Londres, Inglaterra
Evelyn
La sensación de estar entre dormido y despierto es placentera, aunque vulnerable al mismo tiempo. Mis ojos se abren poco a poco, y durante unos segundos no recuerdo dónde estoy. Solo siento el calor residual de la manta que nos cubre y el cuerpo firme a mi lado. Entonces, todo vuelve de golpe, como una ola fría y demoledora.
Lo que pasó anoche no fue un sueño. No fue una fantasía. Fue real.
Me muevo con cuidado, intentando no despertarlo mientras me separo de su cuerpo. El recuerdo es nítido, cada detalle aún fresco en mi mente: sus manos sobre mi piel, su boca en la mía, la forma en que el mundo se desvaneció hasta que solo existíamos nosotros dos. Un escalofrío me recorre la espalda, pero no es de frío esta vez; es de pura culpa.
¿Qué he hecho?
Camino hacia la otra esquina del cuarto, buscando algo de distancia, como si poner unos metros entre nosotros pudiera borrar lo ocurrido. Me paso las manos por el cabello y cierro los ojos, tratando de respirar profundo, pero el aire se siente denso, pesado. No puedo dejar de pensar en todas las líneas que cruzamos anoche, en lo mucho que me dejé llevar por algo que claramente nunca debió pasar.
La culpa se instala como un peso en mi pecho, apretando hasta que me cuesta respirar. ¿En qué estaba pensando? Bueno, la respuesta es simple: no estaba pensando. Me dejé llevar por la tensión, por el miedo, por el deseo. Por la necesidad de sentirme viva en medio de esta pesadilla. Pero ahora, con la luz del día exponiendo todo, no parece tan justificable.
Alex se mueve en el colchón improvisado, y por un instante contengo la respiración, esperando que vuelva a dormirse. Pero no tengo tanta suerte.
—Buenos días —dice con voz ronca, y ese simple saludo es suficiente para que mi corazón empiece a golpear con fuerza contra mis costillas.
No lo miro. No puedo.
—Buenos días —respondo, manteniendo mi tono neutro mientras fijo la vista en el suelo.
Siento su mirada sobre mí, es intensa y pesada, pero no le doy el gusto de devolverle la mirada. Me mantengo ocupada en nada, paseando por el pequeño espacio como si estuviera buscando algo importante, aunque lo único que quiero es evitar cualquier tipo de conversación.
—¿Todo bien? —pregunta después de un momento con su tono cargado de sospecha.
—Sí, claro —contesto demasiado rápido, demasiado alto. Me aclaro la garganta y añado con más calma—: Estoy bien.
Él se levanta y da un par de pasos hacia mí. El espacio en este cuarto es demasiado reducido, y siento que el aire se vuelve aún más opresivo con cada segundo que pasa.
—Evelyn, mírame.
No lo hago. No puedo. Porque sé que si lo miro, veré lo mismo que vi anoche: a Alex, vulnerable y real, y recordaré cómo fue sentirlo tan cerca de mí. No puedo permitirme eso. No de nuevo.
—No tenemos que hablar de esto —digo rápido, levantando las manos en un gesto de rendición. Siento el pánico asomarse en mi voz, pero no me importa—. Fue un error, ¿vale? Los dos estábamos… estresados, atrapados en esta situación de mierda, y… ya está. No significa nada.
El silencio que sigue a mis palabras es como un muro de ladrillos cayendo entre nosotros. Me atrevo a mirarlo de reojo, y su expresión es ilegible, lo que solo hace que mi ansiedad crezca.
—¿Nada? —repite él, y hay algo en su tono que no logro descifrar, algo entre decepción y desafío—. ¿Así de simple?
—Sí —insisto, aunque la palabra se siente como una piedra en mi garganta—. Así de simple.
Alex frunce el ceño, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Está bien. Si eso es lo que quieres pensar, no te voy a obligar a lo contrario.
El peso de sus palabras cae sobre mí como una losa. Me duele más de lo que debería, más de lo que quiero admitir, pero mantengo mi postura firme. Porque tengo que hacerlo. Dado que cualquier otra cosa sería mucho más peligrosa.
—Gracias —murmuro, dándole la espalda para ocultar la expresión que se refleja en mi rostro.
Durante las siguientes horas, me mantengo en silencio, aferrada a mi rincón del cuarto. Cada vez que Alex intenta acercarse, me las ingenio para mantener la distancia. Cuando me habla, respondo con frases cortas y evasivas, como si eso fuera a poner un escudo entre nosotros. Él lo nota, por supuesto. Es demasiado inteligente para no darse cuenta, pero, sorprendentemente, no insiste.
Quizás él también se arrepiente.
La idea debería hacerme sentir mejor, pero no lo hace. Solo me deja más vacía.
Mientras el día avanza, no puedo dejar de pensar en cómo se supone que serán las cosas a partir de ahora. ¿Volveremos a la normalidad, como si nada hubiera pasado? ¿O hemos cruzado una línea que no tiene retorno?
La verdad es que no lo sé.
Lo único que sé es que cada vez que lo miro, el recuerdo de anoche vuelve con fuerza, y el muro que trato de construir entre nosotros parece más frágil de lo que debería ser.
De pronto, el sonido de la puerta oxidada crujiendo me pone en alerta al instante. Mi cuerpo se tensa, y mi mirada se dirige de inmediato hacia la entrada del cuarto. El hombre que parece estar a cargo entra con paso lento, casi disfrutando de nuestra incomodidad. Su presencia lo llena todo, opaca incluso el aire viciado que nos rodea.