Recuerdo de manera caótica si lo hice todo. Al parecer sí. Los informes están clasificados en carpetas, los resúmenes enviados al archivo, el papel pedido. No entiendo la razón de la llamada de mi jefe y contesto con cierto temor:
—¿Aló?
—¡Hola! —su voz suena como si no nos hubiéramos visto hoy—. ¿Cómo estás?
Sonrío sin querer, soltándome la coleta. La tarde había sido larga: acostar a Maxim a dormir, recoger todo y, por fin, un poco de tiempo para mí.
—¿Me llamas para asegurarte de que no me arrepentí de la cita, o es por trabajo? Tengo que saber con qué ánimo prepararme —me acomodo en el sofá.
—No, no es por trabajo —en su tono se percibe una leve sonrisa—. Estoy seguro de que no te arrepentirás. Solo quería escucharte antes de dormir.
Mi corazón da un pequeño salto. Su seguridad me hechiza. Me quedo inmóvil. ¿Cuántos años han pasado desde que alguien me decía cosas así? ¿Cuántos años sin sentir este dulce cosquilleo provocado por la atención de un hombre? Intento disimular el temblor:
—¿Y qué opinas de mi voz?
—Tentación.
Aprieto el teléfono con más fuerza. Su voz me provoca un estremecimiento agradable que recorre todo mi cuerpo.
—Si sigues en ese plan, no voy a poder esperar hasta el jueves —muerdo instintivamente mi labio inferior.
—¿Y quién dijo que puedo esperar? Quiero que estés a mi lado. Aquí y ahora. Si voy a tu casa, ¿saldrías al patio?
Sus palabras queman. Ese deseo es mutuo. Quiero hundirme en sus brazos y, por fin, permitirme ser débil. No pensar en los problemas, sino entregarme por completo a un hombre. Lamentablemente, ahora ese sueño es imposible. Niego con la cabeza:
—No, Maxim está dormido. No puedo dejarlo solo.
—Subo yo. ¿Me dejarías entrar?
Una chispa enciende mi vientre. El corazón late con fuerza bajo mi pecho, exigiendo que diga “sí”, pero escucho la voz de la razón y exhalo con dificultad:
—Ruslán, no quiero que Maxim me vea con hombres cerca. No sé cómo reaccionaría.
Levchenko guarda silencio.
—Ya entiendo, aún no encajo en tu pequeña familia.
—No, no es eso…
—No hace falta que te justifiques, lo entiendo —me interrumpe con prisa—. Ni siquiera hemos tenido una cita aún. Quiero que sepas que no me molesta compartir tiempo con Maxim. Creo que me llevo bien con los niños. Espero tener la oportunidad de comprobarlo algún día.
—¿No estás enojado conmigo? Es solo que no estoy sola, soy responsable de un niño y debo tener en cuenta sus sentimientos.
—No estoy enojado. Prometo no coquetear contigo hasta el jueves.
—¿Y podrás? —añado un tono juguetón a mi voz.
—No estoy seguro. En el trabajo activaré el modo de jefe estricto y, a escondidas, miraré a mi asistente.
—Y yo fingiré que no me doy cuenta —rio.
—¿Pero el jueves todo puede cambiar? —su voz suena esperanzada.
—Bueno, tampoco mantenemos relaciones demasiado formales en el trabajo.
—Para mí es una prueba de resistencia. Está bien, no te quedes hasta muy tarde. Mañana madrugas.
Hace mucho que nadie se preocupaba por mi sueño. Debo admitir que es agradable.
La conversación terminó, pero sigo sentada con el teléfono apagado contra mi oído. El pecho se me llena de calor y en mi cuerpo estallan chispas de una ligera euforia.
Por la mañana me comporto como una empleada más. Lo saludo con frialdad y trabajo, fijando la vista en la pantalla. Recuerdo el almuerzo de Levchenko con Svetlana, y los celos me arañan el alma. Espero que sea solo un almuerzo y nada más. Que realmente hablen solo de trabajo.
Pero recuerdo la mirada depredadora de aquella abogada, y enseguida nacen las dudas sobre la inocencia de ese encuentro.
Entro al despacho de Ruslán y dejo los documentos sobre la mesa. Me siento frente a él y me deleito con su perfil severo. Él revisa los papeles y firma:
—Bien. Estoy satisfecho con tu trabajo.
—Me alegra haber podido complacerte.
Ruslán levanta la mirada hacia mí.
—Te noto algo nerviosa. ¿Preocupada por la cena de mañana?
—¿Qué? No —digo con indiferencia, agitando la mano—. Falta mucho, aún puedes arrepentirte.
—¿Yo? —Ruslán suelta una carcajada, como si hubiera dicho un chiste—. ¿De verdad lo piensas? No esperé tanto a que aceptaras salir conmigo para cancelarlo en el último momento.
—Entonces no tengo de qué preocuparme —trato de sonar lo más indiferente posible. Me levanto—. Iré a comer. Tú también tienes una reunión prevista a la hora del almuerzo. Vas a llegar tarde.
Ruslán me agarra de la muñeca, obligándome a quedarme un instante más.
—Por cierto, sobre el almuerzo. Sabes que tengo una reunión en el café con la abogada Svetlana. Tenemos que discutir algunos temas —me observa con atención, pendiente de mi reacción.
Y no tarda en aparecer. La abogada Svetlana. Alta, esbelta, elegante. Un maquillaje impecable, manicura perfecta y trajes estrictos que realzan a la perfección su figura. No oculta su simpatía por Ruslán y no se avergüenza en coquetear con él.
Algo se me oprime en el pecho.
Él continúa:
—¿Vienes conmigo?
Te agradeceré que hagas clic en el corazón junto al libro y te suscribas a mi página. ¡Tú eres mi inspiración!