El secreto de una noche

9

El calor me recorre por dentro. No entiendo a qué se debe tanta condescendencia. En la oficina corren rumores sobre su severidad. Con los subordinados no se permite familiaridades, y a las empleadas que intentaron coquetear con él las despidió de inmediato. Sin embargo, ahora Levchenko se comporta de manera totalmente opuesta. Está claro que quiere algo de mí.

Frunzo el ceño con seriedad:
—¿Acaso no es ese el trato que debe haber entre jefe y subordinada?

—Normalmente sí, pero no esta noche —sus ojos brillan con un destello pícaro.

Me quedo inmóvil. En el despacho cae un silencio tenso, como una cuerda estirada al límite. Me obliga a imaginar a qué se refiere. Intento no mostrar mi nerviosismo.

—¿Por qué? ¿Con quién nos vamos a encontrar? —mi voz suena firme, aunque por dentro todo se me encoge.

Ruslán se inclina hacia mí, acortando la distancia:
—Un socio de negocios. No te preocupes, es solo trabajo.

Su voz es grave, tranquila, con una ligera ironía. Bajo la mirada, desconcertada. Solo trabajo. ¿Entonces por qué me late el corazón con tanta fuerza? Él se aparta a un lado, dejándome el paso libre. Camino hacia la puerta, me detengo y me obligo a recomponerme.

—Te necesito para no dormirme —precisa él.

Siento la tensión en mis hombros. Sus palabras me descolocan. Estoy casi segura de que es el hombre del bar y que ya me reconoció. Entonces, ¿por qué no habla claro, sin tanto misterio? Juega su propio juego, uno cuyas reglas aún no comprendo.

—¿O sea que mi papel es sentarme y sonreír amablemente?
—Puedes no sonreír, pero prefiero cuando lo haces.

Mis mejillas arden. ¿Es un cumplido? Me esfuerzo por no caer en la provocación.
—No estoy segura de que eso forme parte de mis obligaciones.

—Tranquila, no voy a sobrepasar los límites entre nosotros. Vendrás, ¿verdad?

Ni siquiera lo plantea como una pregunta. Habla como si ya supiera la respuesta. Callo, porque todavía no he decidido si aceptar una tarea tan sospechosa. Me giro y salgo antes de decir algo de lo que pueda arrepentirme. Al cerrar la puerta, siento claramente su mirada clavada en mi espalda.

—Aunque me pregunto —oigo a través de la puerta— cuánto tardaré en romper ese límite.

Cierro y respiro hondo. ¿De verdad sigue creyendo que yo soy esa Rita que debía entregarle algo seis años atrás? El peligro me eriza la piel y mi corazón late con fuerza. Tal vez debería renunciar, pero el sueldo es demasiado bueno, y en los últimos tres meses este ha sido el único trabajo que conseguí. Me aferro a la esperanza de que no sea él. Pero recuerdo perfectamente sus palabras: se alegraba de que yo no recordara nada. Decido buscar trabajo en paralelo mientras me siento en mi escritorio de recepción. Nastia está enfrente, en su mesa, y me observa de una manera extraña.

El resto del día transcurre con calma. Ruslán no me llama ni me asigna más tareas. Después de las seis voy a recoger a Maxim del jardín de infancia. Todavía no he decidido si ir o no al restaurante esa noche, pero si no voy, estaré desobedeciendo una orden directa de mi jefe. Saco el móvil del bolso y llamo a mi amiga. Contesta casi de inmediato.

—Vika, sálvame. Necesito salir urgentemente, ¿puedo dejar a Maxim contigo un par de horas?
—¿Vas a una cita? —su voz suena llena de entusiasmo.
—Ojalá. No, es una reunión de trabajo. Espero que termine rápido.
—¿Reunión de trabajo… pero con un hombre? —mi amiga insiste.
—Sí, con dos. Es en serio, es trabajo y no habrá nada de romanticismo.

Escucho su suspiro decepcionado:
—Y yo que pensaba que por fin ibas a una cita. Bueno, tráeme al niño, jugará con los míos.
—Gracias, enseguida voy.

Vika es mi mejor amiga, nos conocemos desde la universidad. Está casada, tiene dos hijos y sabe todo sobre aquella noche en el bar que yo no recuerdo. Fue ella quien me tranquilizó, convenciéndome de que no había engañado a Ígor. ¿Quién querría acostarse con una chica inconsciente? Exacto, nadie. Seguramente solo me registraron y ya. Al menos, eso quiero creer.

Recojo a Maxim del jardín y vamos a casa. Allí me cambio, elijo un vestido más apropiado para una cena en un restaurante. Retoco el maquillaje y el peinado. Caminamos hacia casa de Vika, por suerte vive cerca. Toco el timbre y ella abre enseguida, como si me esperara tras la puerta.

—¡Pero qué guapa estás! —me escanea de arriba abajo, se cruza de brazos con una sonrisa pícara—. ¿A esto le llamas “reunión de trabajo”?
—Es en serio —decimos mientras entramos al recibidor.
—Claro, en un restaurante, por la noche, con ese vestido… —hace una pausa dramática, apoyando la barbilla en sus dedos—. Algo me estás ocultando.

Maxim corre adentro y sus hijos lo reciben con gritos de alegría. Aprovecho el alboroto para librarme de más preguntas, pero Vika me sujeta por el brazo.

—Vamos, cuéntamelo. ¿Quiénes son esos hombres?

Suspiro, abro el bolso y evito su mirada.
—Uno es mi jefe. El otro, su socio de negocios. Todo muy oficial.

—¿Y tu jefe es atractivo? —Vika entrecierra los ojos con malicia.




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