El secreto de una noche

6

—Necesitaba una asistente, tu currículum era bueno, ¿por qué no? —se encoge de hombros con indiferencia.

—¿Y el hecho de que yo haya estado casada con Ígor influyó de alguna manera en su elección?

—Lo supe después de contratarte. Entiende que debo saber quién trabajará a mi lado. Mi asistente conoce mi agenda personal, tiene acceso a todas mis reuniones y a los resultados de las negociaciones. No me interesa que cierta información llegue a mis competidores.

Sus palabras tienen lógica. Pero en mi interior sigue viva la sospecha de que Ruslán es aquel misterioso hombre del bar. Tal vez esté ligado al crimen organizado, porque aún no sé qué debía entregarle Rita, la mujer con la que aquel desconocido me confundió. Intento sonsacarle la verdad con cautela:

—Entonces, ¿la única razón por la que me contrató fue mi currículum?

—No solamente eso —Ruslán hace una pausa y contengo la respiración. ¿Mencionará aquel episodio de hace seis años? Todo sería más fácil si supiera si realmente era él aquel hombre. Exhala muy cerca de mis labios—: En la entrevista te comportaste con naturalidad.

Un estremecimiento me recorre la piel. Sus labios están demasiado próximos, su aliento roza mi piel. La distancia no es la que debería existir entre un jefe y su empleada. Su mirada desciende hacia mi boca, mientras mi corazón late con violencia. ¿Cree acaso que estoy dispuesta a ofrecerle algo que no forma parte de mis obligaciones laborales? Aprieto los labios. Necesito apartarme. Los nervios me traicionan y el bolígrafo se me cae de la mano al suelo.

—¿Se acerca tanto solo para ver cómo reacciono?

—¿Te incomoda esta cercanía? —él ni siquiera se mueve.

—Sí —me escabullo hacia un lado—. Creo que deberíamos dejar claros los límites desde ahora. Cualquier relación en el trabajo me resulta inaceptable.

—¿Y quién te ha dicho que quiero una relación contigo? —sus cejas se arquean, como si no hubiera sido él quien hace un momento se inclinaba hacia mí, abrasando mi piel con su respiración—. ¿No pensaste que quizá tengo novia?

Un peso me oprime el pecho. ¡Tiene novia! Ruslán es atractivo, rico, elegante… habría sido extraño que no la tuviera. Y aun si no la tuviera, dudo que se fijara en una mujer divorciada, mayor de treinta, y con una hija. No entiendo por qué el hecho de que mi jefe tenga pareja me ha dejado tan desanimada. Quizá de verdad mi imaginación me está jugando malas pasadas. Bajo la cabeza y me justifico:

—Se acercó demasiado.

—Quería tomar el cuaderno, echar un vistazo a lo que habías apuntado —responde, levantándolo. No le creo.

—Podría haberlo dicho, se lo habría dado.

—La próxima vez lo haré, no vaya a ser que me acuses de acoso. No sabía que tu imaginación podía volar tanto.

En sus labios, suena como una bofetada invisible.

—Me alegra que hayamos aclarado todo. Iré a mi despacho a comparar las propuestas. Eso le ayudará a elegir al socio más conveniente.

Ruslán asiente. Salgo de su oficina como si me hubiera quemado, con los dedos crispados en un puño. Solo al cerrar la puerta tras de mí consigo exhalar con alivio. Entonces recuerdo que el cuaderno se quedó en su escritorio, pero no me atrevo a regresar por él. Me quedo inmóvil, sin comprender lo que acaba de suceder. Nastia, la secretaria de Ruslán, me mira con compasión:

—¿Te tocó la bronca?

—Un poco —muerdo mi labio. No voy a contarle la verdad.

—No te preocupes, a todos nos toca. A veces es como un perro guardián encadenado que se suelta… pero paga bien. Te acostumbrarás.

Por desgracia, sin el cuaderno no puedo hacer el análisis. Tendré que volver. Con pasos sigilosos, como si temiera despertar a una fiera, abro la puerta. Ruslán habla por teléfono. Sus palabras me llegan claras:

—Sofía no recuerda. Y eso es bueno. Será más fácil así.

Me quedo helada. ¿Qué se supone que debo recordar? ¿Será él aquel desconocido del bar? Ruslán sabe algo que mi memoria se niega a aceptar. El corazón me golpea con fuerza. Al verme, corta la llamada apresuradamente:

—Hablaremos luego —termina la conversación. Y enseguida, con ironía—: ¿Qué pasa, Sofía? ¿Querías asegurarte de que no he cambiado de idea sobre esa relación que inventaste?

La rabia me recorre el cuerpo como un incendio. ¿Encima se burla? Alzo la barbilla con orgullo y camino hacia él con firmeza:

—No, he vuelto por el cuaderno. Lo necesito para el análisis. ¿Puedo llevármelo? —parpadeo con fingida inocencia.

—Claro. Ya vi todo lo que me interesaba —responde con desdén, empujándome el cuaderno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.