El secreto de una noche

12

Me paralizo. Debería decir: «No quiero». Pero las palabras se me atascan en la garganta. Ruslán me mira directo a los ojos, como si viera todo lo que intento ocultar. Y lo peor es que temo que tenga razón. Me pongo el abrigo y salgo del restaurante demasiado deprisa. Como si huyera, como si me faltara el aire. La ciudad nocturna me recibe con su frescura, pero ni siquiera eso logra enfriar el fuego que arde dentro de mí.

Debo olvidar esta cena y fingir que no ha pasado nada, que Ruslán no ha dicho nada. Pero su voz sigue resonando en mi cabeza. Aprieto los dientes. Tonterías. Es un manipulador. No puedo creer en su sinceridad. Sabe cómo hacer que alguien dude de sus propios deseos.

Saco el móvil, pido un taxi y, mientras espero, clavo la vista en la pantalla para no volverme. Siento en la piel que Ruslán está junto a la ventana del restaurante, mirándome marchar. Al llegar a casa de Vika, pago el taxi y me dirijo a su piso. Toco el timbre y mi amiga, como si me estuviera esperando, abre casi de inmediato. Sus ojos brillan de curiosidad.

—Bueno, ¿qué tal la reunión de trabajo? ¿O no fue tan de trabajo?

—Como siempre, no te equivocas —entro en el apartamento. Las emociones hierven en mí y necesito desahogarme.

Maximko corre hacia mí.

—¡Mamá! —me grita desde el salón, con el pelo despeinado y manchas en la ropa. Parece que Vika no logró mantenerlo alejado de los dulces de la noche.

—Hola, cariño. ¿Cómo estás?

—¡Genial! ¡Jugamos a los dinosaurios con Danilko!

Intento sonreír, aunque mi mente sigue en el restaurante.

—Eso está muy bien. Ve a recoger los juguetes con Danilko, que ya nos vamos a casa.

El niño vuelve a la habitación y enseguida se escuchan risas infantiles.

Pasamos a la cocina. Nos sentamos a la mesa y Vika se frota las manos con impaciencia.

—¡Cuenta ya!

Como en una confesión, le relato lo sucedido en la cena. Solo callo mi repentina atracción por Levchenko. Quizás me influyó la atmósfera romántica, el flirteo sutil… y sin duda es un hombre guapo, con mucho encanto. Espero que esta fascinación pase. Tiene que pasar. Cuando termino, Vika abre mucho los ojos.

—¡Le gustaste a tu jefe! ¿Por qué lo rechazaste?

—Tengo la sospecha de que este coqueteo no es casual. ¿Recuerdas aquella noche, hace seis años, la que juramos olvidar?

Vika traga saliva nerviosa y asiente.

—Sospecho que Ruslán es aquel desconocido del bar —me obligo a continuar.

—¿El que te registró? —la voz de Vika se vuelve un chillido.

—No sabemos qué hizo conmigo. Pero no estoy segura. Cuando entré a su despacho, lo escuché hablar por teléfono y decía: «Menos mal que Sofía no recuerda». ¿Qué es lo que no debo recordar?

—Quizás hablaba de otra Sofía.

—No lo sé. Y además, es socio de negocios de Igor. Organizó una reunión delante de mí y ahora coquetea. Tengo dos opciones: o es aquel desconocido, o lo hace por Igor.

—O una tercera opción: le gustas —Vika encuentra una razón poco probable.

—Eso es imposible. Es guapo, rico, inteligente… fácilmente puede encontrar a una chica con cuerpo de modelo. ¿Para qué querría a una mujer divorciada de más de treinta con un hijo?

—Estás haciendo la pregunta equivocada. ¿Por qué no podría gustarle una mujer atractiva y divorciada? Eres una gran persona, y el hecho de estar divorciada o tu edad no te hacen menos. Al contrario, te hacen más. Tienes experiencia de vida en pareja, eres responsable, sabes lo que es cuidar de alguien… y además, te subestimas.

—Mamá, ¿puedo quedarme a dormir con Danilko? —interrumpe Maximko entrando en la cocina.

Nos callamos enseguida.

—No, nos vamos a casa —niego con la cabeza.

Mi hijo hace un puchero, pero va a vestirse.

Me levanto.

—Gracias por quedarte con Maximko.

—Cuando quieras, ya lo sabes.

Regresamos a casa bastante tarde. Nos duchamos rápido, ceno con unos bocadillos —al final no cené en el restaurante— y nos acostamos. La camita de Maximko sigue en mi habitación; aún no está listo para dormir solo. Me tumbo en la oscuridad, escucho la respiración tranquila de mi hijo, pero yo no consigo dormir. Otra vez Ruslán. Su voz serena, sus caricias no pedidas, la pregunta a la que no pude responder. Suspiro, escondiendo el rostro en la almohada. Esto tiene que terminar. No le permitiré entrometerse en mi vida. Debo mantener la distancia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.