So many fish there in the sea
I wanted you, you wanted me
That's just a phase, it's got to pass
II was a train moving too fast
Automatic Stop/The strokes
No, no todas las cosas tienen una explicación lógica.
Él era una visión del cielo o quizás del infierno, un demonio con sonrisa de ángel, un ángel en el cuerpo de un demonio. Incluso pensé estar alucinando o soñando todavía como dos domingos atrás cuando creí verlo en el club de tenis, sentado en las gradas de la cancha, juraría que flirteando desde lejos con mi vecina Jessy.
Pero era real y estaba allí frente a mi oficina esa mañana, sentado en la grada de cemento del local, era Sebastian Renault, o como mi mejor amiga Lily solía llamarlo, el señor cucarachita*, con esa actitud desenfadada, un secreto en sus labios y mensaje en sus ojos de, si el mundo se está acabando, me importa un carajo.
—¿Sí? Buenos días… —le dije.
Se incorporó con un movimiento rápido. Me juzgó de pies a cabeza por encima de sus gafas oscuras y me extendió la mano sin siquiera mirarme a los ojos. Era tan arrogante, tan maleducado, una copia de León Ross solo un poco menos infumable y con el cabello castaño.
Levantó una ceja, como si me estuviera explicando algo tan básico como el dos más dos.
—¿Sebastian? El hermano gemelo de tu amiga Violeta. Quiero decir, el tipo del Subaru azul modelo 89 que a veces te daba jalón* cuando iba a recoger a mi hermana a la cancha de tenis. Me recuerdas ¿Cierto?
No respondí.
En definitiva lo recordaba, imposible no hacerlo. Los amores platónicos tienen un lugar especial en nuestro corazón, aunque solo se trate de fases.
Le di la espalda mientras maldiciendo por lo bajo, levantaba la fastidiosa persiana metálica del pequeño local donde se ubicaba mi oficina en un principio, la cual cayó haciendo el detestable ruido que cada mañana amenazaba con dejarme sorda.
—Pues sí, ¿ya te acordaste? —insistió.
—Mmmmm... —vacilé fingiendo que me esforzaba en recordar—. Eso creo… eras el que tenía un auto viejo que tenía el radio trabado en esa emisora que escucha mi papá ¿Verdad? Por cierto, ¿qué pasó con tu carcacha?
—Murió— espetó como quien no desea hablar del tema.
Se quitó los lentes, dejando a la vista sus penetrantes ojos avellana, y los colgó en el cuello de su camiseta con el logotipo de una banda de rock, de esas que pretenden verse viejas, pero dicen “mírenme, costé mucho más de lo que valgo” por todas partes.
Comencé a caminar desde la recepción a mí pequeño despacho seguida de él, lo supe porque escuchaba sus pasos tras de mí.
—¿Qué tal va el francés? —me pregunto por detrás.
—¿Él qué?
—¿No eras tú la que iba a mi casa a estudiar francés con mi hermana? Recuerdo que se sentaban juntas a practicar bajo el árbol que está frente a mi habitación.
Giré sobre mis talones, iba a decirle no recuerdo qué, pero no lo hice. Algo en mí se encendió, algo que no podría llamar amor, pero que despertó de entre sus cenizas más vivo que nunca cuando sus fascinantes ojos colisionaron con los míos y nos quedamos así un par de segundos, esa sensación que te quema por dentro y el suelo está temblando bajo tus zapatos.
—Pasa, por favor…
—¿Tengo qué...?
Arrugué el entrecejo volviendo del extraño trance en que me vi sumergida al mirar sus ojos. No tenía tiempo de lidiar con necedades.
—¿Qué sentido tiene entonces que estés aquí si no vas a entrar?
Cruzó la pierna, sentado en una de las sillas frente a mi escritorio. Metió la mano en su bolsillo y comenzó a jugar con un encendedor dorado pasándolo por entre sus dedos.
—Muy bien ¿A qué venías…?
Me percaté que Sebastian no me estaba prestando atención, su interés estaba centrado en el muro de donde colgaban mis diplomas. Al notar que lo observaba siseó como lo hacen algunas personas en señal de admiración.
—Tómalo como un cumplido, señorita abogada. —Me sonrío—. Quiero decir, ya quisiera yo ser tan inteligente para tener hasta diplomas de spelling bee…
—Yo…
—¡Pilas*! Quiero decir, hasta una beca te ganaste para un postgrado ¿Cierto? Por cierto. ¿Qué tal Barcelona? Estuve allí hace un par de años. Súper ¿No?
—¿Tú y Marilú se casaron cierto? —le interrumpí con la precisión de una flecha.
Vaciló.
—Fue poco después de que tú te marcharas. Quiero decir, Violeta debió invitarte a la boda por ser tu amiga, pero todo fue cosa de un par de semanas, tan vertiginoso que...
—Yo no estaba en el país de todos modos ¿Recuerdas?
—Como sea, da igual —Se aclaró la garganta—, de todos modos ya terminó.