El Secreto del Jefe

Capítulo 14: Mocha

Londres, Inglaterra

Alexander

No he dejado de pensar en Evelyn desde ayer. Por mucho que intento concentrarme en mi trabajo, en los informes, en las reuniones y en todo lo que por lo general manejo con precisión quirúrgica, mi mente sigue regresando a ella.

Su desmayo y su respiración agitada. A la forma en la que su cuerpo tembló antes de que sus ojos se cerraran. Por un instante, por el más jodidamente breve y aterrador de los instantes, pensé que la estaba perdiendo.

Fue irracional, lo sé. No era nada grave, y los paramédicos lo confirmaron. Pero verla así… Me dejó una sensación en el pecho que aún no desaparece.

Y luego está eso otro.

El cambio en su actitud cuando regresé a la habitación del hospital.

Antes de salir, estaba molesta conmigo, sí, pero todavía me respondía con sus comentarios sarcásticos de siempre, con esa energía que me hace querer discutir con ella solo para ver cómo me contraataca.

Después de que la doctora habló con ella, en cambio, estaba distinta. Algo había cambiado.

Evelyn no es una mujer que se quiebre con facilidad. La he visto enfrentarse a clientes difíciles sin pestañear, rebatirme propuestas con una seguridad que hace que más de un ejecutivo me mire con lástima cada vez que ella gana. Pero ayer…

Ayer, cuando me dijo que no le habían dicho nada importante, su sonrisa fue forzada.

Esa no era mi Evelyn. Me está ocultando algo. Y esa mierda me está volviendo loco.

—Señor Sterling, el señor Lancaster está en la sala de juntas esperando para la reunión.

La voz de mi asistente provisional me saca de mis pensamientos.

—Que espere.

Ella pestañea, sorprendida. —¿Quiere que le diga que lo atenderá más tarde?

Me restriego el rostro con ambas manos y me obligo a concentrarme.

—No. Voy en un momento.

Ella asiente y se retira. Respiro hondo, tratando de centrarme. Tengo que dejar de pensar en Evelyn y enfocarme en lo que ahora importa. Muevo el cursor en mi computadora y reviso mi bandeja de entrada, dispuesto a ignorar cualquier distracción mientras hago sudar de incertidumbre al hombre que me quiere ver.

Hasta que veo eso. Un correo de Evelyn.

Asunto: Renuncia.

Mi mandíbula se tensa. Abro el correo con rapidez, sintiendo una oleada de incomodidad recorrerme antes incluso de leerlo.

Señor Sterling.

Agradezco la oportunidad que me ha brindado en la empresa durante este tiempo. Sin embargo, debido a circunstancias personales, he decidido presentar mi renuncia con efecto inmediato. Lamento cualquier inconveniente que esto pueda causar. Adjunto los documentos necesarios para formalizar el proceso.

Atentamente, Evelyn Clarke.

No. No. No. No.

Me recuesto contra el respaldo de la silla, cerrando los ojos un segundo mientras intento controlar la irritación que sube por mi cuerpo como fuego. Se está escapando. Está huyendo de mí.

Mi mandíbula se tensa tanto que podría romperme los dientes. Cierro la laptop con más fuerza de la necesaria y me pongo de pie de golpe. Si Evelyn cree que puede desaparecer de mi vida con un simple correo, es porque no me conoce lo suficiente.

Pero lo hará.

Salgo de la oficina tan rápido que dejo a la asistente con la palabra en la boca. Salgo de la empresa, subo a mi auto y conduzco a toda velocidad hasta llegar al hospital donde atendieron a la testaruda de Evie ayer.

Renuncia. Evelyn renuncia.

Es lo único en lo que puedo pensar mientras camino con pasos pesados por los pasillos de la clínica. Me importa una mierda la gente que se cruza en mi camino, los murmullos, las miradas de las enfermeras cuando las ignoro por completo. Lo único que tengo en la cabeza es el correo de Evelyn y la sensación de que algo más está pasando. Algo que ella no quiere que yo sepa.

Ayer, cuando salí de la habitación por esa llamada, Evelyn estaba molesta, sí, pero aún era ella. Cuando volví, después de que la doctora hablara con ella, su expresión era distinta. Algo la había cambiado en cuestión de minutos, y si cree que puede solo irse sin dar explicaciones, está muy equivocada.

No voy a permitirlo.

—¿Dónde está la doctora Rey?

La recepcionista me mira con desconcierto. —¿Disculpe?

—La doctora Rey atendió a mi… esposa ayer. ¿Dónde está?

La mujer frunce el ceño y empieza a revisar en la computadora.

—Lo siento, señor, pero no podemos dar información sobre nuestro personal así de…

—No me hagas perder el tiempo.

Mi voz es dura y mi paciencia se agota con cada segundo que pasa. La mujer se sobresalta, pero antes de que pueda replicar, veo a una doctora de cabello oscuro y mirada cansada pasar cerca. La misma que salió del consultorio de Evelyn ayer.




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