Londres, Inglaterra
Evelyn
Han pasado varios días desde que recibí la nota de Alex, y aunque la vida poco a poco parece recuperar cierta normalidad, todavía hay algo dentro de mí que no está bien. Me he obligado a seguir adelante, a comer mejor, a dar pequeños paseos dentro del edificio, pero no he podido dormir más de dos horas seguidas desde que todo sucedió. Cada vez que cierro los ojos, las pesadillas regresan, y despierto con el corazón acelerado y la sensación de que algo terrible está a punto de pasar.
Por eso, esta mañana, decido hacer algo que he estado postergando desde que vi la tarjeta en la caja del desayuno: voy a visitar a la psicóloga. Sé que puedo seguir evitando esto, fingir que estoy bien y que lo superaré sola, pero estoy cansada de luchar conmigo misma, quizá no sería tan malo. Quiero que alguien más me ayude a cargar el peso de lo que siento.
Salgo de casa más temprano de lo necesario, principalmente porque el simple hecho de salir ya se siente como un desafío. Mis ojos recorren la calle con nerviosismo, buscando cualquier cosa que parezca fuera de lugar. Pensé en llamar un taxi, pero el recuerdo de estar en un vehículo desconocido me pone demasiado ansiosa, así que decido tomar el transporte público.
El trayecto en autobús es lento, y aunque intento concentrarme en el paisaje que pasa por la ventana, no puedo evitar fijarme en cada persona que sube. Cierro el bolso con fuerza, como si eso pudiera protegerme, y mantengo la vista baja la mayor parte del tiempo. Me toma casi el doble de tiempo llegar al consultorio, pero cuando estoy frente al edificio, siento que he ganado una pequeña batalla.
—Puedes hacerlo —me digo a mí misma en voz baja antes de entrar.
El lugar es acogedor, decorado con colores suaves y muebles de madera clara. Una recepcionista amable me sonríe desde el mostrador y me indica que tome asiento. Apenas han pasado cinco minutos cuando una puerta lateral se abre y aparece una mujer de unos cuarenta años, con cabello castaño claro recogido en un moño suelto y unos ojos azules que transmiten calma.
—¿Evelyn Clarke? —pregunta con voz suave.
Me pongo de pie y asiento.
—Soy la doctora Claire Bennett. Encantada de conocerte. Pasa, por favor.
La sigo hasta su consultorio, que es igual de acogedor que la sala de espera. No hay rastro del ambiente frío e impersonal que imaginaba. Hay estantes llenos de libros, una planta en la esquina y dos cómodos sillones frente a una mesa baja. Claire me invita a sentarme en uno de ellos, y yo lo hago, aunque mis manos no dejan de jugar nerviosas con el dobladillo de mi camisa.
—No tienes que contarme todo de golpe —dice Claire, sentándose frente a mí con una libreta en el regazo—. Empecemos por lo básico. ¿Cómo te sientes hoy?
La cuestión es sencilla, pero me toma por sorpresa. ¿Cómo me siento? Esa es una pregunta que no me he permitido responder en días. Trago saliva y me esfuerzo por encontrar las palabras.
—Cansada —admito—. Y… un poco ansiosa.
—Eso es comprensible después de lo que has pasado. ¿Quieres contarme qué te llevó a venir aquí hoy?
Miro mis manos mientras intento ordenar mis pensamientos. No sé por dónde empezar. Todo parece confuso y abrumador, como si todavía estuviera atrapada en esa pesadilla. Pero Claire espera con paciencia, sin presionarme, y poco a poco las palabras empiezan a salir.
Le cuento sobre el secuestro, cómo nos mantuvieron en ese lugar oscuro, cómo cada día parecía más interminable que el anterior. No entro en demasiados detalles al principio, pero cuando veo que Claire asiente con empatía, sin juzgarme, me siento un poco más segura para seguir hablando.
—Desde que volví a casa, siento que nada es seguro —digo, apretando los puños—. Me asusto por cualquier cosa. Si alguien golpea la puerta demasiado fuerte, mi corazón se acelera. Anoche soñé que aún estaba ahí, en esa habitación, y desperté pensando que nunca había salido.
Claire toma unas notas, pero nunca aparta su atención de mí.
—Es normal que te sientas así después de una experiencia tan traumática, Evelyn. Tu mente está en modo de alerta constante porque intenta protegerte de cualquier peligro. Sin embargo, la buena noticia es que puedes volver a sentirte segura. Eso requiere tiempo y trabajo, pero no estás sola en esto.
Asiento, absorbiendo sus palabras. Una parte de mí quiere creerle, aferrarse a esa pequeña esperanza de que algún día este miedo desaparecerá.
—¿Cómo puedo hacerlo? —inquiero en voz baja, apenas es un susurro—. ¿Cómo vuelvo a confiar en que todo está bien?
Claire sonríe con suavidad.
—Primero, vamos a trabajar en ejercicios de respiración y técnicas de relajación para que puedas controlar la ansiedad cuando aparezca. También te ayudaré a identificar los pensamientos que te están causando más estrés y a reemplazarlos por otros más saludables. No será fácil, pero cada pequeño paso cuenta.
Mientras me explica algunas de estas técnicas, siento que por primera vez en días puedo respirar un poco más profundo. Me enseña un ejercicio de respiración simple, y aunque al principio me siento un poco ridícula haciéndolo, debo admitir que funciona. Mi corazón deja de latir tan rápido, y mis músculos, que siempre están tensos, comienzan a relajarse.