alivia, hija —respondió sonriente—, ¿Has visto a Fabiola? Mi niña pobre está destrozada por lo de Adam. Me rompe el corazón verla sufrir pero no puedo hacer nada que rezar. Sé que logrará ser feliz con otro hombre, quién la amará como es merecido.

¡Santos cielos! Bajo la mirada avergonzada. Jamás debió rendirse pero ya no servía nada arrepentirse cuando la maldad triunfó contra la bondad.  
—Y por esa razón, he decidido que ambas se vayan donde vuestra hermana Meredith. Allí podrán encontrar al marido ideal sin recibir ninguna crítica sobre vuestra reputación.

Minerva asintió mientras hacía el esfuerzo de masticar las tortillas de arena endulzadas de sirope de miel.

Ella no tenía la esperanza de hallar ese hombre quién la aceptará cuando el don más apreciado en una mujer —la inocencia—, la había perdido. Pero Fabiola podrá curar los trozos rotos de su corazón para finalmente volver ser feliz a lado del hombre ideal.

Pero antes de planificar el futuro de ambas, Minerva tenía que asegurarse.

—¿Y Fabiola ha aceptado? Si es así, no me importaría estar allí durante una buena temporada. Tal vez podremos conocer algún que otro buen pretendiente, ¿no, madre? Somos las hermanas menores de la princesa de Liechtenstein.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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