Estoy enfadada con él, conmigo misma y con todo esto. Me enojo porque me sorprendo con pensamientos que no debería tener. Me quedo mirando su rostro cuando habla, percibo los cambios más mínimos en su voz, y mi corazón late más deprisa solo porque pasa cerca de mí. Esto no es normal. Intento no prestarle atención, ignorarlo, pero cuanto más lo hago, más a menudo vuelven mis pensamientos hacia él.
Alguien entra en la oficina: una rubia con un traje caro. Él la saluda con una sonrisa amable. Ella abre una carpeta a la altura de su pecho y le muestra algo en los documentos.
—Ruslán, mira. Esta cláusula del contrato que proponen no me gusta.
¡Ruslán! ¡Mira! ¡Le habla de tú! Me invade una oleada de irritación incomprensible. No entiendo por qué a ella se le permite un trato tan familiar. Y no puedo saber si él mira los papeles o su escote. Levchenko señala con la mano la puerta de su despacho:
—Vamos a mi oficina y lo discutimos allí.
Se encierran, pero la puerta no queda del todo cerrada. Observo por la rendija cómo se acomodan en la mesa. Un peso me oprime el pecho.
—¿Quién es? —le pregunto a Nastia, sin darme cuenta de que lo digo en voz alta.
—¿Ella? Ah, es Svetlana, la abogada. Trabajamos con su empresa.
Aprieto los labios e intento sofocar los celos que arden en mi interior. Yo misma rechacé a Ruslán, él es un hombre libre, soltero, y puede organizar su vida privada con quien quiera. Pero ese hecho me irrita terriblemente. No quiero que nadie bese sus labios carnosos excepto yo. Ruslán le dice algo a Svetlana y ella se ríe. Él se inclina apenas hacia ella, y siento como si algo se desgarrara dentro de mí.
—Vaya, deberías ver tu cara —comenta Nastia con una risita, observándome con atención.
—¿Qué cara? —mi voz suena más áspera de lo que esperaba. Aparto bruscamente la mirada de la puerta y me concentro en el monitor.
—Una cara como si quisieras arrancarle el pelo a Svetlana.
—Muy gracioso —giro un bolígrafo entre los dedos, fingiendo indiferencia.
—Sofía, ¿no estarás enamorándote?
—¿Qué tonterías dices? —escapa de mis labios una risa nerviosa, y casi se me cae el bolígrafo.
—Anda, dilo, porque parece que vas a estallar de celos.
—No estoy celosa. No inventes. Es simple curiosidad —trato de recomponerme, pero no lo consigo.
Parece que Nastia tiene razón. No quiero admitirlo, pero estoy celosa, y eso me asusta más que nada. Finjo trabajar, aunque en realidad vigilo cada movimiento dentro del despacho. Levchenko, como adrede, no cerró la puerta por completo. Hablan en voz baja, sus palabras se dispersan y solo me llegan fragmentos. Finalmente, Svetlana se levanta:
—Haré las correcciones necesarias y te mostraré la versión final. Sería bueno aprobarlo mañana.
—De acuerdo. Te esperaré mañana.
—Oh —Svetlana niega con la cabeza—, por desgracia mañana no tengo ni un minuto libre, lo tengo todo ocupado. No sé ni dónde meter nuestra reunión.
Como una niña, me alegra que mañana no se vean. De pronto, la mujer propone:
—A menos que te haga un hueco a la hora de comer. Podríamos combinar lo útil con lo agradable. Nos vemos en algún restaurante, almorzamos y revisamos el contrato al mismo tiempo. ¿Qué te parece?
Sin darme cuenta, aprieto los puños de rabia. Claro, no tenía tiempo… y de repente lo encuentra justo para almorzar en un restaurante. Estarán a solas, con música de fondo, saboreando platos y sin pensar demasiado en el trabajo. Eso parece más una cita. Con la mirada lo quemo, como tratando de obligarlo a decir “no”. Que le surja algo urgente justo a la hora de comer. Pero se rasca la nuca y no contesta enseguida. Al final baja la mano:
—Está bien, ¿por qué no? Creo que podré acercarme. Mañana me dices dónde y a qué hora.
El resto de la conversación llega como un murmullo de fondo. Me quedo inmóvil, con los ojos clavados en la pantalla. Una cita. Tendrán una cita. No entiendo por qué me afecta tanto. Por supuesto, un hombre como Ruslán no estará solo mucho tiempo. Tarde o temprano lo atrapará alguna rubia piraña que no lo soltará jamás. Es raro que aún no esté casado.
Salen del despacho. Ruslán la acompaña hasta la salida, y Svetlana sonríe con picardía:
—Entonces, hasta mañana. Lo prepararé todo.
—Si surge alguna duda, llámame —Levchenko se detiene en medio de la recepción y cruza los brazos.
—¡Por supuesto! —al fin Svetlana se marcha. Ruslán se gira despacio y clava la mirada en mí. Frunce el ceño:
—Sofía, ¿estás bien? Te noto un poco pálida.