Mi corazón se detiene. Me encojo con sospecha, intentando convencerme de que no he oído bien. Estuvimos casados casi tres años, y ese tiempo no podría llamarse feliz. Comprendí que la familia no era para mí y decidí no volver a tener relaciones con hombres. Esperaba que eso me protegiera de la mentira y de otro corazón roto. Lo único por lo que estoy agradecida es por Maxim.
No logro entender qué juego se trae entre manos Ígor. Tras una pausa, de mis labios escapa una risa nerviosa.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
No creo en su sinceridad. Tiene que haber un motivo oculto. Trato de mantener la calma, pero mi corazón late con tanta fuerza bajo el pecho que parece que todos lo escuchan. Aprieto la taza entre las manos.
—¿Por qué te ha dado de repente ese deseo?
Ígor se pasa la mano por el cabello rubio, evitando mi mirada. Murmura en voz baja:
—Cometí un error.
—Oh, sí —esbozo una sonrisa torcida. Recuerdo a su mademoiselle, con la que me engañó, y siento cómo un volcán de ira estalla en mi interior—. Un error. Y no solo una vez.
—Sofía, por favor.
Su voz es suave, tranquila, casi suplicante. Eso me irrita todavía más.
—¿Y qué pasa con tu prometida? ¿Ella sabrá de mí o nos veremos a escondidas, como tú lo hacías con ella?
—Lo dejamos —Ígor levanta la cabeza.
Lo dice con tanta ligereza, como si todo pudiera borrarse de un plumazo. Como si mis sentimientos, mi desilusión, mi dolor, no significaran nada. La rabia me atraviesa por dentro.
—¡Tú me traicionaste, Ígor! Me traicionaste y te fuiste a vivir con ella. No te importaron los votos que me diste, ni nuestra familia, ni tu hijo. Nos abandonaste por ella, ¿y ahora apareces y crees que puedes volver así, sin más?
Las emociones se desbordan y pierdo el control de mi voz. En la cafetería se hace un silencio tenso. Algunas personas nos miran, pero me da igual. Esa página de mi vida la pasé hace tiempo y no entiendo por qué ahora tiemblo de nervios.
—Sofía —me mira con ojos de cachorro—, me equivoqué. Eres la mejor mujer que he tenido.
—¿Y de eso ya estás seguro, o piensas seguir buscando candidatas mejores? —me pongo de pie. Saco un billete de la cartera y lo dejo sobre la mesa—. No tienes derecho a aparecer en mi vida y fingir que estos dos años no existieron. ¡Jamás volveré contigo!
Veo cómo aprieta las manos en puños. Sus pómulos se tensan y en sus ojos chispea la furia. No soporta perder. Su mirada me quema.
—Es por Levchenko, ¿verdad?
—¡Es por ti, Ígor! —me exaspera que no entienda la verdadera razón.
Se pone de pie.
—No me rendiré, Sofía.
El aire se me hace pesado. Me doy la vuelta y me marcho, sintiendo aún su mirada sobre mí. Él no va a rendirse, y yo no voy a cambiar de idea. Me costó demasiado esfuerzo arrancarlo de mi corazón. Quiso volver justo cuando vio que trabajaba para Levchenko. Y hasta se inventó un romance entre nosotros. ¡Qué ridículo! ¿Yo y Levchenko? Dentro de mí ruge una tormenta.
Voy a recoger a Maxim del jardín de infancia.
A la mañana siguiente, al llegar a la oficina, recibo una lista de nuevas tareas. Casi todas tienen que ver directamente con Ruslán: reservarle una cena en un restaurante, ajustar su agenda, encontrar ciertos documentos, aunque para eso deba entrar en su despacho privado. Levchenko aún no ha llegado; se retrasa más de una hora. Entro en la oficina, enciendo el portátil y localizo los archivos que necesito. Entonces siento que la puerta se ha cerrado, y no lo ha hecho sola.
—Trabajas rápido —dice él.
Me obligo a no sobresaltarme, aunque su presencia me recorre la espalda con escalofríos.
—¿Tenía dudas sobre mi competencia?
—Ninguna —su voz es cálida, pero hay algo más en su tono.
Fingo no darme cuenta. Sigo buscando los documentos, sintiendo cómo se acerca. Él está de pie detrás de mí, mientras yo me he adueñado de su sillón con descaro. La situación me resulta incómoda. Observa cada uno de mis movimientos con atención. Me alivia haber terminado el trabajo.
—Ya está —dejo el pendrive sobre la mesa y me dispongo a salir.
Me levanto, pero él bloquea el paso. No de forma brusca, simplemente se coloca entre el escritorio y la pared, observándome con detenimiento.
—Tengo otra tarea para ti. Siéntate y apunta.
Me siento en su sillón, en el que debería estar él. Abro la libreta y sujeto con fuerza el bolígrafo. Ruslán dicta las tareas, y esta vez son de verdad laborales. Sin embargo, durante todo el tiempo siento su mirada fija en mí y el calor me invade. Termino de escribir y espero que sea todo por hoy. Cierro la libreta y la sostengo entre mis manos. Me pongo de pie, pero Ruslán no se aparta. Bajo la vista con timidez.
—Si eso es todo, me voy a trabajar —le insinúo que debería dejarme pasar.
—No es todo. Esta noche tengo una reunión. Quiero que estés allí.
—¿Para qué?
—Porque me aburriría. Ese socio de negocios se pierde en historias interminables. En el restaurante Riviera, a las ocho en punto. Y otra cosa: entre nosotros, el “usted” sobra.