El secreto de un beso

Epílogo

Las siguientes semanas para Adam fueron demasiadas complicadas y difíciles.

Después de esa terrible tormenta, se despertó días más tarde. Abrió sus ojos lentamente, como si le costara hacerlo. Estaba en un dormitorio desconocido, tumbado en una incómoda cama de madera. Intentó incorporarse de ella pero al hacerlo pronunció varios quejidos de un intenso dolor. Todo su cuerpo estaba lleno de heridas y moretones. ¿Qué le habrá pasado? Se preguntó así mismo, tocando su sien. Intentó recordar pero tenía la mente en blanco.

Adam oyó como la puerta de madera se abría con lentitud, apareciendo ante él un robusto cuerpo masculino. El desconocido tenía un porte autoritario y elegante. ¿Quién era él? ¿Y dónde estaba?

—Buenos días, milord —lo saludó haciendo una pequeña reverencia con su sombrero—, ¿se encuentra usted bien? ¿No siente fiebre ni temblores?

Ante la confundida mirada de Adam, el desconocido soltó una leve risa.

—Soy Luke, el médico de esta pequeña aldea. Le había encontrado tirado cerca de la orilla del río. Es todo un milagro que esté vivo, milord. Por un momento, pensé que usted estaba muerto. El golpe que ha recibido era demasiado horrible.

La bondad de Dios había salvado a Adam de un trágico Destino. Tenía otra oportunidad de estar con su amada para toda la eternidad. Ahora solo debía centrarse en curar sus heridas y irá en su búsqueda.

Con la ayuda de Luke, la salud de Adam iba mejorando. Sus heridas estaban invisibles, como si nunca se hubiese caído
de una manera tan horrorosa. En unas semanas más tarde, ya se encontraba completamente sano y fuerte. Antes de emprender de nuevo el viaje, agradeció a Luke por su hospitalidad y amabilidad. Adam jamás olvidará todo lo que Luke había hecho por él. Un día, volverá a esta cálida aldea pero sería a lado de la mujer de su vida.

El viaje hasta el pueblo donde Minerva vivía había sido largo y agotador. Pero para Adam ese cansancio había merecido la pena. Estaba enfrente del hostal que Fabiola le había indicado en la carta.

Adam respiró varias veces antes de bajarse de su caballo. Con la ayuda de una cuerda, lo ató en el árbol. Le acarició el pelo con suavidad para después marcharse de ese sitio.

Adam sintió como sus piernas comenzaban a tiritar sin ningún tipo de control en el momento que la vio. Era ella, su amada. Minerva se había convertido en toda una mujer hermosa. De ella, desprendía un aura de elegancia y madurez. Ya no era esa joven aventurera y juguetona. El tiempo se había pasado tan rápido que eso le produjo tristeza. Había perdido vivir momentos inolvidables con ella pero aún no era tarde para ellos. Ahora que la tenía de nuevo su vida, no volverá a dejarla ir. Estarán juntos hasta el último suspiro.

No esperó ni un momento más y con todo su corazón, Adam se echó a correr hasta llegar donde se hallaba Minerva. Estaba sentada en la manta, disfrutando de un buen picnic en el jardín. Su cuerpo se convirtió en completo hielo al fijarse que no estaba sola, sino tenía entre sus brazos un precioso niño. ¿Ya se había casado con otro? La ira se apoderó de él al pensar que otro hombre había tenido la suerte de estar con el amor de su vida. Pero en el momento que observó detenidamente los ojos del infante, supo la verdad. Él era su hijo. Era suyo, de su propia sangre y carne.

—¡Minerva! —gritó su nombre sintiendo como sus lágrimas salían descontroladas.

¿Era la voz de Adam? Minerva sacudió su cabeza varias veces. Lo que había escuchado era un sueño, una imaginación suya. Era imposible que estuviera aquí. Solo Fabiola sabía sobre la existencia de este lugar.

Pero Minerva se dio cuenta que no era ningún sueño cuando Adam la estrechó contra sus masculinos y fuertes músculos.

—¿Adam? ¿Qué hace aquí?

—Estar contigo, con la mujer que ha robado mi corazón, mi alma, hasta mis suspiros. Te amo, te amo tanto. No hay un día que no te amase, mi preciosa Minerva.

—¿Qué? —fue lo único que pudo pronunciar. Minerva no estaba segura si lo que estaba oyendo era real o estaba de nuevo soñando.

—Dime que me amas, dime que quieres que esté contigo. Solo dímelo. Por nuestro amor, haré lo que sea.

Minerva mordisqueó su labio inferior, indecisa. Antes estaba tan segura de su decisión pero ahora mismo no. Lo amaba tanto. Él siempre será la única persona que había amado con todo su corazón. Deseaba estar con él pero ¿qué pasará con su familia? ¿Y con Fabiola? Aunque su hermana aceptaba por completo su relación con Adam, no estaba segura. La sociedad jamás la perdonara por cometer tantas deshornas a su familia.

Como si Adam leyera sus pensamientos, susurró lo siguiente.

—Deja de pensar tanto en los demás. Piensa en ti, en tu felicidad, en lo que quieras, en nosotros. Dime que me amas, necesito saberlo.

Con delicadeza, Adam levantó el rostro de Minerva, quedándose fascinado con su belleza tan angelical.

El corazón de Minerva se debilitó por las suaves acaricias que Adam le dejaba en sus mejillas. Era débil y frágil ante él. Estaba segura que siempre lo será.

—Te amo, Adam. Te amo demasiado. Siempre te he amado. Desde el primer momento que te vi, mi corazón te pertenece y eso nunca cambiara.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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