El secreto del jefe

14. Puertas abiertas

La espera se extendió más de lo que esperaba. El sonido lejano del coche que nos iba a rescatar fue un consuelo para mi mente inquieta, pero de alguna manera, el silencio que se había establecido entre Marcus y yo me estaba volviendo más cómodo. Extrañamente, la cercanía, la vulnerabilidad de no tener un lugar al que ir, me hacía sentir más conectada con él, con todo lo que había pasado entre nosotros. No había palabras que pudieran definirlo, pero estaba claro que algo había cambiado.

Marcus estaba de pie, un paso más cerca de la puerta cerrada. A pesar de la incomodidad que ambos sentíamos, la situación parecía ser, de alguna forma, nuestra pequeña tregua. No hablábamos, pero no había distancia entre nosotros. Era una especie de pacto tácito, como si ambos supiéramos que el caos de los días anteriores había quedado atrás, al menos por esa noche.

Cuando finalmente el sonido del coche se hizo más cercano, Marcus suspiró, rompiendo el breve silencio.

—Ya era hora. —Sonrió levemente, pero algo en su mirada me hizo pensar que, en ese momento, no sólo estaba esperando que llegara la ayuda. Había algo más. Algo indefinido, pero presente.

Yo también solté un suspiro, no tan aliviada como pensé que estaría. La verdad era que no quería que esta conversación se terminara aquí, afuera de la casa. Había una corriente entre nosotros que no podía ignorar. Algo que no quería dejar atrás.

—Gracias por quedarte. —Lo dije de manera casi automática, como si necesitara decirlo para liberar la presión en mi pecho. Mis palabras no eran solo por estar fuera de la casa, sino por todo lo que había pasado entre nosotros, por esa mirada, por ese cambio en la dinámica. Por lo que, quizás, estaba por venir.

Él me miró un momento, y antes de responder, pareció pensar. Luego, con una sonrisa que, esta vez, no ocultaba nada, dijo:

—No podría dejarte sola, ¿no? —Lo dijo de una forma tan simple, pero su tono me hizo sentir que había mucho más detrás de esas palabras.

—¿Y eso qué significa? —pregunté, sin saber si realmente quería una respuesta. Lo cierto es que las palabras estaban saliendo sin que las pensara, y me sorprendía el cómo había pasado de una conversación trivial sobre las llaves a estar compartiendo estos momentos de una manera tan… natural. Algo en mí estaba comenzando a cambiar, a aceptar esta extraña cercanía.

Marcus se acercó un paso, y esta vez no aparté la mirada. La tensión era palpable, pero no de la manera en que lo había sido antes. Era diferente. Era casi... cómoda.

—Lo que quiero decir es que, a veces, las cosas no son tan complicadas como parecen. —Su voz sonó más baja ahora, casi como un susurro, y pude sentir cómo sus palabras se deslizaban hacia mí, penetrando el espacio que había entre nosotros—. A veces, uno se queda donde no pensaba estar, pero se da cuenta de que, al final, no está tan mal.

Mis ojos se encontraron con los suyos, y por un segundo, el mundo desapareció. Ya no estábamos afuera, esperando que llegara el coche. Ya no estábamos atrapados por una puerta cerrada. Solo estábamos nosotros, en ese momento, conectados de una forma que nunca había ocurrido antes. Sin defensas, sin mentiras, solo dos personas que, por una razón u otra, se habían visto obligadas a compartir algo mucho más grande que las pequeñas disputas del día a día.

El coche finalmente apareció, y con él, la sensación de que la normalidad estaba regresando. Pero, antes de que pudiera decir algo más, Marcus rompió el contacto visual, haciendo un paso hacia atrás. Volvió a esa figura confiada, al jefe con el que había comenzado la noche.

—Vamos, ya no hay mucho que hacer aquí. —Dijo, y por un momento, me pareció escuchar algo en su voz que no había estado allí antes. Algo que no podía identificar, pero que, de alguna forma, se quedaba flotando en el aire entre nosotros.

Asentí, aunque mi mente estaba llena de preguntas sin respuesta. Mientras nos acercábamos al coche, sentí que un capítulo había terminado, pero también sabía que otro estaba a punto de comenzar. No sabíamos qué nos esperaba, pero lo que sí sabía es que esa noche había cambiado algo dentro de mí. Y algo me decía que no iba a poder ignorarlo por mucho tiempo.

Al entrar al coche, nos quedamos en silencio. La puerta se cerró tras nosotros, pero esa puerta, la que habíamos dejado cerrada, ya no me parecía tan lejana. Sabía que, de alguna manera, íbamos a encontrar la forma de abrirla.

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