El secreto de un beso

Capítulo 13

Minerva tocó su cabeza en el momento que sintió un intenso dolor de cabeza.

No podía aguantar más esta dolorosa sensación. Cada vez se encontraba más enferma, sin ganas de vivir. Solo quería cerrar los ojos, olvidar estas nauseas y esperar que Dios tuviera piedad con ella.

¿Acaso todo lo que le estaba ocurriendo era por el karma?

Si era por esa misma razón, entonces se lo tenía merecido por ser una pésima hermana.

Todo el pecado que había cometido, ahora causará que arderá con su sufrimiento antes de irse al infierno.

—¿Dónde estoy?

Esta vez fue lo dijo con una voz lo suficiente fuerte para conseguir que su hermana menor como Alec dejarán de pelearse entre ellos y se enfocarán en ella.

—Estás en mi cabaña —respondió el joven sonriendo al verla despierta.

Nunca en su vida había sentido tanto miedo. Verla en el suelo, sin ánima fue demasiado para él. Tal vez porque era demasiado sensible.

Alec se acercó a Minerva sin dejar de mirarla con cariño.

El poco tiempo que la conoció, se había convertido en alguien especial para él.

Ahora podía respirar con tranquilidad, sin preocuparse tanto por su nueva amiga. Pero antes de relajarse por completo, tenía saber si estaba enferma o solamente se había desmayado por el sofocante calor del salón. 

Antes de que pudiera acariciarle el pelo con suavidad, fue interrumpido por la culpa de Fabiola, quién estaba mirando la escena con el ceño fruncido.

Ni loca iba a dejar que ese sujeto se acercara a su hermana.

Podía presentir que ese joven pintor no era de confianza.

—¿Puede iros, mi lord? —inquirió con frialdad.

Ese tono como su serio semblante provocó que Alec se echara para atrás.

Quería estar con Minerva, hablar con ella y saber si de verdad estaba bien o no. Sin embargo, al parecer Fabiola no deseaba que él ni respirara el mismo aire que su hermana mayor.

Aunque no le había dicho nada, podía notar el odio de la mirada de esa jovencita cada vez que estaba con Minerva.

Le encantaría saber cuál era la razón de su rencor.

No le había dicho nada malo ni tampoco le había tratado mal. ¿Por qué tanta hostilidad?

En estos momentos, no quería el tiempo para estar pensando en esto. Lo primero era la salud de Minerva y luego ayudarlas a regresar al palacio.

Le dedicó una amplia sonrisa, la cuál no fue correspondió por Fabiola. Ésta solo gruñó en el momento que Alec sonrió.

—¿No recuerda, milady? No puedo irme. Necesito ayudarlas a regresar sino seré una mala persona. ¿Eso quiere?

Fabiola volvió refunfuñar. Ya no podía soportar más este hombre. Solo quería estar alejada de él ni tampoco dejar que Minerva estuviera a lado suya.

Los hombres como Adam tanto como él no eran de confianza. Solo eran jugadores. Nada más que eso.

Pero en vez en ponerse más a la defensiva, decidió cambiar la rumba de la conversación. Esta vez se dirigió a él con más suavidad. Solo para ver si así este maldito joven se marchara del aposento y así poder hablar tranquilamente con su hermana sobre su teoría. 

—¿Puede esperarnos abajo, milord? ¿O será demasiado para usted? No se preocupe, somos capaces de protegernos.

A pesar de que Alec no se quería marcharse, no tuvo más remedio que hacerle caso a esa joven tan odiosa.

Ignorando a Fabiola, se despidió de Minerva esperando con todo su corazón volver a ver de nuevo su radiante sonrisa, no esa expresión atormentada.

Fabiola suspiró aliviada en el momento que la puerta de la habitación se cerró. Por fin se había ido ese pesado. Si hubiera estado un rato más aquí, de verdad lo habría golpeado con algo.

Ahora había llegado la hora de la verdad. ¿Estaría su hermana embarazada o solo era una imaginación suya?

 

Minerva contempló a esos dos con la boca abierta, sin poder creer lo que estaba viendo. ¿Por qué su hermana menor se ponía tanto a la defensiva hacia Alek? ¿Dónde se había escapado esa callada y dulce joven? Seguramente todo esto era porque su culpa. Si no hubiera sido por esa noche donde se había rendido en los encantos de Adam sin importarle las circunstancias de sus actos egoístas, esto jamás habría ocurrido.

¿Era una locura pedir perdón por los pecados cometidos? Todas las noches rezaba entre sollozos hasta que sentía el nacimiento del amanecer sobre ella. En ese mismo instante, susurraba las últimas plegarias antes de cerrar lentamente sus pupilas.

Abrió la boca para preguntarle sobre su gélido comportamiento, pero la cerró al momento cuando observó la expresión facial de su hermana menor.

¿Por qué la miraba de esta manera tan preocupante? ¿Acaso le había ocurrido una desdicha?

Al no poder aguantar más esa mirada tan abrasadora,
Minerva se acercó donde se encontraba su hermana sentada. Con pequeños movimientos, empezó a acariciarle el pelo esperando calmarla y así poder saber qué era lo que le preocupaba tanto a Fabiola.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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