El secreto de un beso

Capítulo 18

La locura se había apoderado totalmente de Adam.

Aunque era de noche, no tenía la capacidad de esperar hasta el amanecer. Había esperado demasiado tiempo. Ahora era su oportunidad de estar con ella, con su amada, después de largos y infernales meses. Se moría por tenerla entre sus brazos y sentir su agradable y dulce aroma.

Con prisas, en plena oscuridad, solo con la lámpara alumbrando al escritorio, empezó a escribir una carta para su progenitora con muchas prisas. En ella, le avisaba sobre su decisión de ir en búsqueda de la mujer de su vida.

Adam salió corriendo de su cuarto en cuanto dejó terminada la carta. Ni la oscuridad era capaz de contener esas intensas ganas de ver a su preciosa Minerva.

Al llegar a la cuadra donde se encontraban los caballos tranquilos, sumergidos en sus propios mundos. Adam se cayó al suelo por culpa de la inquietud. Todo su cuerpo estaba temblando de nervios.

No tenía fuerza para seguir adelante pero tenía que hacerlo si quería volver a estar con la mujer que amaba.

Se quedó en el suelo por un buen tiempo, intentando recobrar su fuerza. Adam cerró los ojos, escuchando con atención sus furiosos latidos.

Tomó todo el tiempo que necesitase para ponerse de pie de nuevo. Poco a poco, se levantó, sintiéndose el hombre más invencible. Había recuperado toda su fortaleza.

Sin pensarlo ni un instante más, Adam se subió a su caballo en un solo movimiento.

—Vamos, Bill —susurró mientras le acariciaba el pelo.

Su formidable y fuerte caballo se puso en marcha, cabalgando hacia la salida. Cada movimiento que daba el caballo, más lejos estaban de la majestuosa y enorme mansión.

Mientras estaba en el camino, en medio de desiertos campos, Adam se sumergió en otro mundo. Uno donde solo estaba ella, esperándolo con su bebé en sus brazos.

Una cálida sonrisa surgió de sus labios,  después de largos meses sin sonreír.

Esos pensamientos consiguieron que empezara a trotar más rápido. Quería llegar cuanto antes a ese lugar. No necesitaba descansar ni relajarse. Lo único que anhelaba era abrazarla, sentirla contra su torso. Eso era lo único que podía relajarle.

Todo estaba yendo bien pero cuando llegaron a un pueblo desconocido, las cosas comenzaron a ponerse malas.

Adam tragó saliva, nervioso al escuchar los truenos. Tenía que hospedarse antes de que la tormenta estallara. No quería parar pero si seguía con el viaje, lo más probable era que morirá dejando a Minerva y a su hijo sin padre. No quería arriesgarse a ese nefasto Destino.

Antes de poder encontrar un hostal, el caballo empezó a ponerse nervios. Adam intentó calmarlo acariciándole el pelo pero no funcionó. Bill se estaba descontrolándose.

En un lapso de segundo, las patas de Bill se alzaron hacia arriba por culpa de un ruidoso trueno causando que Adam se diera un golpe en su hombro contra las enormes piedras.

Lo último que Adam vio al entrecerrar sus ojos era el rostro de su amada, sonriéndole con tanto amor.

(***)

El cuerpo de Minerva se sobresaltó, haciéndola abrir los ojos de golpe. Asustadiza con la respiración revuelta, se puso de pie.

Levantada, Minerva contempló como la lluvia golpeaba contra los cristales de las ventanas.

Sintió una sensación de ahogo en su corazón. ¿Por qué presentía que una tragedia estaba ocurriendo en esos momentos?

Tocó su abultada barriga, susurrando con una voz suave palabras dulces.

No quería alterar la tranquilidad de su bebé.

De repente, ya no sentía más ese sentimiento opresor que se había apoderado de su corazón hace poco. Tal vez debió ser por las gotas de agua recorriendo por todo el ventanal. Eso conseguía relajarle el alma.

Sintiéndose adormida de nuevo, regresó a su cama. En cuanto su espalda tocó la suavidad del colchón, entrecerró al momentos sus párpados. Se quedó dormida con una expresión de tranquilidad.

No había pasado demasiado tiempo desde esa horrorosa pesadilla cuando Minerva volvió despertarse pero esta vez lo hizo a gritos, pidiendo auxilio. Sentía un terrible dolor en sus entrañas.

Con la voz temerosa, no paró de rezar temiendo lo peor.

Sus manos no paraban de titiritar sin parar. El temor había tomado por completo el control de la situación.

Tenía que ser fuerte, no débil. Su bebé la necesitaba en estos momentos tan críticos. 

Minerva siguió rezando. No importaba si ella tenía que morir pero su bebé debía sobrevivir. Estaba segura que le esperaba una gran vida.

La puerta de su dormitorio se abrió, entrando en ella, el esbelto cuerpo de su hermana menor con una expresión llena de preocupación.

Fabiola estuvo a punto de caerse en las escaleras al intentar subir por ellas. En vez de irse a dormir, estaba en el jardín, contemplando la noche, pensativa sobre su vida pero su paz había sido interrumpida cuando escuchó los gritos desagarrados de Minerva.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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