El secreto de un beso

Capítulo 12

Alec intentó ayudar a Fabiola a levantar del suelo el cuerpo sin alma de Minerva sin hacer mucho ruido. Solo al imaginar el escándalo que estallará, perderá esa reputación que tanto la mujer de su hermano mayor estaba obsesionada por mantener. La admiraba. Era una mujer fuerte y decidida. Los valores perfectos para reina. Pero a veces su obsesión hacia el control era insoportable. Cada vez que ella intentaba controlarle, desearía haber nacido pobre sin pertenecer a la realeza. Al menos, siendo un joven sin un centavo podía saborear la libertad entre sus manos. Sí, la vida de un pobre no era fácil pero tampoco lo era un de joven incomprendido de la realeza. Lo único real en su vida era la pintura. Sin ella, no sabría qué hacer.

Ya teniendo a Minerva en sus brazos, estuvo a punto de tropezar embobado al ver los ojos de Fabiola que le robaron de repente el aliento. ¿Por qué su corazón esta latiendo cada vez más rápido de lo normal? Tragó saliva nervioso por esta reacción tan anormal para él.

—Dejad de miradme, milord —ordenó tajante mientras lo ayudaba a cargar a Minerva.

¿Por qué lo trataba tan fríamente? Nunca había conocido una dama que fuera capaz de ser grosera con él. Siempre lo habían tratado como el príncipe que era.

—¿Tiene algún problema, milady? ¿O no puedo admirar una dama tan bella como usted?

Si había algo que le encantaba a Alek, era jugar con el fuego.

Pero hacerlo con la hermana de Minerva era más divertido solo viendo su reacción.

«Eres una dama. Calma. No te alteres» intentó relajar su rabia creciendo pero pensaba que no lo iba a lograr. Cada momento que pasaba a lado suya, más insoportable era respirar a lado de este caballero.

Pero lo peor de todo, su halago había causado que sus mejillas arderán como si fuera un volcán.

—¿No cree que debe callarse, milord? No quiero que se desconcentra. Además debe pertenecer en silencio porque no quiere que seamos el hazmerreír de los invitados, ¿verdad, milord?

Después de ese comentario, ambos se quedaron en silencio. Solo se escuchaba el sonido de sus caminatas hacia una pequeña casita apartada del majestuoso castillo donde siempre Alec estaba allí, inmergido en sus pensamiento. Pensó que estando allí no tendrán ningún invitado inesperado.

Después de recorrer un largo camino lleno de enormes árboles y un sinfín de obstáculos, la joven pareja llegaron por fin a su destino.

Si no fuera por la luz lunar que iluminaba por todo el lugar, se habrían perdido en medio de esos densos arbustos sin salida.

—Bienvenida a mi dulce hogar, milady —clamó burlón haciendo que Fabiola bufara por las palabras dichas por ese joven príncipe.

—Mejor dicho el infierno, milord —murmuró para ella.

La cabaña por dentro estaba espaciosa y ordenada con un montón de cuadros por todo el lugar y las velas iluminándolos. Seguramente este joven caballero era pintor pensó Fabiola, fascinada con la decoración del sitio.

Cuando la dejaron reposar en la cama, Fabiola se quedó pensativa sobre las síntomas que parecía que su hermana mayor padecía. Mareo, náuseas y ahora desmayo. ¿Acaso no estaría encinta? Eso era imposible. Jamás Minerva perdería su virtud sin estar casada. Tal vez debió haber comido algo en mal estado.

Fabiola no sabía que pensar donde terminó gruñendo por no poder ayudar a su hermana a saber si había padecido una grave enfermedad o si en realidad estaba embarazada después de haberse ilusionado con algún caballero. Si era lo último, iba a matarlo lentamente. ¿Qué clase de hombre sería capaz de prometer amor y fieldad pero cuando tenía la virginidad de alguna dama la abandonaba sin poder casarse con nadie más? Cada vez entendía menos el comportamiento de los hombres. Haber quedado solterona era lo mejor que le había pasado en su vida aunque al principio no aceptó su realidad por el escándalo de ser abandonada por su prometido. Tarde o temprano, la sociedad lo superará en cuanto hubiera un escándalo más grave. Tal vez debería contactarse con Lilah, la dama más libertina y provocativa de todo Londres y ser amigas. Siempre esa mujer estaba metida en problemas pero al ser la esposa de un duque hacían oídos sordos a su comportamiento tan liberal.

—¿Todo bien, doctora? Perdón por la interrupción pero al ver tus expresiones faciales he tenido miedo.

Frunció sus labios haciendo extraños mohines con ellos al verse interrumpido por él. ¿Por qué aún estaba aquí? Quería que se marchara y la dejara sola con su hermana.

—Perdón por no ser respetuosa pero me puede hacerme el favor de marcharte. Sí, gracias por ayudarme, milord. Ten una buena noche.

¿Por qué la hermana menor de Minerva lo trataba tan mal? ¿Qué había hecho? Solo bailó con su hermana y luego juntos se marcharon de la velada solo porque Minerva se sentía mal.

—¿Qué?

—¿Eres sordo? Si es así, puedo decírtelo de nuevo. No hay ningún problema, milord.

¿Estaba riéndose de él? ¿Como podía ser tan descarada? Él tampoco era tan estirado como los de su familia de realeza pero no iba a aguantar más ser tratado por Fabiola de esa manera cuando no había hecho nada malo.

Al final no decidió no seguirle el juego. Si quería molestarle con sus atrevidos comentarios, podía hacerlo sin que no hubiera ningún castigo de su parte. Iba a ignorarlos y problema solucionado.



#2005 en Otros
#338 en Novela histórica
#5032 en Novela romántica

En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.