El secreto de un beso

Capítulo 11

En la pista del baile, Minerva no se había sentido extraña en los brazos de Alec. Todo lo contrario. Estaba tan cómoda moviéndose con un semblante alegre al compás de la suave melodía que tocaban la orquesta. Además Alec era un grato bailarín.

Poco a poco sus labios se curvaron formando una amplia sonrisa cuando Alec empezó a sonreír mostrando su perfecta dentadura sin dejar de mirarla fijamente.

Era demasiado lindo pensó Minerva pero lo que sentía por él no era nada comprobado de los sentimientos que sentía por Adam. Esas sensaciones de nerviosismos cuando se encontraba a su lado o el simple hecho de que solo con su presencia estaba feliz.

Pero la desgracia no tardó de llevar en su vida de nuevo. Por el sofocante calor que emanaba en este salón causó que Minerva se mareara chocándose contra el duro pecho de Alec. Éste la tomó de la cintura con un semblante de preocupación.

—¿Está bien?

Minerva quería abrir la boca y decirle que sí estaba bien pero hizo todo lo contrario.

—No —murmuró débilmente con los ojos entrecerrados—, Me siento mareada.

Alec se separó un poco de ella, esperando que nadie se hubiera dado cuenta de lo cercanos que estaban ellos.

—Te vendrá un poco de aire. ¡Vamos! —indicó tomándola de la mano y acto seguido se dirigieron hacia la salida del salón.

Afortunadamente la gente estaba tan enfocada conversando con el uno al otro que nadie se dio cuenta de la ausencia de Alec y la de Minerva excepto Fabiola, quién vio toda la escena con el ceño fruncido.

Intentó calmar su ira respirando varias veces. No quería montar un escándalo. Lo que debía hacer era ir por su hermana mayor y calmadamente separarle de ese pervertido. ¿Por qué estaba yendo con él? ¿Por qué? Los hombres no eran de confianza. Fueron, son y siempre serán seres malignos.

Alec con prisas preocupado por el bienestar de Minerva la llevó al jardín más cercano de esa sala. Pero al llegar a pesar del aire refrescante de ese lugar, la pobre se empeoró. Sentía que todo le daba vueltas. Su vista se nubló por completo cerrando sus ojos antes de caer al suelo.

—¡Milady! —exclamó intentando moverla por los hombros pero Minerva ni se inutó.

Fabiola los estuvo siguiendo sin que ningún de ellos se dieran cuenta de su presencia.

Cuando los vio parar en el jardín, se escondió entre los arbustos pero salió corriendo en la dirección donde vio a su hermana desmayarse. El corazón de Fabiola dio un vuelco verla sin vida en el suelo. No iba a perderla. Ya había perdido bastante tiempo sin estar con ella por el simple hecho de que estaba enamorada de su prometido. ¿Enamorada? Meneó la cabeza algo insegura. Si fuera amor, aún le hubiera dolido el engaño pero ahora solo sentía asco y indiferencia por él. Tal vez todo este tiempo había sido simplemente admiración. Después de todo, Adam era la perfección personificado. Perfectos modales con un perfecto linaje. En pocas palabras era el hombre que toda una mujer desearía.

Cuando Fabiola llegó donde estaba Alec intentando despertar a Minerva, le fulminó con la mirada antes de ponerse a comprobar si su hermana estaba bien o no. Al final y al acabo, siempre había querido ser doctora pero era una profesión para y por hombres. Una injusticia porque creía furtivamente que las mujeres también podían buenas médicas. Para su suerte con la ayuda de su padre y un amigo de éste quién era un médico hicieron que estudiara en secreto la medicina durante una buena temporada. Con una hábil facilidad y con una suprema inteligencia, aprendió todo sobre ese oficio. A partir de eso, nadie excepto ellos dos sabían sobre esto. A veces cuando veía a algún familiar enfermo, quería curarlo pero no podía. ¿La razón? Miedo de ser criticada por elegir una profesión de caballeros.

De su boca salió un suspiro de alivio cuando comprobó los latidos de su hermana en su muñeca. Todo estaba bien gracias a Dios.

Alec se quedó en silencio contemplando a esa desconocida preocupada por Minerva. ¿Quién será? se preguntó mirándola fijamente.

Cuando levantó la mirada, Alec se quedó completamente hechizado por la belleza de esa dama de esos ojos tan sublimes. Sintió que todo el alrededor dejó de ser insignificante. Solo existía ella y él.

Al salir de su asombro, tosió incómodamente por haberse quedado embobado en el momento más inapropiado.

—Llamaré al médico del palacio —propuso decidido Alec a ir por el doctor, quién era su amigo.

Fabiola negó la cabeza observándola con esa mirada tan abrasadora. Alec estuvo a punto de quedarse sin aliento por culpa de esa acción.

—No hace falta, milord. Soy doctora y sé lo que tengo que hacer.

Cuando la escuchó, Alec abrió los ojos exageradamente. ¿Doctora? ¿Acaso había escuchado bien? Eso era imposible. Bueno no lo era. Habían cada vez más mujeres decididas a no ser sumisas, más independientes con sueños y metas que cumplir.

—¿Algún problema, milord? Si cree que no haré un buen trabajo, deja que te diga que soy una excepcional doctora. Además no haré nada que pudiera perjudicar a mi hermana.

Alec estuvo de caerse para atrás cuando oyó su declaración. Era la hermana de Minerva. Claro que lo era. Solo debías verlas. Tenían el mismo semblante solo que esta tenía una belleza inocente y dulce. ¿Cómo podía ser tan ciego?



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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