El Secreto del Jefe

Prefacio

Londres, Inglaterra

Evelyn

—¿Quieres que me arrodille, Evie? Porque lo haré. —Su voz tembló, pero sus ojos permanecían fijos en los míos, brillando con emociones cercanas a la desesperación y frustración—. Haré lo que sea, lo que me pidas, pero no me dejes así. No me apartes de tu vida.

Mis lágrimas caían sin control, ardientes contra mis mejillas, mientras sus palabras perforaban cada rincón de mi ser.

—¿Qué esperabas, Alex? ¿Qué me quedaría contigo después de esto? ¿Qué seguiría fingiendo que todo está bien? ¡Dios! Ni siquiera sé si alguna vez fue real.

Él dio un paso hacia mí, pero levanté la mano, deteniéndolo. No podía soportar su cercanía, no ahora, no cuando sentía que el suelo se desmoronaba bajo mis pies.

—Fue real, Evie —sus palabras resonaron con fuerza, como si quisiera grabarlas en mi memoria—. Nada de esto fue un juego para mí. Todo lo que hice fue por ti. Para nosotros.

Me reí, amarga y rota. —¿Para nosotros? ¿Qué parte de tu plan maquiavélico fue «por nosotros», Alex? Porque desde aquí solo parece que lo hiciste por ti. Por lo que querías, por lo que creías que necesitabas.

Su rostro se contrajo como si mis palabras fueran un golpe, pero no se movió. En cambio, su mandíbula se tensó, y su mirada se volvió más intensa, casi suplicante.

—Planeé muchas cosas, sí. Pero amarte no fue una de ellas. — Su voz se quebró, y en ese momento vi al hombre que siempre había intentado ocultar detrás de su impecable fachada: vulnerable, asustado, y perdido—. Eso fue lo único que no pude controlar, Evie. Lo único que me convirtió en este… idiota que está dispuesto a arrastrarse si eso significa que me des una oportunidad.

Las palabras se me atoraron en la garganta. Una parte de mí quería creerle, quería lanzarme a sus brazos y pretender que todo podría solucionarse. Pero la otra parte, la herida, la traicionada, sabía que el amor no siempre es suficiente.

—Alex… —Mi voz apenas fue un susurro, cargado de todo lo que no podía decir. Dolor. Amor. Desilusión. Y algo más que no quería admitir: esperanza.

Él dio un paso más hacia mí, ignorando mi resistencia. —Solo dime qué hacer, Evie. Dime qué necesitas para que me perdones.

Pero las palabras que necesitaba decir no salían. Porque tal vez no se trataba de lo que él debía hacer, sino de si yo sería capaz de soportar cargar con lo que sabía. Con lo que él había hecho.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.