El secreto de un beso

Capítulo 16

La instancia en ese pueblo fue agradable y tranquila para Minerva. También lo había sido para el pequeño, quién cada día crecía más. Ahora ella tenía una enorme barriga. Estaba tan orgullosa de su embarazo. Se moría por tenerlo entre sus brazos. Nunca había estado tan contenta hasta en este momento de su vida.

Jamás hubiera esperado que este sitio le ayudara a superar ese sentimiento de culpabilidad, esa agonía que sentía cada vez que cerraba sus parpados.

Ahora podía estar en paz. Su alma ni su corazón sufrían más. En estos momentos, solo deseaba volver a ver a su familia de nuevo y estar con ellos. No estaba segura si aún era aceptada por ellos. Pedía bastante, lo sabía perfectamente, pero Minerva deseaba que un día pudieran perdonar sus pecados y empezar de nuevo, sin mirar el pasado.

Durante todo este tiempo, aprendió que ya no necesitaba Adam. Sí, lo amara para toda la vida pero ya no quería estar con él. Su destino ya había sido trazado desde el primer momento que estuvieron juntos. Nunca terminaran juntos aunque fuera un amor correspondido. Era su alma gemela, el amor de su vida. El hombre que apareció ante ella, haciéndola sentir intensas emociones, y cambió su mundo para siempre. Todos esos recuerdos junto a él serán un tesoro para ella.

Con la madurez aprendida a largo de estos meses, Minerva jamás tomará la decisión de estar con el hombre de su vida si eso significaba destruir el futuro de su familia.

Durante esa tormenta terrible y abrumadora, Minerva siempre había anhelado en secreto que Adam viniera hacia ella y la salvara de ese infierno. Pero ahora que tenía en sus manos el amor más importante de la tierra —el amor propio—, podía sobrevivir con o sin él.

—¡Minerva! —gritó Mia entrando a su cuarto.

Minerva soltó una fuerte carcajada cuando la vio tropezarse con la mesa.

Mia era una joven alegre y cálida. Siempre estaba a su lado, haciéndola feliz con su presencia.

A decir verdad, la joven recepcionista del hostal la había ayudado bastante para llegar en la paz que ahora su alma disfrutaba.

Ella era la única que sabía la verdad. Jamás la miró mal o la había criticado detrás de su espalda. Simplemente la abrazó, diciéndola que cualquiera ayuda que necesitaba, estaría allí en su servicio.

El padre de su bebé nunca había muerto. Sí, para todo el mundo en el pueblo, ella era una pobre viuda que había perdido su marido en la guerra.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó curiosa.

Siempre que entraba de esta manera tan alocada, algo interesante había ocurrido.

—¡Tu...!

Se calló en medio de la fresa por culpa de su agitada respiración.

Minerva le dedicó una delicada sonrisa, animándola en silencio que se calmara.

—Bueno...no sé cómo decirte esto...pero alguien ha venido preguntando por ti. ¡Es una mujer demasiado bella! Creo que su nombre era Fabiola pero estoy segura. ¿Quieres bajar o prefieres que ella suba?

¡Su hermana pequeña estaba aquí! ¿Cómo supo de su existencia?

—Dile que me espere abajo, por favor —comentó emocionada por verla después de largos meses.

—Ahora mismo, capitana.

Mia salió de la habitación, dejándola sola con sus pensamientos.

Minerva inhaló y exhaló el aire varias veces en frente del espejo.

Estaba demasiada alterada. Había extrañado demasiado su pequeña hermana. ¿Seguirá odiándola por causarle toda esa desdicha? ¿O ya la habrá perdonado con el pasar de los meses?

Sea lo que le estaba esperando allá abajo, estaba algo lista para enfrentarse al destino.

En el camino, mientras Minerva estaba bajando las escaleras con sumo cuidado, se halló frente a frente con la dueña del local, sonriéndola de oreja a oreja. La señora Casssandra había sido un gran apoyo para ella. Sus consejos sobre la maternidad, sobre la vida propia o hasta sobre la muerte en sí le abrieron los ojos.

Poco a poco, Minerva fue cambiando la perspectiva de su vida. No solo su cuerpo estaba siendo modificando poco a poco, sino que su forma de ser también. Ya no era esa joven de antes, tan curiosa, tan juguetona por conocer al mundo. Se volvió toda una mujer valiente, silenciosa con sus sentimientos, refinada y elegante. Si la viese ahora su progenitora, no creía en lo que estaba viendo.

—Me ha llegado la carta de mi hijo. ¡Está vivo, cariño! Estoy tan feliz que siento que voy a llorar.

Minerva abrió la boca sorprendida, sin poder creer lo que estaba escuchando.

Cassandra llevaba casi una década, buscando por todos los sitios a su hijo perdido. Estuvo a punto de aceptar la realidad, en esa cruel realidad en la que jamás volverá a ver a su hijo. Pero nunca decidió perder la esperanza y rendirse. Siguió con su creencia de que un día lo verá enfrente suya, vivo y sonriente. Feliz por regresar a su dulce hogar.

—¿De verdad? Eso es una buena noticia. Me alegro mucho por ti, Cassandra.

—Gracias, pequeña. Quiero decirte que nunca pierdas tus esperanzas. Tu marido también regresará y estarán juntos para siempre.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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